Capítulo 30: Walkie talkie

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Día 18 de expedición
(Primera parte)

— ¿Me permitís un consejo? — Preguntó Guadalupe, mientras retirábamos con cuidado la vegetación que podíamos alcanzar con el machete, para apartarla de la pared rocosa del templo.

La noche anterior montamos dos carpas para iniciar la construcción del campamento base, justo en la planicie que había al final de la cuesta cubierta de matorral. Una de ellas era para albergar la zona de trabajo, y la otra constituía nuestros dormitorios. Fue la noche que mejor dormimos con total seguridad. Disponer de mosquiteras, somier plegable y techo, era todo un lujo.

Aquella mañana, Andrés se había marchado para buscar el material de utilidad científica que habían lanzado desde los helicópteros. La mayoría estaba protegido en el interior de maletines portátiles de aluminio, que con la luz del sol brillaban allá donde estuvieran y eran fácilmente visibles.

Nosotras mientras tanto, habíamos centrado nuestros esfuerzos en despejar la pared del templo en busca de pictogramas, y si teníamos suerte,
descubrir una entrada. Ya habíamos recogido un par de muestras de piedra para su datación.

La verdad es que me daba miedo que Andrés anduviera solo por la selva, pero por suerte llevaba el walkie talkie y nos contactaba cada poco tiempo para contarnos novedades.

— Claro, ¿de qué se trata? — Respondí, con curiosidad, mientras trepaba por la pared para alcanzar la raíz de una de las enredaderas.

— Deja de comportarte como una castradora — Explicó como si nada.

¿Como qué? ¿Una castradora? Resbalé de dónde está subida y caí al suelo. Por suerte, estaba a poca altura y me recompuse en un instante.

— Vaya, qué directa — Le dije, sacudiendome el trasero de tierra y levantándome del suelo.

La historiadora giró la cabeza hacia mi durante un instante.

— ¿Todo bien? — Dijo, refiriéndose a mi caída.

— Todo bien — Contesté, antes de retomar lo que estaba haciendo.

Ella también volvió a lo suyo.

— Como iba diciendo — Continuó hablando, mientras trabajaba — Está comportándose como una castradora. Ese hombre es re-lindo y se preocupa por usted ¿Por qué lo trata mal? Simplemente mándelo al carajo o aceptelo, pero no lo trate mal.

Se me cayó el machete al suelo. Ese comentario me había dolido y eso era fundamentalmente porque tenía, en cierto modo, razón. Ahora resulta que la  historiadora también era una terapeuta de relaciones amorosas.

— Es complicado — Musité.

— Siempre es complicado — Replicó ella — Hasta para él.

— Bueno, mi experiencia en el amor es corta, pero suficiente como para haberme dado cuenta que no quiero volver a sufrir. Simplemente trato de evitar que nos equivoquemos, y que si lo hacemos, no salgamos mal parados. No quiero perder su amistad.

— Llevan ya tres días sin darse los besos de buenos días;— Apostilló Guadalupe.

¡Pero bueno! La friki de los Chichimecas nos tenía bien controlados. Debíamos parecerle los protagonistas de una telenovela.

— El manglar era un sitio peligroso para ser cariñoso — Me excusé.

— Hacen buena pareja. Dele una oportunidad — Me animó.

— Se la he dado. Se la estoy dando — Afirmé, mientras la veía arrancar varias ramas de enredadera y apilarlas en el suelo — Él debe mantener su interés, si acaso es verdadero. Si es pasajero, se olvidará de todo esto en menos de una semana. La pasión y el enamoramiento son sentimientos volátiles.

— No si es la persona correcta — Me interrumpió.

— Créeme, conozco a Andrés. Es un mujeriego y no voy a permitir que juegue conmigo. Tengo mis miedos y él va a tener que aprender a convivir con ellos si de verdad siente algo por mi. Al igual que yo haré lo mismo con los suyos si la cosa sigue adelante. Así, juntos, nos liberaremos de ellos.

— Está bien. Simplemente quería darle mi opinión. Hemos visto la muerte de cerca y me parece una tontería verlos jugar al gato y al ratón.

La conversación terminó en ese momento y seguimos trabajando en silencio, pensando en nuestras cosas. Al llegar el final del día, nos decisimos de bastante cobertura vegetal. Andrés vino a ayudarnos a partir del medio día, de manera que avanzamos bastante. Nos topamos con arañas y serpientes, pero por suerte habíamos aprendido a detectarlas con facilidad. Al menos, nuestros conocimientos veterinarios nos permitían saber cómo manejarlas, para evitar males mayores.

Por la noche, cuando caminaba hacia la carpa-dormitorio después de haberme dado un baño con cubos de agua fresca, el canalla me estaba esperando en la entrada y me interceptó antes de terminar de aproximarme.

— Guadalupe ya está dormida y nosotros tenemos que hablar de eso — Me informó, tomándome de la mano para alejarnos un poco.

Caminé a su lado, hasta llegar a una zona donde habíamos decidido guardar los maletines y el resto de cajas vacías. Algo así como el trastero del campamento base.

— Bien, vamos a tener esta conversación porque me importas. Está mañana os he escuchado hablar sobre mi, y quiero aclarar algunas cosas.

Abrí los ojos de para en par.

— ¿Nos has escuchado? — Pregunté  molesta, y a la vez preocupada por si había dicho algo que pudiera haberle resultado ofensivo — ¿Nos estabas espiando?

— No ha hecho falta. Alguien se dejó abierto el canal del Walkie.

Maldito Walkie indiscreto.

Maldita historiadora listilla.

— Siéntate, castradora — Me pidió Andrés, antes de empezar.




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