Capitulo 10: Toma de contacto

32 3 5
                                    

La cabaña que escogimos para guardar las cosas, era en realidad una vivienda de construcción humilde.


La base era semicircular y el techo estaba inclinado. Las paredes las levantaban con una madera proveniente de un cactus seco llamado yotojoro. El techo conseguían impermeabilizarlo utilizando una mezcla de cañas entrecruzadas, barro y paja. El lugar donde íbamos a dormir, nos explicó Guadalupe, era una enramada. Es decir, una construcción diferente donde no había paredes, y cuyo techo se sustentaba con columnas de madera. De él pendían multitud de hamacas.

Creo que yo era la única del grupo que jamás había utilizado una hamaca para dormir. Con lo patosa que era, seguro que tardaría en conciliar el sueño.

— Me tienen harto — Murmuró Juan, aplastando un mosquito en una de sus piernas.

Eso era otro detalle a mencionar. Los insectos. Desde que nos habíamos bajado de la furgoneta, ya teníamos varias picaduras y era inútil espantarlos. A ese ritmo nos convertiríamos en un grupo andante de peces globos.

Traté de concentrarme en mi alrededor. Algunas mujeres iban cubiertas por una especie de falda hecha de paja, que les llegaba hasta las rodillas. Su pelo y piel eran oscuros, y llevaban el torso desnudo. Tenían esa el pecho tatuado con pequeñas formas de color negro, lo cual les daba un aire místico. Otras mujeres, quizás por la presencia esporádica de turistas, habían cambiado de forma de vestir. Utilizaban faldas y camisas de tela, con mucho colorido. Eran muy sonrientes, tímidas y nos seguían con la mirada sin atreverse a cruzar palabras con nosotros. Los hombres y los niños, eran otro cantar. No paraban de tocarnos la piel, sobre todo a los españoles.

— Ten cuidado, que los hombres aquí parecen muy inocentes, pero son polígamos y si pueden, dejan su esperma por doquier — Me informó Andrés, sin que el resto se enterase.

— Esa es la definición del hombre promedio occidental — Repliqué, dejándolo momentáneamente sin palabras.

— Tal vez. La adolescencia es una etapa hormonalmente exigente y a veces extremadamente larga.

— Ya, quizás es porque las hormonas sin cerebro se vuelven testarudas.

Andrés se rio y yo seguí caminando.

Continuamos andando a través de las cabañas y descubrimos una zona acotada para vacas, cabras, gallinas y perros. Todos juntos conviviendo en armonía. Un auténtico escándalo para cualquier persona que tuviese una mínima formación en Higiene alimentaria. Desde luego, si no pillábamos un virus/bacteria intestinal, los parásitos serian los siguientes en la lista de candidatos deseosos por infectarnos. Tratando de asimilar estas vicisitudes, encontramos además un área reservada para los lavados, la cocina y una zona sagrada.

La zona sagrada consistía en una serie de enterramientos adornados con plantas. Las plantas simbolizaban la comunicación entre el fallecido y la naturaleza, como si su alma nunca pereciera y siguiera creciendo a través de las raíces de la vegetación. Muy interesante. Raúl y José María tomaron varías fotos.

— Bien, creo que comeremos los bocadillos que hemos traído y luego podemos rodear caminando esta aldea. Me han dicho que hay un rio cerca y nos podríamos refrescar — Propuso María — Los que quieran ir al baño ya saben, no hay baño. Busquen un matorral, escarben, depositen y escóndalo todo.

La belleza de la chica se vio parcialmente emborronada por ese último comentario. De todas formas, había que dar por hecho ese tipo de eventualidades. Ahora mismo nuestra apariencia era aseada y lustrosa, pero después de terminar la expedición tendríamos un aspecto a nivel de monos famélicos enfermos. Con pelo y porquería por todas partes.

Nos sentamos en el suelo y empezamos a comer.

— Es increíble que esta gente pueda vivir sin a penas medios — Dijo Juan.

— ¿Usted sabría decirme cuál es la causa de muerte más extendida entre los indígenas? — Inquirió Guadalupe.

— Se me ocurren multitud de formas de morir aquí — Contestó el enfermero, limpiando con su mano libre el sudor que se acumulaba en su frente.

— Alguna enfermedad o accidente — Propuso Raúl.

— De enfermedades nos morimos nosotros, ellos tienen un sistema inmune adaptado a este entorno. Los accidentes tampoco son habituales — Explicó Guadalupe.

— La tala ilegal de árboles — Dijo Andrés de fondo.

El grupo lo miró.

— Eres un listillo. Estar sin pipa te sienta mal — Le susurré — ¿intentas hacer sombra a Guadalupe?

— Calla, no me lo recuerdes.

— Efectivamente — Afirmó Guadalupe — Los indígenas se han convertido en un simbolo de protección de la selva. Son culturas en extinción y allá donde se ubiquen, no hay permisos para talar. Sin embargo, esto también los ha hecho objetivos de leñadores ilegales. Machetazos, disparos...todo es válido. Desaparecen sin más y nadie pregunta por ellos. Los hombres defienden las aldeas, mueren, y las mujeres huyen a las montañas con los niños.

Las mujeres huyen a las montañas con los niños.

La imagen de esas criaturas asustadas e indefensas, escondiéndose como podían, me encogió el corazón.

— Si os vierais en esa tesitura ¿vosotros qué preferiríais? ¿Las inclemencias de la selva o la crueldad de la mano humana?

Prefería simplemente morir en paz.

🟢 ExpediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora