Capítulo 29: Linaje

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Día 17 de expedición

Las heridas de la espalda de Guadalupe por fin sanaron y se pudo colocar la mochila de la forma normal. La nariz de Andrés el muy canalla tenía un aspecto bastante positivo y su dedo mostraba menos inflamación que los días anteriores. ¿Y sobre mi ojo? Bueno, podía abrirlo, cerrarlo y ya no me molestaba la luz. Seguía viendo borroso, pero ya me estaba adaptando y prácticamente no me paraba a pensar que lo tenía mal.

Y además, por fin llegaríamos a nuestro destino. Lo único que quería hacer al llegar era hidratarme, comer, montar las carpas del campamento base y dormir profundamente bajo la protección de sus paredes de lona.

Como cada vez estábamos más cerca, nos encontramos más comida desperdigada por el suelo. Las provisiones que habían lanzado envueltas en una especie de papel, estaban sirviendo de festín para las hormigas. Eso, o ya no quedaban más que restos que habían sido roidos por otros animales más grandes.

Por suerte, algún cerebro pensante lanzó latas en bolsas almohadilladas y sobre todo, comida en el interior de tuppers. Recogimos todo cuanto vimos y estuviera accesible, de manera que íbamos mejor pertrechados que nunca.

A tan sólo un par de kilómetros de distancia del templo, el suelo cambió y el manglar fue poco a poco pasando a convertirse de nuevo en un bosque tropical. Dejé que un poco de tranquilidad me arropara. Daba gusto pisar tierra y ver árboles con sus raíces escondidas. Sólo esperaba que a nuestro regreso, esos seres semi acuáticos de ojos plateados, ya se hubieran olvidado de nosotros.

Cuando Guadalupe guardó el mapa, se detuvo, elevó las manos hacia arriba e inhaló el aire como si mantuviera una especie de conversación invisible con los espíritus de los Chichimecas, supe que ya habíamos llegado. 

— Antes de continuar, quisiera recordarles que la palabra Chichimeca significa Linaje de lobos o perros. Y qué en la aldea donde estuvimos, nos informaron de que hubo algo oscuro que acabó por exterminarlos.

Hizo una pausa antes de continuar.

— En esta expedición tal vez tengamos la oportunidad de descubrir los misterios de su Templo del Alma de fuego, pero mantened los ojos bien abiertos.

Joder. Gracias Guadalupe. Qué poco me ha durado la tranquilidad en el cuerpo.

— Deme el machete, si no le importa — Le pidió a Andrés, que era el que hasta ahora había ido abriéndonos camino entre la maleza — Y si sufro una ataque de emoción, no le autorizo a besarme.

Tuve que reírme.

El veterinario sonrió y le cedió a la historiadora lo que le pedía. Entonces ésta se adentró, creando un túnel, en una zona de mucho espesor.

Andrés agachó la cabeza y me cedió el paso.

— Tú primero, troll.

Ajá, muy caballeroso.

Del otro lado, el suelo se inclinaba en una cuesta infinita, donde había crecido mucho matorral, hasta llegar a una zona más plana de donde emergía una pared rocosa, cubierta a su vez de plantas enredaderas.

¿Un templo subterráneo?

— Es curioso que lo llamen Templo del Alma de fuego, cuando resulta que está escondido en la tierra y protegido en la penumbra — Escuché que decía Guadalupe, sentada en el suelo justo al inicio de la cuesta, contemplando lo que había delante nuestra.

— Es como una madriguera — Comentó Andrés.

Exacto. Una madriguera, como lo haría un perro o un lobo...o los de su linaje.

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