Capítulo 34: Trifulca

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Día 20 de expedición

— Dejad de buscarla. No hay puerta — Dijo Andrés, con una gran carga de frustración en su voz.

Lo cierto es que probablemente no le faltaba razón. Llevábamos dos días y medio buscándola, sin éxito alguno.

— Esto es un templo, no un monumento esculpido en una pared de roca — Protestó Guadalupe — El mapa y las pocas menciones históricas de este lugar hablan claramente de...

— Podrían estar equivocados — La interrumpió Andrés, apoyando su espalda en la pared de piedra — ¿Cuántas veces se han iniciado excavaciones que no han ido a ninguna parte? Es más ¿Y si para ellos un templo es simplemente un punto de peregrinación?

— Eso es cierto — Afirmó Guadalupe — Pero cuando estamos hablando de que aquí hubo un asentamiento, eso no es lo normal. Los templos que erigían tribus similares a los Chichimecas, aunque no fueran nómadas, eran edificios poliédricos.

Andrés se separó incómodo de la pared de piedra sobre la que estaba apoyado, y se rascó la zona de la escápula. Luego volvió a apoyarse.

— Son teorías. Se trataba de un pueblo nómada y por lo tanto no estaba familiarizado en diseñar construcciones complejas — Siguió debatiendo con Guadalupe.

— Al ser un pueblo nómada y combatiente, conocía de primera mano la forma de vida de sus enemigos. Y cuando ganaban batallas, te aseguro que sabían diferenciar un templo de una casa cualquiera. Aniquilar primero a los chamanes o poderosos, les facilitaba las maniobras. Podían imitar esas construcciones.

Los veía discutir en la distancia, como si formaran parte de la escena de una película, comprendiendo el punto de vista de ambos. Sus argumentos eran razonables.

Andrés volvió a incorporarse molesto y a rascarse involuntariamente la misma zona de la espalda.

— ¿Un templo subterráneo? ¿Caras que emergen de la roca?¿Has visto eso antes? ¿Cuál es la tribu a la que imitan? — Replicó inteligentemente a la historiadora.

— Pues precisamente hay un templo en Bolivia, el templo de Twanaku, que...— Comenzó a rebatirle Guadalupe, sin dar su brazo a torcer.

Andrés continuaba rascándose la espalda, como si le hubiera picado algo.

— ¿Bolivia? ¡Ja! ¡Lejísimos!

Ya me estaban aburriendo, por lo que era hora de intervenir y mandarlos a freír espárragos.

— ¡Basta! — Les grité — A ver ¿Qué más da que haya o no puerta? Tenemos quince días para buscarla o confirmar que no existe ¿Cuál es el problema? No podemos volver antes, firmamos un contrato. Y además, paso de volver a atravesar el manglar antes de lo debido. Recabemos información y punto — Hice una pausa — ¿Y a tí qué diablos te pasa en la espalda?

Andrés se acercó a Guadalupe, sacudiendo el hombro de ese lado y ésta tocó su espalda, mirando después la palma de sus manos extrañada.

¿Qué pasaba? ¿Tenía una herida?

Me aproximé a ellos, preocupada, y pude comprobar con alivio que la espalda del veterinario tan sólo estaba cubierta por un líquido amarillento pegajoso.

— ¿Qué es eso? — Preguntó Andrés, mirando de reojo su espalda.

— Te has manchado con un líquido espeso. Me recuerda a la miel...— Le expliqué.

— ¿Miel? Solo hay una manera de averiguarlo, pruébala — Propuso Andrés.

¿Porqué diantres tenía de repente miel en su espalda? La olí. Los veterinarios teníamos la manía de oler las heridas, los oídos y la piel de nuestros pacientes, cuando sospechábamos de alguna patología. Así que hice lo mismo y me pareció que era miel.

— Yo no. Hazlo tú.

Y sin darle tiempo a reaccionar, le unte el líquido pegajoso en el labio inferior.

Andrés lo escupió, pero al hacerlo, tocó involuntariamente la sustancia con la lengua.

— Si, es dulce — Confirmó, lanzándome una mirada asesina — ¿Contenta?

— Me alegra que no sea caca de ningún animal — Dije, sin poder evitar reírme.

Mientras tanto, Guadalupe se había alejado a inspeccionar la pared donde Andrés había estado apoyado y la oímos gritar de emoción.

— ¡Sale miel de entre las rocas! ¿Lo ven? Se lo dije. Puede que no haya puerta, pero ahí detrás hay espacio suficiente como para formar una colmena. Esto es un templo.

— ¿Y si ahí dentro hay abejas, por qué no nos han acribillado?

De repente caí. No todas las abejas del mundo tienen aguijón. Las abejas melipas defienden a su reina y a su panal con el ruido del enjambre, pero no son agresivas.

— Son melipas — Dije — No pueden picarnos. Su miel es más transparente de lo normal, por eso el color de esa sustancia pegajosa nos había confundido.

— Y estas pequeñas solo anidan en madera — Añadió Guadalupe — Así que detrás de esta pared, amigos, hay una estructura de madera.

Nos quedamos en silencio.

— ¿Y porqué razón construir un templo sin puerta? — Preguntó Andrés finalmente.

— Para proteger algo en su interior - Contesté rápidamente.

¿Oro? ¿Joyas? ¿Tumbas de difuntos, como en las pirámides egipcias?

— O para no dejar que escape algo de su interior — Respondió con un tono de voz lúgubre Guadalupe.

Sentí escalofríos.

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