Capitulo 26: Alas

14 2 13
                                    

Día 14 de expedición

Mientras caminaba sintiendo los pies húmedos en el interior de las botas, me encontré pensando en el resto de mis compañeros ¿Como estarían María, Juan, Raul y José María? Levanté el machete y lo dejé caer sobre una rama que nos impedía el paso. El grupo había encogido tan de repente, que se hacía raro no verlos a nuestro alrededor. Ni siquiera habíamos recibido noticias de ellos por el walkie talkie. Probablemente ya debían haber sido trasladados a la aldea ¿Se encontrarían bien? ¿Denunciarían la agresión que habíamos sufrido?

— ¿Escuchan eso? — Dijo de repente Guadalupe a mi espalda.

Nos detuvimos. Un murmullo lejano llegó a nuestros oídos. Un murmullo que se iba haciendo cada vez más ruidoso y se acercaba con rapidez. Si no estuviéramos en mitad de la selva, hubiera jurado que un huracán venía hacia nosotros. De repente, las hojas de los árboles y las ramas empezaron a moverse. Algunos frutos cayeron sobre nosotros, por lo que corrimos a refugiarnos junto al tronco más robusto que encontramos. Vimos pasar corriendo por el suelo a algunas ratas y hubo pájaros que emprendieron el vuelo asustados por el vendaval.

— Helicópteros — Dijo Andrés, elevando la voz para hacerse escuchar en medio del ruido ambiental.

Cerré los ojos cuando pasaron por encima de donde estábamos. Iban lo suficientemente altos como para no tocar las copas de los árboles; pero el ruido era ensordecedor. Poco a poco, el sonido volvió a convertirse en un murmullo que se fue apagando en la distancia. A nuestro alrededor, todo había quedado desordenado. Me sacudí la ropa.

— Son los helicópteros de avituallamiento — Anunció Andrés, llevándose las manos a la cabeza en un gesto de preocupación.

Lo que me faltaba.

Podían serlo. Íbamos con unos días de retraso, pero se suponía que en torno al día quince de expedición, ya habríamos alcanzado el templo. Allí tenían previsto lanzarnos alimento, agua, medicamentos y equipo para instalar algo parecido a un campamento base. Ni que decir tiene que llevábamos días soñando con llenar nuestros estómagos debidamente.

— ¿Habéis podido ver cómo eran? — Pregunté.

También podían ser helicópteros de rescate. O quien sabe, del dichoso Google Earth capturando imágenes para actualizar su mapa. No todo tenían que ser malas noticias.

— Volaban demasiado alto — Contestó Guadalupe, con algo de desánimo en la voz.

— Vamos a ver — Quise animarlos — Aunque fueran los helicópteros de avituallamiento, no todo está perdido. Nos faltan pocos día para llegar. A ningún mono va a entretenerle una maleta llena de cajetillas para guardar muestras de roca. Demonios, la petrología es aburrida hasta para ellos. Y si perdemos lo que sea, encontraremos la manera de sustituirlo.

— La selva está hambrienta, la comida no durará mucho — Dijo Guadalupe.

Toma frase de película.

Me costaba creer que la determinación de aquella mujer estuviera debilitándose.

— No creo que las hormigas hayan aprendido a abrir latas de conserva. Además, tenemos tanta hambre que si lo han hecho, nos las comeremos a todas — Bromeé.

Los dos tenían razón, pero de nada valía preocuparse por anticipado. Nos quedaban cuatro días de camino para llegar a nuestro destino final y no podíamos permitir que el desaliento dominase nuestro espíritu.

Andrés esbozó una sonrisa.

Lía tiene razón — Dijo el veterinario, enderezando su postura — De nada sirve lamentarnos. Centrémonos en terminar cada ruta.

Lo miré, agradeciéndole su apoyo con la mirada. La historiadora asintió y se encaminó de nuevo, mucho más serena, a dónde habíamos abandonado el sendero. Las heridas de su espalda habían comenzado a cerrarse, pero el sudor de su piel reblandecía las costras que las cubrían y hacían que sangraran de vez en cuando. Nos estaba ocurriendo a todos lo mismo.

Suspiré, aliviando la tensión.

— Troll calva — Dijo Andrés, llamando mi atención.

Había empezado a llamarme así desde que me rapé. Quizás en otro momento me habría importado, pero ahora mismo no iba a ocultar que esas tonterías se estaban convirtiendo en una especie de flotador emocional después de pasar por tantas vicisitudes.

— Dime — Me di por aludida.

El me tomó de la mano y detuvo mis pasos.

— ¿Ves? — Dijo simplemente, sonriendo.

Su sonrisa era maravillosa. Maldita sea.

— ¿El...qué? — Alcancé a decir.

Luego me abrazó, apoyando su barbilla en uno de mis hombros. Experimenté una sensación extraña. Estaba incómoda, pero a la vez muy a gusto. Protegida. Algo parecido a cuando te montas en un tren de un parque de atracciones y la adrenalina te consume.

Diantres, estaba segura de que mi corazón podía notarse latir contra su pecho.

— Eso que has dicho sobre la petrologia y las hormigas ...

Hizo una pausa y luego me habló al oido.

— Eres imprescindible.

🟢 ExpediciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora