Capitulo 23: Desniveles

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Dia 11 de expedición

A la mañana siguiente, cuando recogiamos las cosas para empezar la ruta, Andrés apareció de la nada y me besó en la frente.

— Buenos dias — Había dicho, para luego seguir haciendo lo que sea que estuviera haciendo y dejarme allí plantada con cara de poker.


Me llevé una mano a la frente y sonreí.

Eso había sido dulce, si señor.

Realicé las curas a Guadalupe en su espalda y nos pusimos en marcha. La piel de la pobre mujer continuaba muy inflamada. Me preguntaba qué clase de objeto punzante habían usado para herirla, esperaba que no fuese tipo arpón o flecha. Esas heridas tendían a generar abcesos profundos.

Esta vez, ibamos los tres caminando a la misma altura, abriendonos paso entre la maleza. Yo iba poco a poco abriendo más el ojo, aunque la mayor parte del tiempo prefería mantenerlo cerrado.

— ¿Y bien? ¿todo okay entre ustedes? — Preguntó Guadalupe, refiriéndose a nuestra conversación privada.

— Mejor que nunca — Respondió brevemente Andrés.

Sin decir nada más al respecto, proseguimos la marcha. En esa parte de la selva abundaban las plantas bajas, por lo que se hacía dificil saber dónde poníamos los pies. Sobre las hojas de esas plantas, vigilando su territorio, vimos ranas de diversos colores. Sapos verdes, ranas de pico de pato y un precioso ejemplar de rana crestada. Estaba deseando que tuviéramos la suerte de poder ver un ajolote. Esa especie de salamandra, era una verdadera rareza y estaba en peligro de extinción. Tenía una especie de corona en los laterales de su cabeza, que en realidad eran branquias, y en libertad solían mostrar un color de piel parduzco. Si eso llegaba a ocurrir, gastaría la memoria de la cámara fotográfica de José María.

Suspiré.

Nos detuvimos como siempre a almorzar, y nos dimos cuenta de que pronto tendríamos que empezar a cazar. Peces, anfibios o lo que fuera. Necesitábamos más proteína. Lo malo es que ninguno de nosotros tenía experiencia en eso. Habría que echarle imaginación al asunto.

Por la tarde pasamos por una zona empantanada, donde el agua casi nos cubria hasta la mitad del muslo. Era un tramo muy estrecho, como de dos metros, que debíamos cruzar. Sinceramente, era imposible ver qué había debajo de esas aguas y nos daba miedo terminar devorados o ahogados.  Así que acampamos en aquella zona, mucho antes de que cayera la noche, y nos centramos en fabricar un puente de cañas. Un puente reforzado por varias láminas de cañas entrecruzadas. Lo bastante ancho como para no caernos si dábamos un traspié o lo golpeaba algún animal acuático.

Cuando buscaba las últimas lianas con Guadalupe, para terminar de darle soporte al puente. La perdi de vista repentinamente y escuché como resbalaba.

Me giré, intentando averiguar su paradero y descubrí un agujero profundo en el suelo.

Un grito aterrador se escuchó en el fondo.

— ¡Saquenme de aqui! — Oí que pedía Guadalupe.

Aparté las ramas que tapaban el agujero y pude verla tratando de escalar por la pared del hoyo, pero se caía una y otra vez. Miré las lianas de mis manos y pensé que quizás fuera conveniente darles otro uso. Como por ejemplo, crear una cuerda para sacar a la pobre de Guadalupe de alli.

De repente, vi algo moverse dentro del hoyo, cerca de ella. Ella corrió espantada hacia el otro extremo. Un tapir. Un indefenso tapir alli atrapado. Otra dichosa trampa de furtivos.

— ¡Socorro! ¡Me quiere atacar! — Chilló Guadalupe asustada.

Esos animales podían causar heridas graves si estaban a la defensiva, yo habria reaccionado igual. Mientras ellos jugaban al gato y al ratón, traté de anudar las lianas lo más rápido posible.

— Deja eso y ayúdame con esto — Dijo Andrés a mis espaldas.

Casi me da un infarto.

— ¿De donde sales? — Me giré sobresaltada.

— He escuchado los gritos de Guadalupe y he venido corriendo — Decía, arrastrando el puente de cañas que habíamos construido — Ayúdame a empujar esto dentro del hoyo.

Arrastramos el puente por el suelo y lo descolgamos hasta hacerlo entrar en el hoyo. Esto ayudó a separar momentáneamente a Guadalupe del tapir. La historiadora no desaprovechó la oportunidad y empezó a subir agarrándose a las cañas. Cuando por fin estuvo a mi alcance, le ofrecí mi mano y la ayudé a sobrepasar el borde del agujero.

Menos mal, todo había acabado bien. Guadalupe sólo tenía algunas magulladuras.

— Gracias por ayudarme — Murmuró, cansada por el esfuerzo — Creo que ese pequeño tapir me ha hecho perder unos cuantos kilos.

Me asomé y lo vi tratando de atravesar el puente de cañas con su hocico en forma de trompa.

— Bien, ahora nos toca sacarlo a él — Declaré.

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