Capitulo 49: Preludio

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Dia 26 de expedición
(Tercera parte)

Tras una breve reunión, optamos por rodear la aldea. Había que tener en cuenta que María y sus socios nos estaban buscando, desde mucho antes que Raúl consiguiera escapar de sus garras, por lo que no tenía sentido caminar en su dirección.

Esperamos a que Raúl comiera un poco de los frutos que había conseguido recolectar para él, y luego tomamos la camilla de Andrés para reiniciar la marcha lo antes posible. No había tiempo que perder.

— Me siento feliz por haberos encontrado — Dijo Raúl, en un momento dado.

Durante el camino, nos fue relatando sus vivencias. Básicamente, desde que el grupo se dividió, esperaron varios dias a ser rescatados. Sin embargo, el equipo de rescate que el gobierno mexicano les había prometido, nunca hizo acto de presencia.

Jose María murió irremediablemente a los pocos dias. Por aquel entonces, nada les hizo sospechar que hubiera muerto por otra causa que no fuera la de los golpes que había recibido. Sin embargo, cuando en un corto periodo de tiempo también murió Juan, Raúl empezó a considerar una segunda hipótesis. Había encontrado manchas de sangre en los ojos del cadáver del enfermero. Por su afición a las series de investigación criminal, sabía de sobra que aquello podía ser un indicio de muerte por asfixia.

La bióloga mostraba una actitud distante y se negaba a abandonar la selva. Por tanto, después de meditarlo mucho, Raúl se armó de valor y desenterró en secreto el cuerpo sin vida de Jose María. Fue entonces cuando descubrió que el periodista también tenía lesiones rojizas en los ojos, similares a las del enfermero.

Finalmente, Raúl tomó la determinación de huir e ir en nuestra búsqueda. En el camino se encontró con el perro. El animal sabía atrapar pájaros, peces, roedores y ahuyentaba a los grandes mamíferos, por lo que pensó que llevaba mucho tiempo viviendo en la selva.

— Tu perro me ha hecho mucha compañía — Me confesó el periodista, mientras nos preparábamos para pasar la noche en un pequeño descampado - Lo hecho de menos, aunque ya veo que soy su segundo planto.

Me reí.

Robin no se apartaba ni un segundo de mi lado, como si temiese que en cualquier momento fuera a desaparecer. Todavía no tenía muy claro si lo habían soltado deliberadamente para deshacerse de él, o si se había escapado de donde estaba con alguna argucia. Sobre todo, resultaba un misterio cómo había conseguido llegar a ese lado de la selva, adaptarse al entorno y encontrar a Raúl sin perderse.

Cuando me acerqué a donde se encontraba Andrés para medicarlo, el veterinario me agarró por la camiseta y me hizo caer sobre su cuerpo. Robin soltó un bufido, disconforme.

— Ven aqui, troll escurridiza — Dijo, mientras me atrapaba entre sus brazos.

Estaba sentado muy cerca de Raúl y Guadalupe, por lo que la situación era incómoda. Había caido encima suya, a horcajadas, y tenía la estúpida caja de antibióticos aplastada en su pecho. Los miré de reojo, mientras sentía que mi rostro se ruborizaba.

— Oye, ahora mismo estamos...— Mi protesta fue interrumpida cuando la boca de Andrés cubrió mis labios y me besó de improviso.

No parecía percatarse de que nos rodeaba una ausencia completa de privacidad. Tras una pausa, sentí cómo una de sus sonrisa crecía bajo mis labios.

— ¿Decías...? — Preguntó, con un tono pícaro en la voz.

— Andrés, no estamos precisamente...— Otro beso me hizo callar.

Lo golpeé en el pecho con la caja de antibióticos y un blister de pastillas se salió del interior. Robin ladró con fuerza, pensando que probablemente estábamos teniendo una discusión.

— ¡Ouch! — Se quejó — ¿Estas agrediendo a un enfermo?

Me enderecé e introduje el blíster en el interior de la caja. Saqué una de las pastillas del envoltorio y se la introduje en la boca. Él la tragó sin necesidad de agua.

— Estamos rodeados de gente, enfermo pervertido — Le increpé, riéndome.

— Yo no me puedo mover y tengo a mi alcance a la única persona que me muero por besar. No veo cual es el problema — Replicó Andrés, incorporándose para darme otro beso.

Puse el dedo índice sobre sus labios y lo detuve.

— Quieto — Le advertí.

Andrés elevó una ceja y sonrió, dispuesto a sacarme de quicio. Sin darme tiempo a reaccionar, sacó la lengua y lamió mi dedo como si estuviera comiéndose un helado.

Me levanté de inmediato, con la caja de antibióticos en una mano y la otra mano con el dedo índice cubierto de babas apuntando al cielo. Uno de sus brazos atrapó mi pierna para que no me fuera.

— Me las vas a pagar — Le susurré, abochornada.

— ¿Si? Tan arrepentido estoy, que me entrego para recibir el castigo — Su mano acarició mi pierna hasta llegar a la rodilla — Aquí me tienes.

Sintiendo mi corazón acelerarse, me deshice de su agarre y me alejé de él, poniendo distancia de por medio. El canalla tenía estrategias para conseguir lo que quería, pero tendría que pulir su modus operandi conmigo.

— Celia — Escuché que me llamaba Guadalupe.

La historiadora estaba concentrada afilando la hoja de un cuchillo, contra el borde de una piedra. Aquella noche no tenía las pupilas dilatadas y parecía tranquila. Fui hasta ella, tratando de ocultar el rubor que me había provocado el acercamiento con Andrés, y esperé a que iniciara la conversacion mientras Robin olfateaba sus pies.

— Ya no estoy bajo la influencia de la luna — Me informó, levantando la vista del cuchillo — No escucho vuestros pensamientos, mi fuerza se ha desvanecido y el chucho me tolera.

— Es estu...— Empecé a decir.

— Lo que quiero decir — Habló de nuevo Guadalupe, sin dejarme terminar — Es que puedo cuidar de mi misma, de Raúl y de Robin. No nos va a pasar nada.

— No lo du...— Coincidí.

— Lo que quiero decir — Volvió a interrumpirme — Es que quizás esta noche sea la más adecuada para que coja esa camilla, la arrastre a la selva y pase tiempo con el mentecato.

¿Enserio? ¿Guadalupe alcahueteando? Me quedé sin palabras.

— Lo sopesaré — Contesté, boquiabierta.

Ella volvió a concentrarse en afilar la hoja del cuchillo.

— Sopéselo, sopéselo — Murmuró.




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