Capítulo 28: Sorpresa nivel 2.0

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Día 16 de expedición

Una lata. Había una lata de tomate aplastada y rezumando su contenido sobre una de las orillas del manglar.

— ¿Vieron eso? — Señaló Guadalupe.

No quisimos acercarnos. A pesar del hambre que teníamos, ya había un grupo de coatís zampandosela encantado.

Qué animales tan hermosos. Cara de tejón, cuerpo de gato y cola de ardilla. Además eran súper sociables. Allí estaban todos, con sus colas apuntando al cielo, turnándose para probar el líquido rojo, que salía sin parar de esa cosa extraña metálica que habían encontrado. Cada vez que la lata rodaba hacia un lado debido a los incesantes lametones, se apartaban cautelosos como si temieran que cobrara vida.

— No se están dando cuenta — Dijo Andrés, situado detrás nuestra.

Pegué un respingo.

¿De qué? Esa lata debía de saber a gloria. Hasta yo tenía la boca llena de saliva.

— No imaginaba que los pizotes estuvieran dentro del menú de los manigordos — Susurró la historiadora.

Vale, pizotes era la forma que los autóctonos usaban para referirse a los coatíes ¿pero qué era un manigordo? ¿estaba a punto de conocer la versión sudamericana del Big foot?

De repente, lo vi moverse lentamente. Agazapado en la distancia, midiendo su salto. Un felino de manchas negras y ojos enormes. Un ocelote.

— Vaya ¿qué hacemos? Sé que es mejor no intervenir porque estaríamos alterando el equilibrio de la selva, pero por otra parte esa lata tampoco debería estar ahí distrayendo a los coatíes. Es injusto ¡y esos coatíes son tan adorables! — protesté bajito — Tal vez podríamos ahuyentar al ocelote y que se los coma cuando ya no estemos.

Andrés se puso un dedo en la boca y me indicó que permaneciera en silencio.

— Espera. Ellos también saben defenderse — Dijo.

Así que nos quedamos contemplando la escena en la distancia, sin movernos. El ocelote avanzando como un auténtico experto cazador y los coatíes ignorando su presencia. Definitivamente, los guardianes o vigías del grupo se merecían un tirón de orejas. No estaban haciendo bien su trabajo. No señor.

Ya era medio día y justo habíamos hecho una parada para almorzar algunos frutos que habíamos guardado en las mochilas antes de adentrarnos en el manglar.

— Ya está muy cerca — Opinó Guadalupe.

Efectivamente. Instantes después, el ocelote saltó sobre uno de los coatíes y lo sujetó por el cuello. Pero si eso hubiera sido todo, estaríamos viendo un puto documental de National Geographic y no sobreviviendo a una expedición en mitad de la selva.

De repente, cuando el grupo de coatíes se disponía a defender diligentemente a su amigo, que luchaba por liberarse de los dientes del ocelote emitiendo pequeños chillidos y arañándole con sus uñas, todo salió literalmente volando. Todo. Todo volando a cámara lenta. Sí, exactamente como si hubiera habido una especie de explosión y saltaran pedazos por doquier.

La superficie del agua se rompió y, sin previo aviso, un enorme cocodrilo salió de su interior con la rapidez de un proyectil. El ocelote saltó en el aire con el coatí atrapado en su boca, improvisando una espectacular pirueta para evitar las fauces del reptil, y el resto del grupo de pequeños mamíferos reaccionó saltando al unísono antes de dispersarse.

Evidentemente, el ocelote soltó al coatí justo antes de caer al suelo y huyó despavorido. El cuerpo del coatí, aún vivo, golpeó el agua cerca de la orilla y el cocodrilo trató de girar sobre si mismo para alcanzarlo. La pobre víctima consiguió escabullirse subiéndose transitoriamente sobre el dorso del reptil, para llegar a tierra, y se refugió en las raíces de un mangle cercano.

Ese coatí, había gastado de un plumazo sus siete vidas.

El cocodrilo se sumergió de nuevo y lata quedó flotando en un suave vaivén en el agua, como si no hubiera ocurrido nada.

No me di cuenta de que estaba gritando a pleno pulmón hasta que sentí las manos de Andrés taparme la boca.

— ¡Cálmate Lía! — Decía.

Flash back. Me recordó a aquella noche de la emboscada, cuando vino a rescatarme, solo que esta vez no podía dejar de gritar y gritar. Mi empatía me estaba jugando una mala pasada y en un instante yo misma me había sentido el objetivo de aquel inmenso cocodrilo. Estaba sufriendo una crisis de pánico.

Estupendo Celia, eres la reina del drama.

Debemos... tomar agua y mojarle la cara para que se recupere...— Propuso Guadalupe, impresionada por lo sucedido con el cocodrilo y con lo que me estaba ocurriendo a partes iguales.

Entonces Andrés decidió que la mejor opción de todas era dejar de taparme la boca con sus manos y hacerlo con su boca.

Vamos, que me besó. Que Andrés, el muy canalla, me estaba besando. Justo allí, en un manglar infestado de cocodrilos, conmigo gritando como una posesa y Guadalupe mirando sorprendida.

Anda, eso se sintió bien.

Desde luego, consiguió el efecto que se pretendía, desconectarme de la crisis de pánico que se había apoderado de mi.

A la vez, de alguna manera, cuando recuperé el sentido, me creí traicionada y mi mano respondió al instante dándole una bofetada, cuando nos separamos.

Nos quedamos mirándonos frente a frente. Yo con la cara roja de la vergüenza y el con la mejilla roja por su osadía.

¿Enserio ese era el mejor momento para darnos nuestro primer beso?

Bueno, supongo que eso también vale — Observó Guadalupe de fondo.

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