Capitulo 48: Sanación

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Día 26 de expedición
(Segunda parte)


Mi mente no concebía que Jose María y Juan hubieran sido asesinados. Debía de haber entendido mal las palabras de Andrés. O igual era todo un mal sueño. Una alucinación causada por la falta de alimentos y energía.

Lía - La llamó Andrés — ¿Comprendes lo que he dicho? Esos desalmados han...

Dejé de escuchar su voz, como si de repente se hubiera convertido en un murmullo imperceptible y se la llevase lejos el viento cálido que circulaba por la selva.

Estaba claro que aquello era real ¿Como era siquiera posible? Todo me parecía muy injusto. Hacía días que no sabíamos nada de ellos y suponíamos que estaban a salvo. Ni siquiera habíamos tenido la oportunidad de protegerles y ahora teníamos que aceptar que habían fallecido. Pensé en el último recuerdo que tenía del joven recién egresado de la carrera de enfermería y del periodista; y en sus allegados recibiendo la terrible noticia.

Repentinamente, las lágrimas nublaron mi vista y resbalaron por mis mejillas.

— Disculpadme — Dije, moviendo mis labios de forma automática.

Me levanté del suelo y me alejé de mis compañeros, en busca de un lugar en el que poder desahogarme. No quería que me vieran llorar y expresar mi sufrimiento ¿Tenía derecho a hacerlo? ¿Acaso no podía contenerme por respeto a ellos, que también estaban sufriendo? ¿Era peor mi sufrimiento, tan dificil de controlar?

Robin me siguió dócilmente hasta el lugar que escogí para tumbarme en el suelo, y escupir todos mi desconsuelo. Lloré y dejé que mi cuerpo se liberase de la ansiedad que lo consumía. Habíamos sobrevivido a la selva, descubierto el templo y dejado atrás a los encapuchados ¿todo para terminar siendo asesinados, sin que nadie hiciera nada por evitarlo, al final de la expedición?

Oh, debía de ser una broma. Jamás sucedería tal cosa. No se lo íbamos a ofrecer en bandeja, no venderíamos la muerte de nuestros compañeros tan barata. María había resultado ser una astuta serpiente, pero ella y sus maquiavélicos planes darían con sus huesos en la cárcel.

Robin se limitó a mirarme, con sus ojos color café abiertos de par en par, sin comprender lo que sucedía. Mi abdomen se estremecía por el llanto y mi respiración se entremezclaba con sollozos silenciosos. En un momento dado, apoyó su hocico húmedo en mi hombro, logrando reconfortarme.

Una de las preocupaciones que se arremolinaron en mi cabeza, era la salud de Andrés y Raúl. Probablemente tendríamos que variar la ruta y evitar llegar a la aldea de la que partimos. Si los madereros y furtivos nos atrapaban alli, no saldríamos bien parados. Aquellos indígenas también los temían y no iban a poder defendernos. En una ciudad mas grande, seríamos menos accesibles y quizás tuvieran menos posibilidad de hostigar ¿Conseguirían aguantar bien, si seguíamos atravesando la selva?

— ¿Interrumpo?

Guadalupe apareció en las proximidades de donde me encontraba, con los brazos a su espalda y una actitud cautelosa.

Robin gruñó, moviendo el rabo a la vez. Estaba segura de que percibía su extraña naturaleza ¿Un lobo y un perro podían ser buenos amigos?

— No — Dije, sin querer incorporarme todavía del suelo.

En ese momento la tierra sostenía todo mi peso y eso me tranquilizaba. Me sentía como si fuera un bebé, mecido en el interior de una cuna.

— ¿Por qué lloras? ¿Olvidaste que todavía estas en la selva y nos acechan depredadores?

Era una curiosa forma de verlo. Los madereros y furtivos eran animales protegiendo sus intereses. Juan, Jose María y el resto no éramos más que intrusos en su territorio, víctimas potenciales.

— No.

—Bien — Guadalupe se acercó del todo y quedó a un palmo de distancia de mi cuerpo — ¿Sabiendo todo lo que está ocurriendo, habrías aceptado venir a la expedición?

Me detuve a pensar la respuesta antes de contestar. Lo tenía bastante claro, pero era contradictorio.

— Si.

Ella asintió y me tendió la mano para levantarme.

— Era lo que me temía — Respondió la historiadora — Levantate, amiga. Tenemos que continuar y te necesitamos.

Tomé su mano y ella la agarró con fuerza, despertándome al instante del estado de shock en el que estaba inmersa. Robin caminó frenético a nuestro alrededor, siendo consciente del cambio de energía que nos rodeaba.

Me sacudí el pantalon y la camiseta. A la vez que la tierra cayó de la tela, empecé a desprenderme de mis miedos. Estaba prohibido hundirse ante la adversidad.

Apreté los puños y miré al frente.

— Afila tus colmillos, vamos a salir de aqui — Dije en voz alta, casi como si fuera una promesa.

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