Capitulo 54: Indiscreción

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Dia 28 de expedición
(Segunda parte)

Estás perdida.

Respiré con esfuerzo. Mi corazón palpitaba más fuerte que los ladridos de Robin.

Estar en los brazos de Andrés en un lago rodeado de papagayos de alas azules, era ciertamente romántico.

— ¿Qué haces? Acuerdate de que tenemos público — Le dije, tratando de que imperase la razón.

Andrés levantó una ceja y torció la sonrisa, soltando mi muñeca para rodearme la cintura con sus brazos.

— ¿Te da miedo que el público vea cómo te enseño que hay cosas mejores que las pizzas barbacoa? — Susurró en mi oido — Esta piedra es lo suficientemente grande para no ser indiscretos.

Luego volvió a separarse y fijó sus pupilas en mis ojos.

— Para empezar, no creo que haya nada mej...

Mi réplica se vio interrumpida por un beso. La poca cordura que me quedaba, acababa de esfumarse a otra dimensión. Le respondí de forma automática, sacando mis manos del agua para apoyarlas a ambos lados de su cuello y acercarlo más a mi.

— Celia — Escucharlo decir mi nombre al separar nuestros labios, me resultó simplemente maravilloso — Quiero proponerte algo.

Sonreí. Me temblaban las piernas.

— ¿Qué propuesta es esa? — Le pregunté, intrigada.

— Pretendo quitarme la camiseta y dejar que te aproveches un poco de mi — Confesó, devolviéndome la sonrisa — Si te parece bien.

Si te parece bien.

Esa frase resonó doblemente en mi cabeza debido a su alto contenido en ternura. Me estaba pidiendo permiso para subir un escalón mas en nuestro nivel de intimidad, aunque lo de quitar la camiseta le pareciera muy básico. Andrés respetaba mi libertad, sin forzarme a ser simplemente receptora de sus deseos.

¡Minipunto positivo!

Le respondí con otro beso, suave y sincero, que el correspondió al instante.

— ¿Eso es que si? — Murmuró, apoyando su frente contra la mia.

Asentí y bajé las manos hasta llegar a su cintura, para agarrar el borde de la tela de su camiseta. Noté que su abdomen se encogía al sentir mi contacto. La calidez de su piel era atrayente.

— ¿Tu tambien sientes que te derrites, a pesar de estar dentro del agua?

Andrés dejó escapar un suspiro.

— Siento como si estuviéramos dentro se una olla en plena ebullición — Contestó, sin pensarlo dos veces.

Se separó un instante, para ayudarme a deshacerme de su camiseta y luego me la quitó de las manos. La hizo un gurruño y se la lanzó a Robin, que saltó para atraparla al vuelo y comenzó a sacudirla como si fuera el más fiero cazador de la selva.

— Así lo tendremos entretenido y dejará de ladrar como un auténtico exterminador de tímpanos.

Me reí, a pesar de ver al veterinario acercarse de nuevo a mi, con determinación, y que se me cortase la respiración.

— Ven aqui — Dijo Andrés, tomándome por las muñecas y llevando mis manos hasta su cuello.

Me colgué de el y dejé que mis piernas flotaran. Andrés colocó de nuevo sus manos en mi cintura, sosteniéndome con cuidado y haciendo que nuestros cuerpos se aproximaran. El simple hecho de estar tan cerca suya, hizo que un gemido involuntario brotase de mis labios, lo suficientemente bajo para no ser escuchado. Me mori de verguenza.

— Quiero que te vayas acostumbrando a mi cuerpo — Declaró, bajando la voz y mostrando una expresión repentinamente seria — Desliza tus manos sobre mi.

Sin poder siquiera creer lo que estaba ocurriendo, dejé caer mis manos y las fui moviendo sobre su piel aterciopelada. Palpé delicadamente la forma de sus hombros, la anchura de sus brazos, sus músculos, el vello que cubría su pecho, su duro abdomen y su ombligo. En el camino, me fui tropezando con algunas cicatrices.

Andrés cerró los ojos y apretó su mandíbula.

— ¿Todo bien mi capitán? — Le pregunté, mientras besaba uno de sus hombros.

De repente, me sentí empujada hacia la piedra y mi espalda chocó contra la roca. Solté un quejido por la sorpresa.

— Todo muy bien — Respondió Andrés, mirándome con intensidad. 

Apoyé mis manos en su pecho, hecha un manojo de nervios. Estaba muy cómoda a pesar de notar que mi cuerpo quedaba atrapado bajo el suyo, pero me costaba trabajo controlar el temblor de mis manos.

— ¿Puedo? — Preguntó acto seguido el veterinario, con voz entre cortada.

La pregunta era demasiado confusa.

— ¿El qué? — Conseguí decir, con un hilo de voz, medio mareada.

Andrés escondió su cabeza en mi pelo, oliendo suavemente. Un cosquilleo me recorrió la nuca.

Se tomó su tiempo para responder.

— Tocarte.

¡Si!

Venciendo mi verguenza, bajé mis manos lentamente hasta el final de su espalda y recorrí sus brazos, hasta llegar a donde descansaban sus manos en mi cintura. Luego, hice que se las deslizara por debajo de mi camiseta.

Andrés me besó, sonriendo, justo debajo de la oreja. Dejé mis manos apoyadas en la piedra, mientras me concentraba en disfrutar de las miles de sensaciones que se liberaban en mi piel. No sabía que el tacto podía llegar a ser tan poderoso.

Contra todo pronóstico, en lugar de fijar su atención en la zona más voluptuosa de mi pecho, Andrés extendió sus pulgares sobre mi abdomen y lo acarició con movimientos circulares. Después, giró la palma de sus cálidas manos, para seguir el contorno de mi silueta.

— Eres perfecta — Murmuró.

Pasó rozando sutilmente la parte baja de mis pechos y rodeó mis hombros. Me estremecí, escondiendo mi rostro también en su cuello.

— Ey — Dijo notando mi turbación — ¿Como te sientes, Celia?

Solté un suspiro y me reí.

— En las nubes.

Andrés acercó su cara a mis labios y me besó justo en la comisura de la boca.

— ¿Y qué me dices ahora de las pizzas barbacoa?

Lo miré a los ojos.

— Que debo cambiar urgentemente de dieta.

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