Capítulo 35: Bomba

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Día 21 de expedición
(Primera parte)

Estábamos inmersos en un dilema.

Desde el hallazgo del panal de abejas, en la pared de roca del templo, no sabíamos lo que hacer.

Por un lado, nos costaba trabajo asumir que para entrar en el templo, habría que destruir de alguna manera parte de la pared, y crear artificialmente una zona de acceso. Por desgracia, lo único de lo que disponíamos para llevar a cabo una hazaña de ese calibre, era de algunos cartuchos de dinamita que nos habían lanzado los helicópteros. Y desde luego, eso no era para nada adecuado desde el punto de vista de la conservación del patrimonio. Los daños que se podrían ocasionar, en el propio edificio y su contenido, estaban además penados con uno o diez años de prisión.

Por otro lado, si esperábamos a que el gobierno mexicano dispusiera de un equipo de geolocalización, tardarían meses o años en llegar a aquella zona y mientras tanto, el templo podría ser objeto de expolio o destrucción por parte de saqueadores. Especialmente al tratarse del único asentamiento Chichimeca del que se tenía constancia.

Luego estaba el hecho de que desconocíamos las razones por la que el templo había sido tapiado. Lo poco que sabíamos es que aquellas personas pertenecientes al linaje del perro o del lobo, habían disfrutado de él durante un largo periodo de tiempo. Seguramente fuera utilizado como lugar de culto a sus dioses, para conseguir sus favores ¿Y de repente lo clausuran antes de desaparecer como si nunca hubiese existido? Era todo muy extraño. Otras civilizaciones extintas simplemente habían huido y abandonado sus ciudades sin sellar sus edificios. Además, ni siquiera se notaba que hubiera habido una puerta, como si en realidad ocultar la entrada hubiera sido algo premeditado y planificado desde tiempo atrás, quizás incluso desde su propia construcción, en lugar de imprevisto.

En definitiva, quizás debíamos dejar el templo tal y como lo habíamos encontrado, y regresar únicamente con la información que hasta ahora habíamos recogido.

Vamos, una mierda.

Guadalupe andaba cabizbaja. La felicidad que sintió al haber descubierto la miel, se había esfumado de golpe. La historiadora deseaba dinamitar el muro y protegerlo a partes iguales. En una de nuestras reuniones en la carpa de trabajo, nos contó que creía que los antepasados de su familia habían podido estar relacionados con aquella civilización o formar parte de la misma. Por eso, tenía sumo interés en averiguar las costumbres de esa tribu nómada y conocer de primera mano lo que había provocado su desaparición. Me resultó curioso que hasta ahora no hubiera desvelado ese secreto, pero lo cierto es que tampoco tenía la obligación de haberlo hecho.

— Tú, por tu profesión, debes saber lo que es mejor — Traté de orientarla — ¿Destruir parte del muro y recopilar todos los datos que podamos averiguar hasta que nos marchemos, sabiendo que es posible que luego saqueen el templo? ¿O mejor dejarlo así, intacto, pero correr el riesgo de que manos menos profesionales destruyan el muro con malas intenciones?

— Siento que me va a explotar la cabeza — Dijo Guadalupe, dando un suspiro.

Mantenía su cabeza apoyada sobre sus manos, con los codos encina de la mesa alargada que había en la carpa de trabajo. Se mordió el labio.

— Egoístamente, quiero destruir el muro y morir habiendo descubierto los secretos que oculta el templo — Murmuró, como si estuviese confesando un pecado.

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