Capítulo 33: Aprendiz

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Día 19 de expedición
(Segunda parte)

Por la noche, después de cenar todos juntos, fui a buscarlo y lo encontré tendiendo la ropa que había lavado aquél día. Su cabello y sus piernas sobresalían por la hilera de prendas tendidas.

— ¿Te vienes a ver las estrellas conmigo? — Propuse.

— ¿Es una pregunta con trampa? Yo voy a donde tú me digas troll.

Su voz sonó desde atrás de una de las camisetas verdes que acababa de colocar sobre la cuerda de tender.

— Tan sólo dame un segundo para que termine.

Luego, Andrés extendió una toalla y se deslizó por un lado para aparecer junto a mi. No llevaba camiseta y el cinturón que sostenía su pantalón hortera en la cintura, estaba a medio abrochar. Aquella imagen era sin duda mejor que haberlo visto en calzoncillos andando por mi casa. Tragué saliva y traté de aparentar normalidad.

— ¿Estás ensayando un striptease o qué? — Le increpé.

Él elevó una ceja, seductor.

— ¿Debería?

Me reí y decidí alejarme.

— Por el momento me conformo con ver las estrellas, vente cuando estés listo. Te espero junto al trastero.

— ¿Con o sin camiseta?

Escuche que preguntaba mientras me alejaba.

— Con camiseta ¡Obvio! - Contesté.

No es tan Obvio querido cerebro.

Me encaminé hacia el lugar donde había quedado. Escogí una de las cajas de madera para sentarme a esperar a que llegara y me perdí escuchando los ruidos de la selva. Cerré los ojos por un instante e inhalé profundamente. Estaba disfrutando de esos días de tranquilidad. La expedición se había convertido en un proyecto peliagudo, pero por fin nos daba un descanso ¿Sería por mucho tiempo?

Poco después, abrí los ojos de nuevo y distinguí una sombra. Me levanté pensando que se trataba de Andrés, pero algo me alarmó. Era una criatura demasiado baja y alargada como para ser un hombre.

— Mierda, parece que Bagheera ha decidido salir a dar una vuelta — Murmuré, tratando de no moverme y pasar desapercibida.

La pantera pasó sigilosamente por el margen del campamento, oliendo con interés los montículos de restos de plantas, que habíamos quitado de la pared del templo. Era enorme. Probablemente un macho.

De repente el animal se quedó quieto, y giró su cabeza en mi dirección. Se me congeló la sangre al percibir el destello de sus ojos en la oscuridad. Eran dos faros de luces estáticos. Si me hubiera estado mirando a mi, confieso que en ese preciso instante me habría orinado encima; pero por suerte el felino estaba concentrado en algo que había más a mi derecha. Luego, de un salto, desapareció de mi vista. Lo vi utilizar sus poderosos brazos para levantar su peso en el aire y me quedé con la boca abierta.

— Vaya, veo que te tengo bien pillada — Dijo Andrés a su llegada, bromeando — ¿Qué ocurre? ¿Por qué tienes cara de haber visto un fantasma?

Parpadeé varias veces, como si hubiera estado soñando, y me recompuse.

— Creo que he visto una pantera — Conseguí decir.

Él abrió los ojos impresionado y se alejó unos pasos, tratando de encontrarla. Le encantaban esos animales, tanto como a mí.

— ¿Era adulta? ¿Por dónde se ha ido?

Levanté un brazo y señalé el lugar hacia el que había dado su espectacular salto, recordando todavía el brillo de sus ojos.

— Ha huido de ti — Le informé.

Entonces, Andrés dejó de buscarla y se rió.

— ¿Enserio? ¿He asustado a una pantera? — Preguntó, mientras regresaba a donde yo me encontraba.

Me reí.

— Si, menos mal, has llegado en el momento oportuno. Estaba husmeando las ramas, y lo siguiente era husmear las carpas. Prefiero que se haya marchado.

— ¿Te imaginas? Bueno, probablemente un día termine haciéndolo. A estos bichos les gusta tener controlado lo que ocurre en su territorio.

Se acercó y me tomó de la mano.

— Supongo que después de esta experiencia tan fabulosa, es posible que ya no te resulte una idea atractiva alejarnos demasiado ¿A dónde quieres ir a ver las estrellas?

Tenía toda la razón del mundo.

— Podemos dar un paseo, bordeando el campamento y sentarnos en algún sitio que encontremos cómodo.

— Se me ocurre un sitio — Sugirió.

— ¿Cual?

— Es una roca alta, cerca de los matorrales que hay frente al templo, pero por el lado del campamento. Quizás son setecientos metros. No nos perderemos, llevo linterna.

Acepté. Caminamos cogidos de la mano, sin decir a penas nada, y teniendo cuidado de donde poníamos los pies. Alcanzamos la roca que Andrés había mencionado sin necesidad de utilizar la linterna, ya que nuestros ojos se había acostumbrado a la oscuridad. Nos tumbamos y contemplamos el cielo. La luna era creciente, y había numerosas estrellas a su alrededor. Era lógico que las culturas sudamericanas se hubieran entretenido en estudiar el cielo. Servía de mapa, previsor del tiempo y sus estaciones, influía en las cosechas...un tesoro en bruto.

— Me ha gustado mucho la historia que me ha contado Guadalupe sobre la orquídea - Confesé, apoyando mi cabeza en un lugar entre su hombro y su pecho.

Andrés tomó aire y me rodeó con su brazo.

— Sabia que te gustaría. Vanila me recuerda a ti. Creo que tú eres capaz de amar así, de verdad, para siempre.

Mi corazón dio un brinco.

— Todos somos capaces - Le corregí, aunque sus palabras me habían conmovido — ¿O a caso tú no?

Andrés se incorporó un poco y acercó su rostro al mío.

— Enséñame tú — Contestó, antes de comenzar a besarme.

Nos fundimos en un beso lento. Puse mis manos en su pecho y me relajé, sintiendo una de sus manos sostenerme delicadamente la nuca. A pesar de estar tumbados sobre la roca, nos sentíamos muy cómodos. Luego, sus labios viajaron hasta mi cuello y mi oído. Un calor y un cosquilleo agradable tomó poder de mi piel.

— ¿Estás bien? — Preguntó, con voz ronca.

— Mejor que nunca — Contesté sin dudarlo.

— Creo que ya es suficiente troll, o perderé la cordura.

Volvió a tumbarse.

— Si, así está bien — Le dije, besando su hombro y acomodándome a su cuerpo.

Al volver a la carpa dormitorio, conservé la orquídea en el interior de una pequeña bolsa de plástico hermética y la puse en el interior de uno de los bolsillos de mi pantalón, para poder olerla siempre que quisiera y recordar la historia de Xocolatl y Vanila.

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