1. Orfanato

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No tenía mucho que habia cumplido los once años y según Gray, era la candidata perfecta para hacer todos los quehaceres del orfanato para no estar de a gratis ahí sin que nadie me adoptara.

Fuí hacia el patio trasero tratando de cumplir los deberes que me había comandado la señora Gray: regar los arbustos con las diversas flores y barrer la entrada al patio (para que los visitantes tuvieran una buena impresión). 

Después de terminar podria ser libre para hacer lo que me diera la gana según las palabras de Gray y eso signicaba leer libros de magia mientras me columpiaba en el columpio atado a un árbol.

Ese día el orfanato tendría una visita "especial" por parte de un hombre misterioso.

Me daba igual si me adoptaban o no ya que, al cumplir los dieciocho dejaría el orfanato y podria irme a trabajar a un lugar alejado de ahí.

Cuando terminé los deberes, los demás niños comenzaron a correr por el patio como siempre para hacerlo un desastre. Los detestaba, no porque fueran pequeños, si no por los desordenados y sucios que eran los angelitos de Gray.

Comencé a columpiarme en el columpio sin tanta intensidad para poder leer bien el libro abierto que traía entre las piernas pero, el sonido del chillido de la puerta del patio me hizo levantar la cabeza y hacer que dejara de columpiarme.

A unos seis metros, se hallaba una anciana encorvada de cabellos blancos canosos atados a un moño más duro que su corazón. Tenía los ojos de un color gris por posibles cataratas y un rostro surcado de unas arrugas totalmente profundas, no por la edad, si no por la amargura que tenia acumulada desde su nacimiento.

Era la señora Gray.

A su lado habia un hombre muy extraño y peculiar que me recordaba a un mago con un baston parecido a un cetro que habia leido en un libro.

El hombre era alto, delgado y muy anciano, a juzgar por sus cabellos y barbas plateados, el hombre tenía ojos azules centelleantes detrás de unas gafas de cristales de media luna.

Aquel anciano dirigió su mirada hacia mí y en automático esbozó una grande sonrisa que irradió alegría. Bajé la mirada rápidamente para que no se diera cuenta que lo estaba mirando e hice como si estuviera demasiado entretenida con el libro como para no darme cuenta que se dirigía hacía mí.

-Claire, ¿cierto? -una larga y delgada sombra invadió mi espacio y me obligué a levantar la vista.

Asentí entrecerrando un poco los ojos.

-Muy bien, no me he equivocado en tu nombre -exclamó metiendo sus manos en los bolsillos de su vestimenta-. De verdad que es un gusto encontrarme contigo, Claire. ¿Cómo estás?

-En óptimas condiciones, señor. Gracias -dije entonando bien las palabras mientras veia como estrechaba su mano hacia mí.

Me quedé viendo su mano y luego de unos cuatro segundos dudando, la acepté decisivamente.

-¿Cómo está usted?

-Bueno -tosió con desánimo-, más viejo que el día de ayer pero me encuentro muy bien.

-Me alegra oir que lo esté -respondí con amabilidad y volviendo la vista al libro sin la intención de hablar.

-Ah, perdona la groseria, Claire, pero si lo me permites... -añadió aclarándose la voz y tuve que volver a levantar la mirada- Soy el profesor Albus Dumbledore.

-Es un gusto, profesor.

-Bueno, Claire, el gusto es mío la verdad. Estoy encantado de poder conocer a una niña tan linda y amable como tú -dió un suspiro y después hizo una expresión de sorpresa muy bien fingida- Vaya, veo que te gusta leer libros sobre magía y fantasía, ¿no es así?

Enamorada de Potter (Harry Potter y tu)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora