Capitulo 47: Cruda realidad

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Dia 26 de expedición
(Primera parte)

¿Vanila?

No sabia si seguir comiendomelo a besos o darle consejos sobre cómo evitar caer en la cursilería. En cualquier caso, hay que reconocer que era un piropo romántico y original. Justo lo que había pedido, asi que no debía quejarme. Me trajo recuerdos de la flor de vainilla que había dejado guardada en un pequeño envoltorio transparente, dentro de la carpa que usamos como dormitorio en el campamento del templo. Probablemente habria sido presa de las llamas.

Cuando me levanté aquella mañana, Guadalupe no había regresado y Andrés seguía dormido. Me aparté de él con cuidado de no despertarlo y busqué a nuestro alrededor una planta de hojas anchas. Una vez la encontré, utilicé el agua que impregnaba sus hojas para limpiarme la cara. Respiré hondo, disfrutando de la sensación refrescante que había dejado el agua sobre mi piel.

Curiosamente, ya no me dolía el ojo que aquellos indeseables me habían golpeado días atrás. A esas alturas de la expedición, podía ver las cosas sin que tuvieran un tono ambarino. Notaba, eso si, una especie de neblina cubriendolo todo.

Cuando terminé, caminé en dirección a donde estaba Andrés para comenzar a asearle y colocarlo sobre la camilla. Iba tan ensimismada, que al principio no supe cómo reaccionar cuando llegué a su lado y vi a la extraña criatura. Era de color oscuro, pequeño tamaño y se acercaba al veterinario con cautela. Se movía en círculos y elevaba el hocico para olfatear al humano en la distancia.

Andrés estaba dormido y no se daba cuenta del peligro que corría. De forma automática, tomé el arma del bolsillo y pensé en ahuyentar a la criatura lanzando un disparo al aire.

— No estarás pensando en disparar a mi amigo ¿Verdad?

La voz de Guadalupe, que apareció de la nada de improviso, hizo eco en el silencio que imperaba y provocó que Andrés se espabilara. Todavía amodorrado, abrió los ojos y se mostró sorprendido por la presencia del extraño visitante de color oscuro. Al mismo tiempo, la criatura se giró a mirarme.

Tenía unos ojos de color café, inquietos, que me resultaron familiares.

— Oh, Dios mío — Musité, sin poder creerlo.

Al escuchar mi voz, la criatura sacó el rabo de entre sus piernas y empezó a moverlo con energía. La pistola se me cayó al suelo y experimenté una alegría inmensa.

— ¡Robin! — Lo llamé entusiasmada.

El perro se acercó corriendo y empezó a saltar sobre mi, lanzando lametones en distintos puntos de mi cara y gemidos de excitación. Me tumbé en el suelo tratando de abrazarlo, pero se escurría una y otra vez, como una lagartija.

— ¡Yo también te he echado de menos bichito! — Le dije.

El cuerpo de Robin estaba cubierto de barro, no paraba de rascarse la espalda con las patas traseras y tenía algunas heridas en la piel. Pero por lo demás, no lo encontré nada mal ¿Cómo diantres había acabado mi perro en mitad de la selva, cuando debía estar al cuidado de la persona que se había hecho cargo de el? ¿Cómo había podido sobrevivir?

Me giré hacia Guadalupe tratando de obtener respuestas, y vi que cargaba en su hombro el cuerpo de una persona.

Me levanté alarmada y me acerqué hasta ella, seguida de cerca por Robin.

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