Capitulo 61: Cuento

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Dia 35 de expedición
(Primera parte)


-— Por cuarta y última vez, no somos duendes — Volvió a repetir Guadalupe, conteniendo un bostezo.

Exactamente. Somos una troll y una friki de las civilizaciones prehispánicas.

¿Podéis decirme en qué parte de México estamos? — Aprovechó para preguntar la historiadora.

Escuché a los niños murmurar y a Guadalupe suspirar impaciente.

— Sólo si nos dices primero qué es lo que le pasa a ella — Contestó uno de los niños, movido por la curiosidad.

— Oh — Guadalupe pareció meditar la respuesta durante un segundo — Es una princesa durmiente.

What? Jamás en mi vida. No, no y no. Ni princesa durmiente ni barbie.

Tiene los pelos muy raros para ser una princesa — Opinó uno de los niños, poco convencido — ¿Quien la ha embrujado?

— Un jaguar — Respondió Guadalupe, acercándose a donde me encontraba para colocar la camilla a mi lado.

Un coro de exclamaciones de sorpresa se alzó en el aire. Esto produjo irremediablemente que, después de casi tres días petrificada, se dibujara una sonrisa en mi rostro.

— Uuuuuh.

¡Guau! ¿Es eso cierto? — Uno de los niños se mostró entusiasmado — ¿Como ocurrió?

Guadalupe me colocó con cuidado sobre la camilla y comenzó con la sesión de estiramientos, sin darse cuenta de que milagrosamente había cambiado la expresión de mi cara.

— Solo se lo contaré si me dicen dónde estamos — Replicó Guadalupe despreocupadamente, como si en realidad no le importara saber la respuesta — Es una historia muy interesante.

Los niños hablaron entre sí, susurrando para que no los escucháramos. Mantuvieron una breve conversación y luego uno de ellos levantó la voz para retomar el dialogo con Guadalupe.

— ¡Eh! ¡Duende! — La llamó — Está bien, te lo diremos.

Guadalupe detuvo los ejercicios para prestarle atención.

— ¿Y bien?

— Estais en Guanajuato, cerca de la mina La Valenciana.

Noté cómo un estremecimiento sacudía a Guadalupe.

— Ay Dios mio — Murmuró — El estado Mexicano con los índices más altos de violencia y homicidios.

Bien, la bella durmiente y su escolta en la boca del lobo.

— ¡Cuéntanos sobre el embrujo del Jaguar! — Pidió con emoción uno de los niños.

— ¡Eso! ¡cuéntanos! — Lo respaldó el otro.

Casi podía imaginarme los ojos de ambos niños llenos de ilusión, a la espera de que Guadalupe les relatara la historia que les había prometido.

— Supongo que saben que el jaguar es un ser del inframundo ¿Si? — Comenzó a relatar la historiadora, olvidándose del truculento asunto de los asesinatos en Guanajuato — Pues hace exactamente tres días, esta princesa durmiente se enfrentó a uno de ellos, sin coraza y sin armas, sólo con su astucia como defensa.

Los niños retuvieron el aliento.

— En lugar de matarla, el jaguar la castigó alimentándose de parte de su energía — Continuó, hablando despacio — Y ahora solo queda esperar a que un día despierte y vuelva a ser la que era antes.

¡Pobre princesa! — Exclamó uno de los niños, compungido.

Una mano pequeña tocó mi antebrazo, casi con respeto.

— Ese jaguar tonto no volverá a molestarte, te lo prometo.

Awww, ¡Tan tierno!

Guadalupe continuó con los ejercicios de movilización de mis extremidades y luego emprendió la marcha. Los niños nos seguían, correteando a nuestro alrededor, y la asediaban con todo tipo de preguntas disparatadas.

— ¿Eres su guardaespaldas?

— ¿Dónde está el príncipe?


— ¿Cómo se llama la princesa?

— ¿Está muy lejos su reino?

— ¿Cómo es vuestra carroza?

Y así sucesivamente.

Hablaban tanto que lograron amenizar el viaje, hasta que por fin alcanzamos las calles de Guanajuato. Me llamó la atención el sonido de las personas que pasaban cerca nuestra, las motos y los coches circulando. A diferencia de lo que ocurría en la selva, donde todo parecía tener un orden, allí el ruido era caótico y ocupaba cada metro cuadrado de suelo.

— Bien, pequeños ¿No os vais a casa?

Supongo que negaron con la cabeza.

— ¿Qué puedo daros a cambio de que me consigáis un teléfono movil? Necesito hacer una llamada — Les preguntó Guadalupe, cambiando de estrategia al comprobar que no se marcharían tan fácilmente.

— ¡Un beso de la princesa durmiente! — Gritaron al unísono.
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Y así fue como me morrearon dos niños pre-púberes nada más llegar a Guanajuato y Guadalupe consiguió hacer la llamada de teléfono que se supone que salvaría nuestras vidas.



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