Capitulo 50: Autocontrol

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Dia 26 de expedición
(Cuarta parte)

Deacuerdo, iba a inmolarme.

Tener en cuenta el consejo de Guadalupe constituía una fase mas del crecimiento personal. Lo cierto es que no podía seguir evitando enfrentarme a los sentimientos que despertaba Andrés por mucho mas tiempo.

— ¿Vienes a castigarme? — Bromeó el veterinario, mientras se desperezaba, cuando me vio aparecer a su lado unas horas mas tarde — ¿Qué has hecho con Robin?

— Le he buscado una niñera — Respondí a la segunda pregunta.

Sujeté el extremo de la camilla de cañas sobre la que seguía tumbado y la desplacé lejos del descampado.

— ¿Nos vamos de viaje a algun lado? — Andrés se giró a mirarme, mientras se sujetaba al borde de la camilla para no caerse.

Uno de los puntos negativos de haber recuperado la movilidad, era que su estabilidad había disminuido y de vez en cuando la mitad de su cuerpo resbalaba por uno de los lados del rectángulo de cañas.

Encontré un tronco en el suelo y pensé que aquel seria un buen lugar para estar tranquilos. Frené en seco y el cuerpo del veterinario salió despedido fuera de la camilla.

Lo vi rodar sobre la arena y confieso que me sentí ligeramente culpable.

— Troll, eres una pésima conductora de camillas — Protestó Andrés, apoyando la palma de sus manos en el suelo para levantarse.

Se impulsó y se sentó con gran agilidad. Al hacerlo, fue capaz de recoger un poco sus piernas. Abrí mis manos y deje caer la camilla al suelo por la sorpresa.

— ¿Has movido tus piernas? — Pregunté, asombrada.

— Parece que si — Observó el veterinario, sin terminar de creerlo — Voy a tener que darte las gracias por tratarme como una bolsa de basura.

Salté de alegría, dejando escapar un grito de entusiasmo. Uno de nuestros temores en relación al estado de Andrés, es que hubiera sufrido un daño medular severo y nunca pudiera recuperar la movilidad.

— ¡Es una noticia excelente! — Celebré.

No pude evitarlo y me agaché dispuesta a abrazarlo.

— Quieta Troll — Dijo Andrés, levantando el dedo indice en el aire e impidiendo que me acercara — Primero explicame que hacemos aqui.

Estaba imitando mi gesto de advertencia y esto me hizo sonreir.

— Yo voy a ser mas elegante y no te voy a chupar el dedo ¿Eh? — Le contesté, cruzándome de brazos.

El veterinario descendió la mano lentamente e inclinó la cabeza hacia un lado. La miró a los ojos.

— Verás, te confieso que no me importa que me chupes — Dijo con voz grave.

Puse los ojos en blanco ¿Asi como se supone que iba a enfrentar mis sentimientos?

— Eres un flipado. Nada de chupar ¿Entendido? — Le regañé — Te he traido aqui para que compartamos un tiempo juntos. Nos merecemos un poco de intimidad.

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