Capitulo 63: Convulsión

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Dia 37 de expedición

La noticia de la actuación policial seguía emitiéndose en directo. Una multitud de paparazzis se había congregado en la zona donde se estaban produciendo las detenciones, y se había generado un gran revuelo entre los vecinos.

" ... ¿Y dicen ustedes que todo esto es un malentendido? —Preguntaba el reportero a los detenidos, antes de que fueran conducidos al interior del furgón policial — ¿Por qué andaban acosando a dos menores inocentes?


¡Nos querían quitar la camilla de la princesa durmiente! — Inmediatamente, reconocí la voz de uno de los niños que nos habían descubierto en la selva, en tono acusatorio.

Nosotros solo fuimos a buscar al perro Explicó una voz que me recordaba a la de Raúl — El perro tiene la culpa..."


Guadalupe volvió a gritar de alegría y se acercó corriendo a la habitación. Se sentó a mi lado, provocando que los muelles de la cama chirriaran con fuerza.

— ¿Los escuchas? ¿Los escuchas? — Preguntó eufórica — ¡Son ellos! Tienen una pinta terrible, pero son ellos. El chucho ha conseguido ponerlos a salvo.

" ...

El perro rastreó la camilla y se introdujo en la casa de los niños — La voz de Andrés se hizo audible entre la muchedumbre que los rodeaba en el momento de la detención — Nosotros solo queríamos de vuelta al perro. Lamentamos este malentendido.

¿Y usted y su grupo, qué hacían en la selva? — Quiso saber el reportero, sin prestar demasiada atención a lo que decían los detenidos sobre el perro — ¿Qué buscan en Guanajuato?

Es una larga historia — Respondió Andrés, escuetamente.

¿Pertenecen a algún tipo de grupo paramilitar, a una secta...? El reportero buscaba información que fuera atractiva para el público y conseguir así subir la audiencia — ¿Por qué están heridos?

¿Qué? ¡No! Somos supervivientes de una expedición que comenzó hace más de treinta días.

..."

Tras esto, la puerta corredera del furgón policial se cerró y no hubo más tiempo de intercambio de palabras.

El alivio que sentí fue inmenso. Los chicos habían conseguido llegar también hasta Guanajuato y, lo más importante de todo, parecían estar bien. Heridos, pero lo suficientemente bien como para ser trasladados a dependencias policiales y no en dirección al hospital mas cercano.

— Voy a pedir que lleven nuestra ropa al servicio de lavanderia para tenerla lista lo antes posible — Comentó la historiadora — y nos iremos de aqui en cuanto puedas empezar a moverte. Al menos ya sabemos que están a salvo. Seguramente la prensa les siga la pista durante un tiempo, y eso puede convertirse en nuestra gran oportunidad para dar testimonio sobre la Expedición.

Guadalupe saltó de la cama y la escuché presionar las teclas del teléfono de la habitación a toda prisa.

— Pronto estaremos en casa — Murmuró, antes de dar las instrucciones al servicio del hotel.

Más tarde, Guadalupe se colocó un albornoz y se ausentó durante escasos treinta minutos, para entregar al chófer las recetas de los medicamentos que había prescrito el doctor. El hombre que nos habían asignado para llevarnos hasta el hotel, tenía orden de estar a nuestra disposición hasta que lo consideráramos pertinente, por lo que no solamente se hizo cargo de recoger los fármacos, sino que incluso se hizo cargo de pagar los gastos, gracias a una tarjeta bancaria que le había proporcionado su jefe.

Aquella noche, tras recibir la primera dosis de la medicación, la sensación de adormecimiento de mi piel fue transformándose en un hormigueo incesante y, mientras Guadalupe me ayudaba a hacer los ejercicios de estiramiento, pude mover un poco los dedos de las manos.

Al día siguiente nos trajeron nuestra ropa de la lavandería y nos pudimos vestir. El tacto de la ropa limpia y planchada era agradable, como si estuviéramos usando ropa recién comprada.

A lo largo de la mañana conseguí abrir un poco los párpados, y ser capaz de sacudir las extremidades. Todavía no podía ser autosuficiente, pero tener la posibilidad de conocer mi entorno, me daba tranquilidad. Estaba realmente impresionada con los cambios que habían tenido lugar en mi cuerpo desde el inicio de la medicación.

— Si no fuera porque sé que esto forma parte de tu recuperación, hace rato que habría llamado a una ambulancia — Me dijo en una ocasión Guadalupe — Entre los ojos entornados, tus balbuceos y los movimientos de tus extremidades, parece que te está dando un ataque.

Su comentario me hizo gracia, y una especie de carcajada escapó de entre mis labios.

Las paredes de la habitación estaban pintadas de color salmón, y los muebles eran antiguos. Había una enorme lámpara colgante, decorada con pequeños cristales, encima de la cama del dormitorio. La suite que nos había buscado el amigo de Guadalupe, debía costar unos cuantos pesos. Estaba deseando escuchar la historia de las excavaciones y su misterioso amigo.

— El doctor Ignacio hizo un buen trabajo — Opinó la historiadora, satisfecha — Si mañana consigues aguantar tu propio peso, saldremos de aquí en dirección a la comisaría donde están interrogando a los chicos ¿Te parece?

Cerré el puño de mi mano derecha y lo levanté en el aire, elevando el dedo pulgar en señal de conformidad.

Íbamos a montar un espectáculo.

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