Capítulo 37: Madriguera

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Día 21 de expedición
(Tercera parte)

Lía, troll, pequeña troll, troll calva...

¿Cuando volvería a escuchar esas palabras de su boca? ¿y sus bromas?¿Volvería a ser el mismo despues de aquello? Es más ¿Volveríamos a ser todos los mismos? ¿Estaba el equipo destinado a fracasar?

Dimos un par de pasos para profundizar en el recorrido, tratando de no resbalarnos ni quedar pegadas en la miel que cubría el suelo. Las abejas pasaban a nuestro lado y se posaban en nosotras. Habíamos tenido que cubrir nuestra nariz y nuestros oídos con trozos de tela para evitar que se introdujeran por esos orificios con la intención de ahuyentarnos. Las abejas melipas no tenían aguijón, pero tampoco eran tontas. Si querían defenderse de un intruso, estaban muy bien entrenadas.

Me parecía totalmente injusto estar dentro del templo, admirando la arquitectura apícola y haciendo un rápido reconocimiento de su contenido, en lugar de correr a poner a salvo a Andres. El tiempo vale oro cuando estás en manos de gente sin escrúpulos. Y muchas veces, dejar escapar una oportunidad, es dejar escapar la vida. Nosotras éramos su única baza ¿Y encima nos dedicábamos a jugar a ser exploradoras?

Era cierto que si lo liberábamos, provocaríamos que nuestros enemigos nos siguieran como sabuesos, por lo que si queríamos investigar lo que fuera del templo, tenía que ser antes de dar ese paso; pero eso no lo hacía más fácil ni menos inhumano.

El zumbido de las abejas nos acompañó durante todo el trayecto, hasta que pasamos por un túnel estrecho, donde el agua de la tierra se filtraba y formaba una especie de cascada. Las pequeñas gotas de agua caían en vertical, creando una fina lamina de agua. Los cadáveres de las pocas abejas que de habían aventurado atravesar esa zona, yacían en el suelo, ahogadas.

Sin siquiera necesitar intercambiar palabras, Guadalupe y yo traspasamos la cascada. El agua cayó fría sobre nuestro pecho, cabeza y espalda, insuflándonos ánimos.

El silencio nos recibió al otro lado de la pantalla de agua. En ese momento, aprovechamos para deshacernos de los trozos de tela que hasta ahora habían protegido nuestra nariz y oídos de las abejas melipas. Por fin pisamos suelo firme y podíamos caminar a mas velocidad.

Conseguimos ver el color de las paredes. Sin miel, ni cera que la cubriera, el color de la piedra se volvía gris opaco. Había dibujos en su superficie, hechos en negro y de vez en cuando, según la importancia que se le quisiera dar a lo representado, se añadían colores más llamativos. La gama de colores era amplia: rojo, ocre, azul y blanco. Junto con sus mezclas.

- Mira, aqui simplemente relatan su llegada a esta región y sus costumbres agrícolas - Señaló Guadalupe, con perlas de sudor cubriéndole la frente - Hay varios cocodrilos del manglar representados. Para ellos, es un ser que les recuerda a la vida, la tierra, todo lo anciano, lo duradero, lo fértil. Los reptiles llevan mas en este mundo que cualquier otra especie. Tal vez tomaron su presencia como un buen augurio.

- Es curioso, para mi su presencia significa el peor de los augurios - Respondí, mientras tomaba aire.

La humedad alli era muy intensa, por lo que resultaba complicado respirar sin experimentar un poco de asfixia.

- Vamos - Dijo Guadalupe - Me quedaría aqui a vivir, pero tenemos prisa.

Despues de pasar por la entrada del templo, donde estaba el panal de abejas, e introducirnos en ese túnel estrecho, el camino serpenteaba sin fin. No teníamos a penas luz, y me preguntaba si asi es como se sentían los antiguos indígenas cuando visitaban aquel lugar. Pequeños, temerosos e indefensos.

De repente, un ruido metálico atrajo nuestra atención. Era un repiqueteo constante y lejano, parcialmente oculto por el siseo producido por el paso del viento.

- ¿Qué crees que es eso? ¿Lo oyes? - Pregunté en voz alta.

Guadalupe asintió, pero se encogió de hombros sin contestar. Debíamos estar cerca de la salida del túnel y era probable que hubiera algun tipo de comunicación con el exterior, como para provocar que el viento circulase de esa manera y arrastrase los objetos con los que entraba en contacto.

- Detente - Pidió la historiadora poco después, en uno de los giros del túnel - No veo bien, pero no creo que me equivoque si te digo que en este tramo hay gran cantidad de cabezas con turbante pintadas.

Estaba tan ensimismada tratando de alcanzar la salida, que no me había dado cuenta de nada. Efectivamente, alli estaban nuestros siniestros amigos.

- ¡Vaya! - Exclamé, dilucidando algunas formas - Es cierto. Han resaltado con lineas la extraña textura de su piel.

Todas esas cabezas tenían numerosos círculos blancos, con reflejos plateados, flotando a su alrededor. De lejos, la sensación era como si mirásemos un cielo estrellado.

- ¿Qué serán esos círculos? ¿Algun tipo de ritual Chichimeca incluía juego de luces?

- Lunas - Respondió Guadalupe al instante, como si esperase mi pregunta - Fases de luna llena.

- ¿Y qué pasa en luna llena?

Celia, no hagas preguntas de las que no quieras saber la respuesta.

En luna llena pasan muchas cosas. Cosas buenas y malas. No tiene que ser todo malo ni estar relacionado con brujería o magia oscura. Hay, por ejemplo, mayor incidencia de partos. Por no hablar de que son noches que permiten mayor agudeza visual, sobre todo en ojos tan torpes como los de las personas ¿Serían representaciones de cazadores nocturnos?

Guadalupe se limitó a soltar una carcajada y continuar avanzando por el túnel como si todo lo que viera fuera lo más normal del mundo.

Me quedé quede quieta por un instante ¿Qué se supone que era tan gracioso?

- Celia, tiene que ver esto - Escuché que decía la historiadora en la distancia.

Su voz resonó como un eco.

Caminé hacia donde creía que se encontraba la silueta de Guadalupe y, cuando la alcancé, contuve el aliento. Tuve que agarrarme de su brazo para controlar la impresión que me causó lo que vi al terminar de recorrer el túnel.

El final del túnel de los pictogramas, desembocaba en un gigantesco Cenote ¡En un cenote! Una cueva circular con agua de manantial en su interior. A diferencia de lo que era habitual, en aquel cenote solo se adivinaban tres entradas de luz, incomunicadas, en su techo. Estaba prácticamente cubierto, lo cual constituía ya de por si una rareza.

Pero lo realmente raro no era eso. Lo raealmente raro es que la roca que rodeaba el agua y conformaba el hermoso Cenote, hubiera sido agujereada como si se tratase de un queso emmental. En el margen de una de esas aperturas, colgaba una cadena metálica, que golpeaba la roca con el movimiento del viento.

Los Chichimecas habían construido grutas en el interior del cenote.

- Hemos encontrado las verdaderas madrigueras - Anuncié, estupefacta.

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