Capitulo 59: Metztli

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Dia 32 y 33 de expedición

Retumbaban tambores en mi cabeza, cada sonido se escuchaba confuso y desaparecía produciendo una amplia gama de ecos. Se entremezclaban voces y palabras, sin que supiera quien hablaba o respondía, o de dónde venían. No sabía si estaba de pie, tumbada, viva o muerta, pero no podía moverme. Y tenia calor, muchísimo calor.

¿Qué me estaba pasando? ¿En qué clase de lío me había metido?

Pum, pum, pum.

Disparos.

— ¡Corred! ¡Corred y poneos a salvo!

Oigo gritos y a alguien dando a toda prisa instrucciones.

Pum, pum,pum.

Más disparos.

Un silbido de proyectil cruza el aire. Pasos rápidos, ramas crujiendo, me arrastran y me golpean. Escucho respiraciones sofocadas.

Algo no va bien, algo no va bien ¡Celia despierta por lo que más quieras!

— ¿Hay alguien herido? — Escucho susurrar a una voz que me resulta familiar.

— No lo sé, pero no podemos quedarnos a averiguarlo — Respondió alguien que no supe identificar.

— No podemos abandonarlos — Replicó otra voz distinta.

— Debemos escondernos hasta que se calmen las cosas. Si hacemos algo ahora, nos atraparán a todos y se lo pondremos en bandeja.

— ¡Los van a matar! No pienso mirar para otro lado y...— Se interrumpió la primera de las voces.

— ¡Mirala! — Gritó alguien de forma desmedida — ¿Y a ella, quien la protege cuando estemos todos muertos? ¡Dimelo!

Hubo un silencio.

— Ella no estaría viva de no ser por ellos - Esgrimió de nuevo la voz familiar — El jaguar se la habría llevado.

¿Un jaguar?

De repente, el dolor de mi pierna empezó a devolverme a la realidad. El templo, los encapuchados y mis amigos. Intenté moverme de nuevo, pero no conseguí nada. Tan solo pude despegar los labios y emitir un quejido irregular.

— Tranquila, todo saldrá bien pequeña - Dijo Andrés, mientras me acariciaba el rostro con dedos temblorosos — ¿Y él, que dice?

- No habla nuestra lengua, pero nos entiende y es un guerrero ¿Qué crees que va a hacer? — Escuché que respondía Guadalupe — Desea luchar.

Poco después, volví a escuchar ruidos de ramas y pasos. Nos desplazábamos.

— Bien, pues luchemos — Declaró Andrés, con gran ímpetu, cuando por fin nos detuvimos en algún lugar — El plan es el siguiente: tu te quedas con ella y seguís huyendo por la selva. Adelantaros, mientras nosotros intentamos salir vivos de esta.

Noté que alguien rebuscaba entre los bolsillos de mi pantalon y extraía la pistola que tenía guardada.

-— Toma, no te olvides de esto. Úsala para defender vuestra vida.

— ¿Por qué tengo que marcharme yo? ¿Porque soy mujer y te parezco débil? Quiero quedarme a luchar — Protestó Guadalupe, de una forma autoritaria que no acostumbraba a adoptar — ¡Son mi gente!

¡Esa es mi chica!

— Si llegáis a un lugar seguro, — Intervino Raúl, tratando de apaciguar los ánimos de los dos — podréis dar testimonio de lo que hemos vivido y de los hallazgos del templo. Sois las únicas que lo habeis visto por dentro, Guadalupe. En estos momentos vuestro testimonio tiene mayor valor que el de cualquiera de nosotros.

Escuché que la historiadora soltaba un resoplido, disconforme, y el sonido metálico de la pistola al pasar de una mano a otra.

— Tooko quiere que juntemos nuestras frentes — Dijo finalmente, resignada — Es una especie de ritual para transmitirnos valor y fortuna. Todos estaremos conectados.

Los escuché acercarse entre sí y poco después fueron también apoyando sus frentes contra la mia. El último fue Andrés, que apoyó sus manos en mi nuca y me alzó un poco. Luego, apoyó su frente en la mía.

— Troll, quiero que sepas que haré todo lo posible por volver. Y que si no lo consigo — Carraspeó, venciendo un nudo que aprisionaba su garganta — moriré recordando los buenos momentos que hemos compartido en esta selva. Tú serás mi último pensamiento.

Noté que unas lágrimas escapaban de mis ojos, mientras el veterinario separaba su frente de la mía y sus labios se posaban en mi boca, sin que yo pudiera reaccionar.

Depositó un beso suave sobre mis labios trémulos y me limpió gentilmente las lágrimas con el dorso de su mano.

¿Se estaba despidiendo de mi y ni siquiera podia mirarle a los ojos por última vez?
¿Ni siquiera podía abrazarlo?

Impotente, escuché que volvíamos a desplazarnos y ya no lo volví a sentir cerca. Sólo éramos Guadalupe, la camilla de cañas, la pistola y mi cuerpo en un estado febril paralizante.

Continuamos avanzando sin hacer a penas descansos, escuchando a lo lejos nuevos tiroteos, hasta que el aire se volvió frío y nos alcanzó la noche.

Entonces, Guadalupe me bajó de la camilla y apoyó mi espalda contra una estructura dura, que sospeché que era un árbol. Luego oí que colocaba ramas a nuestro alrededor.

— No tengas miedo. Estoy contigo — Susurró - He puesto la camilla a modo de muro y he conseguido tapar este recoveco con ramas. Estaremos seguras aqui debajo.

Una parte de mi quería creerla, pero la otra no dejaba de pensar en las personas que habíamos dejado atrás en el atolladero, especialmente en Andrés. En lo mas profundo de mi corazon albergaba la esperanza de que al menos Robin hubiera podido escapar corriendo. Era un perro muy ágil y tenía miedo a los cohetes. Seguramente había desparecido al sonido del primer disparo.

— Bebe Celia — Guadalupe dejó caer agua con un sabor amargo por la comisura de mis labios y tragué — Es la molienda que te dimos ayer. Espero que la fiebre se te quite pronto y vuelvas a despertar. Te echo de menos. Te necesitamos.

Me pasé toda la noche intentando mover los dedos de mis manos y los pies, esforzándome por abrir los ojos, pero las órdenes no llegaban al centro de mando y mi empeño era inútil.

Era como si hubiera desarrollado un problema neurológico a raíz de la subida de fiebre. Apostaba por una meningitis o una polirradiculitis. En cualquier caso, eran problemas que requerían mucho tiempo de espera hasta alcanzar la fase de recuperación. Tiempo con el que yo no contaba.

Al dia siguiente, la historiadora apartó las ramas y me volvió a tumbar sobre la camilla para reanudar el camino. Le costaba trabajo arrastrar mi peso, pero estaba decidida a no disminuir el ritmo e impedir que nuestros atacantes nos encontraran. Hacía pequeñas paradas, que aprovechaba para comer y ofrecerme pequeños trozos de fruta que iba recogiendo de nuestro alrededor, pero no se demoraba demasiado.

— A lo lejos veo casas Celia — Me informó al final de la jornada, justo después de terminar de darme aquél extraño brebaje amargo — Creo que hemos llegado al extraradio de alguna población.

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