Capítulo 31: Chispa

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Día 18 de expedición
(Segunda parte)

Me senté sobre una caja de madera y crucé las piernas, para prestar atención a su discurso.

Andrés iba descalzo y llevaba pantalones cortos. Sus largas piernas, cubiertas de vello, eran muy musculosas. La camiseta le quedaba muy ancha y larga, como si fuera un niño que debía conformarse con ropa heredada. Su semblante era serio y no paraba de moverse de un lado a otro, nervioso.

Tan sexy.

— Bien, ahora que veo que has terminado con tu exhaustivo análisis - Terminó diciendo — Vamos a discutir punto por punto lo que hablasteis en mi ausencia.

Parpadeé varias veces y despacio, para tratar de desconcertarle.

— No hagas eso — Dijo Andrés, percatándose de mi táctica —Tus pestañas son preciosas, pero me despistan.

Ajá.

— Bien. Dijiste algo así como que lo que querías era ¿evitar que nos equivoquemos?

Asentí, sin añadir nada más.

— Vamos Lía. Equivocarse forma parte del crecimiento personal de uno mismo ¿no?

— Así es — Contesté.

— ¿Y porqué quieres evitar crecer? Pase lo que pase, nunca vas a perder mi amistad.

Descrucé las piernas y me moví incómoda sobre la caja.

— No evito crecer. Voy a intentar crecer marcando un ritmo, no dejando que la vida me dirija y me dé guantazos por ilusa — Le expliqué — Y no hagas promesas que no puedes mantener.

— Siempre vas a tener mi amistad — Repitió, deteniéndose un instante en cada palabra — Otra cosa es que al final decidas egoístamente que es mejor olvidarme, pero yo siempre estaré feliz de compartir mi tiempo contigo.

— Si esto no sale bien, uno de nosotros saldrá herido...o habrá anhelos que la amistad no podrá soportar. Será un antes y un después — Confesé, insegura.

— Estoy de acuerdo, pero no hay otra manera. Ya hemos dado un paso, y llegaremos hasta donde los dos queramos llegar. Nada forzado. Todo a su tiempo. Reversible, no irreversible.

— Cocinando lento.

Ese pensamiento se me escapó de los labios sin querer. Andrés se acercó a mí, me tomó de la mano y me besó en el dorso de forma cariñosa.

— Cocinando lento — Dijo sonriendo — A mí me gustas así.

Me ruboricé de inmediato.

Él soltó mi mano y dio un paso atrás.

— Luego esta el tema de los besos de buenos días. He estado contando los días que hemos desperdiciado en el dichoso manglar. Necesito recuperarlos.

Dicho esto, me miró directo a los ojos y volvió a dar un paso al frente.

— ¿Ahora? — Pregunté, conteniendo la respiración.

Pom, Pom, Pom. Ya estaba mi corazón queriendo salir a dar una vuelta.

— Ahora — Propuso, sonriente — Si tú lo deseas.

Entonces, tomé la determinación de intercambiar nuestros papeles.

— ¿Tres besos seguidos?

— Tres besos seguidos.

— Vale, pero con una condición — Dije, levantándome de la caja y poniéndome en pié.

Nuestros cuerpos quedaron pegados, e inmediatamente Andrés apoyó sus manos en el borde de la caja de madera, justo a ambos lados de mi cintura, atrapandome en un espacio reducido entre sus brazos y el pecho. Parecía un baile ensayado.

Celia, guapa, a ver cómo sales de esta.

— ¿Cuál, mi querida troll calva? — Preguntó Andrés.

Su voz adquirió un tono ronco.

— Yo te los doy a ti — Respondí, haciendo caso omiso a los apelativos — Siéntate donde yo estaba.

Pareció pensárselo. Un tiempo después, que me pareció una dulce eternidad, inclinó la cabeza ligeramente hacia delante, negando como si se hubiera rendido.

Puso sus manos en mi cintura y me levantó en el aire para, seguidamente, ocupar mi sitio.

La madera hizo ruido bajo su peso.

No dijo nada. Sus ojos viajaron de los míos, a mis labios. Impaciente.

Me acerqué y sostuve su rostro con mis manos. Luego, deposité un beso en su frente, otro en su nariz y otro en su barbilla.

Andrés cerró los ojos y soltó una pequeña carcajada, divertido.

— Supongo que después de esto, yo también podré besarte por las mañanas donde quiera...— Bromeó.

Sin pensarlo demasiado, apoyé mis manos en sus rodillas y tomé impulso para alcanzar sus boca. Le besé inesperadamente, de forma acompasada y breve. El respondió del mismo modo.

Luego me separé, tomé aire y me di la vuelta para marcharme. Ahora mismo tenía una hoguera en mi interior abrasandome las entrañas y era mejor escapar ipso facto del improvisado trastero.

— ¡Eh Lía! — Escuché que decía Andrés, a lo lejos — ¡Y que quede claro! ¡Contigo no juego, voy muy enserio!

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