Capítulo 24: Arañas

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Día 12 de expedición

Ya sé que lo lógico hubiera sido comernos al tapir. Si, tenía buena pinta, pero todavía no sentíamos tanta hambre como para pasar por ese trago. Eran seres adorables. Además, el sonido que era capaz de emitir un tapir antes morir, destruiría nuestros tímpanos y nos perseguiría en la memoria hasta el final de nuestros días.

A la mañana siguiente, también hubo beso de buenos días en la frente.

Colocamos el puente y los tres cruzamos sin dificultad el brazo de agua empantanada que se había interpuesto en el camino. Luego, retiramos el puente y escondimos la estructura lejos de la orilla.

Anduvimos varios kilómetros e hicimos los descansos correspondientes. A falta de cinco kilómetros para terminar la ruta, empezamos a escuchar un ruido ensordecedor proveniente de las copas de los árboles. Conté al menos diez monos de brazos largos asomándose desde el espesor de los árboles.

Eran monos araña, ladrando sin parar para avisar de nuestra presencia a sus congéneres.

— Aqui los conocen como Micos, o monos curiosos — Informó Guadalupe - Y no son nada amistosos cuando quieren defender su grupo. Asi que lo mejor en este momento es que...

— ¡Corred! — Grité, cuando los vi adoptar una actitud agresiva.

Pronto, empezaron a saltar sobre las ramas, sacudiéndolas para asustarnos.

Corrimos como alma que lleva el diablo, zigzagueando y golpeándonos con lo que nos encontrábamos a nuestro alrededor.

Los monos nos siguieron durante un tramo, lanzándonos proyectiles, que bien podian ser trozos de fruta o sus propias heces. También nos orinaron encima.

Magnificos anfitriones.

Cuando nos detuvimos, tuvimos que sentarnos en el suelo para recuperar el aliento. Es curioso cómo funciona el cuerpo. Antes de ese encontronazo con la familia de monos araña, estábamos tan cansados que jamás habría pensado que seríamos capaces de terminar de forma exitosa una carrera campo a través. La adrenalina es una gran aliada.

Una vez nos recuperamos, nos miramos y desde luego alli no habia nada bonito que ver. Tendríamos que lavarnos poco a poco con el agua empantanada o con el jugo de las plantas, porque despedíamos un olor nauseabundo. Y yo definitivamente, tendría que raparme. Para colmo, el cuello y el pecho de Andrés chorreaba sangre. Sangre proveniente de su nariz, que con el esfuerzo respiratorio y los golpes, había vuelto a congestionarse.

— Al menos asi diasuadiremos a cualquier bestia de comernos — Musité, antes de tumbarme en el suelo — Este perfume es el mejor repelente natural del mundo.

Con una de las cantimploras, fuimos recogiendo agua de los charcos que aparecían en nuestro camino y por suerte pudimos desprendernos de parte de la suciedad. Especialmente, tuvimos mucha precaución en lavar la espalda de Guadalupe. Era prioritario que no se infectase.

Aquella noche dormimos otra vez sobre los árboles. Guadalupe cayó dormida profundamente. Andrés y yo charlamos un poco, mientras mirábamos las estrellas.

— Lo que nos ha pasado hoy, es lo mas antimorbo que me ha ocurrido nunca — Dijo Andrés.

— Si no te hubiera resultado repulsivo, tendriamos que hablar seriamente de ello.

— Aun asi...

— Qué.

— Voy a echar de menos tu pelo de troll. Creo que ahora mismo tienes en tu cabeza una pequeña biosfera.

— Calla. Lo cierto es que me pica y estoy deseando deshacerme de él. Me estaba resistiendo porque me hacía sentir especial. Ni en sueños habría imaginado formar parte de un ritual indígena.

— Guardaremos un mechón de pelo por si nos trae buena suerte — Bromeó.

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