Capitulo 58: Temperatura

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Día 31 de expedición

— ¡¿Cómo?! — Exclamé sin salir de mi asombro.

La camilla que habíamos fabricado para Andrés era cómoda para viajar, pero no para estar sentada sobre ella todo el dia, por lo que cuando me bajaron al suelo, salté y me acomodé directamente sobre la tierra dejando descansar mi espalda y mi trasero de la línea de cañas anudadas.

La cabeza me seguía ardiendo y la pierna me latía de una forma desagradable, generando un dolor ininterrumpido que solo mejoraba cuando me realizaban las curas y bajaba transitoriamente el nivel de inflamación de la zona. Por suerte, las heridas que me había provocado el jaguar no emitían secreciones demasiado preocupantes, por lo que el antibiótico me estaba sentando bien.

Me llevé una mano a la frente para apartarme los pelos de la cara y mirar a mi interlocutora, ligeramente mareada.

— Lo que oíste — Dijo Guadalupe, arrodillándose a mi lado — Ayer estuve hablando con Naran a cerca de lo que encontramos en el templo. Me contó que a ellos también les afecta la luna.

— ¿Qué quieres decir? — Pregunté atónita — ¿Los cuatro rescatistas tienen tu don? Pensé que lo que te ocurría a ti era una rareza.

Guadalupe asintió.

Maravilloso. Cinco personas movidas por una energía ancestral animal, un perro doméstico y tres humanos huyendo a través de la selva para encontrar un refugio ¿Cuánto duraría la armonía?

— Yo también lo pensaba Celia — Confesó — Son las primeras personas que conozco que también sufren la influencia de la luna. Pero por lo visto en esta zona no es algo insólito, y en todas las aldeas hay gente...peculiar. Se llaman a sí mismos cazadores.

La historiadora dejó caer su peso hacia un lado y se sentó, en lugar de seguir arrodillada.

— Lo raro es que le pase a una mujer — Musitó, dejando sus ojos fijos en la nada.

Contuve el aliento. Recordé cómo Naran se había referido a Guadalupe como Metztli y cazadora en distintos momentos.

— ¿Le has dicho lo que te pasa? — La interrogué - ¿Te fías de ellos?

La historiadora desvió sus ojos hasta los mios por un instante, para luego volverlos a enfocar en otro sitio.

— No se lo he dicho. Ya te dije que sospecho que lo sabe, por eso está siendo tan sincero conmigo — Contestó — Y con respecto a tu segunda pregunta, no. Todavía no me fío de ellos. Sin embargo, antes de ayer, cuando te atacó aquel jaguar, demostraron defendernos como si fuéramos parte de su manada. Eso me ha hecho juzgarlos de una manera menos tajante.

Hizo una breve pausa. Suspiró y continuó hablando.

— Quiero saber más de esto, sobre la vida de otras personas como yo. Llevo mucho tiempo investigando sobre mis antepasados y esta expedición me ha desvelado secretos que creía imposibles. Ahora son ellos los únicos me ofrecen la oportunidad de seguir aprendiendo de mis orígenes y mi naturaleza.

Comprendí.

— Te sientes en casa — Declaré.

— Si, me siento en casa — Convino la historiadora — Aunque todavía estoy desorientada. Es como hubiera sufrido amnesia transitoria ¿Sabes? Hay cosas que me hacen estar agusto y otras que todavía me cuesta asimilar.

Me tumbé y cubrí mi frente con uno de mis antebrazos. El dolor de cabeza comenzaba a martillearme.

Nos habíamos dispersado. Raúl, Suré y Andrés estaban recolectando frutos por los alrededores, mientras que Tooko, Ikal y Naran se habían alejado un poco más, con la intención de comprobar que el perímetro era seguro.

Robin se había quedado con nosotras en la zona que habíamos escogido para acampar ese dia, mientras Guadalupe reunía troncos y ramas para poder encender más tarde la hoguera.

— Lo entiendo perfectamente — Acerté a decir — A todos nos pasaría igual.

Guadalupe se aproximó y apartó mi brazo con delicadeza, para poner el dorso de su mano sobre mi frente. A diferencia de mi propia piel, la suya estaba fria y me alivió su contacto.

— Siento mucho molestarte con mis batallas cuando no te encuentras bien — Se disculpó — Hay que hacer algo para conseguir bajarte la fiebre.

— ¿Cortarme la pierna? — Bromee — No te preocupes, no creo que la fiebre sea por infección, creo que es por dolor. Esta inflamación me está matando.

Escuché que Guadalupe murmuraba algo.

— Conozco un remedio casero que podría ayudarte. La molienda de la corteza de un árbol que se llama Tlacuanpetzin. Lo hablaré con los chicos, y lo encontraremos.

Sonreí con esfuerzo, cerrando los ojos.

— ¿Para qué sirve? No sabía que también tuvieras dotes de curandera — Conseguí decir.

— Se supone que calma la temperatura. Lo leí en un libro sobre remedios naturales que usaban los Yawanawas, para combatir las picaduras de serpiente ¿Qué perdemos? Hay que intentarlo.

— Tú dame lo que sea — Murmuré — Experimenta conmigo antes de que mi cerebro se derrita, por favor.

Aquella noche empecé a sudar, a tener temblores y pesadillas. Solo en algunas ocasiones era consciente de estar delirando, por lo que me resultaba dificil diferenciar la realidad de la ensoñación y articular palabras.

Lía te vas a poner bien — Escuché que decía la voz de Andrés — Es solo fiebre. La fiebre se pasa, ya lo sabes. Eres fuerte y tienes prohibido rendirte ¿Me oyes? Tienes prohibido rendirte.

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