Capitulo 42: Detonador

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Dia 23 de expedición
(Tercera parte)

Respiré hondo. Ya tenía todo preparado para organizar un auténtico caos. Solo quedaba esperar el momento oportuno para que empezara el juego.

Estuve escondida varias horas, observando a las mismas personas entrar y salir de la tienda donde Guadalupe habia sido retenida. Por desgracia, en todo ese tiempo no tuve ocasión de verla ni de siquiera escuchar su voz. Por lo menos, sabia que estaba viva y en buenas condiciones por las conversaciones que llegaban a mis oídos, pero hasta que no pudiera comprobar con mis propios ojos, el estrés que me provocaba era terrible.

El ambiente se volvió más húmedo y frio, en la medida en que el sol iba perdiendo altura. Con miedo a que anocheciera, comencé a moverme por el campamento para ver si podía robar material que me pudiera venir bien, para llevar a cabo el rescate de Guadalupe. Absurdamente, tenía la sensación de llevar sobre mis hombros el peso de la reconquista del territorio Chichimeca.

Y no pensaba defraudar a nadie.

Me desplacé hasta la zona donde suponía que se encontraba la enfermería. Era una tienda abierta por su parte frontal y había dos o tres sillas colocadas justo en su entrada. En ese momento, una de las sillas estaba ocupada por alguien cuyo rostro me resultó familiar. Era el vigilante de la puerta del templo, al que las abejas melipas habían perseguido sin tregua. Tenia los ojos cerrados y la cabeza inclinada hacia un lado. Otra persona, tambien vestida de negro, lo atendía.

— ¿Estas seguro de haberla sacado entera?

— Por supuesto. Salió sin ninguna dificultad. De todas formas, estos lavados son por precaución, por si ha quedado algún resto.

Al parecer, al vigilante se le había introducido una abeja melipa en uno de los conductos del oido.

Bien hecho, amiga melipa.

— Me duele como si siguiera ahi, pero no la escucho ni la siento vibrar.

— Lo que te duele es la inflamación — Dijo la otra persona, colocando gasas bajo su oido e introduciendo suero en el conducto con una jeringuilla — Un oido no está habituado a ser escondrijo de insectos.

¡Qué repelús!

Me coloqué a la espalda de la tienda, vigilando no ser vista, y rajé la tela utilizando la parte afilada de uno de los anzuelos. Me costó un rato abrir dos pequeños agujeros y deshacer la tela. Por uno de los agujeros introduje la mano, y por el otro mantuve la vista fija en el vigilante del templo y el de la jeringuilla, que por suerte no se percataban de nada.

Palpé casi a ciegas y extraje varios objetos de las cajas y estanterías que tenia a mi alcance. Me adueñé de un frasco de  adrenalina, otro de valium, dos de buprenorfina y otro de corticoide. Luego cogí una caja de pastillas de antibiótico, un paquete de jeringuillas de un mililitro y un kit de curas de heridas. El kit lo devolví a sus sitio, ya que ocupaba demasiado espacio y no era imprescindible. Todo lo demás, lo guardé en mi pantalón con la intención de utilizar aquellos medicamentos para aliviar a Andrés y mejorar su estado hasta que pudiera estar en manos de un doctor.

Cuando ya pensaba que no quedaba nada más que pudiera resultar beneficioso para mi grupo, descubrí que habia una caja metalizada y cerrada con un candado en uno de los extremos de la tienda. Mi instinto me decia que aquella caja guardaba algo que los encapuchados querían proteger. Y si ellos lo querían proteger, yo lo quería tener en mis manos.

Esperé a que el que parecía tener conocimientos de enfermería, terminase de atender al chico de las abejas y se quedara solo. Entonces, entré en la tienda, quité el seguro a mi arma y traté de parecer lo más convincente que pude:

— Ni se te ocurra gritar.

El susodicho se giró al escuchar el sonido del seguro y aunque al principio pareció sorprendido, luego se irguió, adoptando una postura defensiva. Si pensaba enfrentarse, no lo iba a permitir, porque tenia todas las de perder.

— Asi que tu eres Celia.

Oírle pronunciar mi nombre se sintió raro. Sin embargo, no me extrañaba que estuviera tan informado de la identidad de los que formábamos parte de la expedición.

— La misma que viste y calza — Traté de responder, con seguridad — ¿Quienes sois?

El hombre dejó caer la cabeza hacia un lado, pensando si responder a mi pregunta.

— Digamos que...un grupo de gente que lucha por recuperar el derecho para aprovechar los recursos de esta selva. Herederos de familias que, tradicionalmente, hemos vivido de ella sin rendir cuentas a nadie.

— Vamos, que sois comerciantes, furtivos y leñadores ilegales — Espeté — ¿Es la industria maderera quien esta detras del destrozo del templo, de las agresiones que hemos sufrido y de sabotear la expedición? Contesta.

Mi furia iba in crescendo.

— El concepto de ilegal puede cambiar con el tiempo — Me corrigió — Con respecto a lo segundo...no tienes pruebas de ello.

Apreté el mango de la pistola ¿Enserio, Andres y Jose María estaban medio agonizando, por culpa de que algunas personas hubieran decidido tomarse la justicia por su mano? ¿Por intereses políticos y económicos? ¿Tanto les afectaba el hallazgo del templo?

— Abre la caja metálica que tienes a tu espalda o disparo — Dije sin mas dilación.

El hombre miró de reojo la caja y se negó. Tragué saliva. Estaba dispuesto a pelear y yo no quería delatarme con el sonido de un disparo ¿Qué era tan importante ocultar, como para que se jugara el pescuezo?

— Abre la caja — Insistí.

El hombre hizo ademán de hacerme caso y quedó de espaldas, revisando el candado de la caja. Sabia que estaba actuando, y que no pretendía abrirla, asi que aproveché el tiempo que me estaba regalando. Me agaché, como si prefiriera apuntarlo desde esa altura, y de camino, sin que se percatara, tomé una jeringuilla que había sobre una de las mesas de mi alrededor. Posteriormente, la cargué con los dos frascos de buprenorfina que llevaba en el bolsillo.

Si me peleaba conmigo, se quedaría frito durante al menos unas cuatro horas.

Tal como pensaba que ocurriría, el individuo tiró una estantería encima de mi y acto seguido me golpeó el brazo para que soltara la pistola. Cuando lo consiguió, me agarró del cuello de la camiseta para levantarme del suelo, mientras me zarandeaba con brusquedad.

— Ninguna puta española va a venir a decirme lo que puedo o no hacer en mis tierras — Decía, lleno de cólera.

Entonces, clavé la jeringuilla en su hombro y le introduje el sedante lo más rapido que pude.

— Esta puta te va a dar el mejor viaje de tu vida ¡Cabrón! — Dije, mientras llevaba a cabo mi cometido.

Una inyección intramuscular tardaría un poco en hacer efecto, pero dadas las circunstancias suponía que podría distraerlo ¿No?

— ¿Qué me has inyectado...? — Gritó asustado, arrancándose la jeringuilla del brazo.

Me golpeó con el antebrazo en la cara y me hizo volver a caer sobre la estantería, incrustándome el filo de la estructura en el abdomen. Era consciente de que estábamos haciendo demasiado ruido, por lo que esperaba que no viniese nadie y cuando el sedante hiciera efecto, pudiera simular que habia quedado inconsciente por haberle caido la estantería encima.

Lo observé hacer ademán de extraer la pistola del cinturón de su pantalón y lo golpeé en la entrepierna a toda velocidad. Luego lo hice caer sobre la caja metálica, utilizando mi propio peso para aplastarlo. Le sujeté los brazos, mientras notaba que iba perdiendo fuerzas, sus pupilas se dilataban y su mirada se desvanecía. No podia fiarme, por lo que quité el arma que pendía de su costado y apoye el extremo de salida de la bala contra su pecho. Instantes después, se quedó quieto del todo y su respiración se volvió muy lenta.

Rebusqué en sus pantalones, cogí el manojo de llaves, aparté el cuerpo durmiente del sujeto y probé todas ellas en el candado de la caja, hasta que hubo una que consiguió abrirlo.

— Dinamita — Musité, sonriendo.

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