CAPITULO 21

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ARIMA

Pablo aparcó el coche en la entrada de una casa de grandes ventanales y un jardín delantero repleto de hermosas flores.
Bajé del coche sin perder tiempo y observé a la humana que abrió la puerta y se quedó quieta. ¿Acaso no quería volver a su hogar?
-Deberíais entrar en casa… -susurró por fin saliendo del vehículo -no quiero que los vecinos os vean con esas pintas.
Echó a andar y esta vez desvié la vista hacia Pablo que no soltaba las manos del volante.
-La humana tiene razón -comenté intentando captar su atención -no podemos dejar que más gente nos vea.
Pero él ni se inmutó, siguió con las manos al volante y la mirada perdida. Suspirando cerré la puerta del coche y caminé detrás de la chica que ya había entrado en su casa. Al llegar al porche me giré durante unos segundos y miré aquella hermosa urbanización repleta de enormes casas idénticas, con sus tejas azul marino y sus paredes blancas como la nieve.
-Pasa -la voz de la humana me devolvió a la realidad y dejando de ver aquella maravillosa vista pasé por el umbral de la puerta.
Nada más pasar mis ojos se posaron en el amplio salón de tonalidades grisáceas. Había escuchado mil veces a Cesia hablar de como vivían los humanos pero era la primera vez que podía verlo por mi misma. Mi mirada siguió examinando el salón, un gran cuadro adornaba una de las paredes mientras que dos sofás bastante grandes repletos de cojines, esta vez de un tono más claro, ocupaban el centro de la estancia. Me mordí el labio bajo la atenta mirada de la humana y esta vez caminé hasta pasar mi dedo por una estantería repleta de libros hasta que de golpe dejé de caminar.
-¿Este es Pablo? -pregunté analizando la imagen enmarcada de él con un pequeño cachorro sin poder salir de mi asombro.
-Pablo es mi hermanastro -ella masajeó su muñeca aún adolorida y se acercó a mi -él no me conoce porque se escapó de casa dos días antes de mi llegada.
Dejé de mirar el cuadro y clavé la mirada en Pablo que apoyado en el marco de la puerta observaba la escena con seriedad.
-No me escapé -sentenció.
La humana dejó de mirarme y esta vez dio un paso hacia Pablo.
-No sabes cuanto se alegrara tu padre de…
-Ni se te ocurra hablar de este tema con alguien -se acercó a ella y la intimidó con la mirada -nadie debe saber que estamos aquí.
La chica me miró de reojo y dio un paso hacia atrás con algo de nerviosismo.
-¿No es suficiente que guarde el secreto de que sois unos asesinos?
Esta vez fui yo la que no pude evitar acercarme a ella.
-Lo que les pasó a esos chicos también te pude pasar a ti -la fulminé con la mirada, pero la chica lejos de asustarse dio un paso decidida hacia mi.
-Si me hubieseis querido matar ya estaría hecho ...-me dio la espalda y caminó hacia unas escaleras de madera, pero antes de poder llegar, Pablo le agarró el brazo con fuerza impidiendo así que continuara andando.
-Por favor nadie debe enterarse de nada…
Ella le miró con semblante serio y zafándose de su mano se fue corriendo hacia las escaleras. -Deberíamos ducharnos y deshacernos de esta ropa -comento Pablo acercándose a mi cuando la humana desapareció escalera arriba -nos quedaremos aquí por unos días y luego veremos que hacer. -¿Nos quedaremos? -pregunté – yo me iré sola en cuanto me recupere.
Observé el gesto de decepción que se dibujó en la cara de Pablo, pero intentando disimularlo me señaló las escaleras.
-La habitación del fondo del pasillo es la mía – se quedó en silencio asimilando aún mis palabras - dentro hay una ducha.
Caminé hacia las escaleras y las subí a paso acelerado sin dejar de mirar los cuadros familiares que había colgados en la pared.
Terminé de subir los peldaños y caminé hacia la habitación de Pablo, abrí la puerta y examiné esta vez su habitación de paredes azul petroleo. Una cama individual a la derecha y un simple escritorio resumían la personalidad de Pablo a la perfección. Era un chico normal y corriente antes de que supiera que era un Gazok ...y aún así la simpleza no le abandonaba. Puse los ojos en blanco y caminé hacia el espejo de cuerpo entero que tenía en la esquina cercana al armario. No me veía en un espejo desde que me preparé para entrar en la Batalla de los Guerreros. Tragué saliva e intenté ignorar el nudo que se me había formado en la garganta.
-La.. -la voz de Pablo interrumpió mis pensamientos -la ropa puedes cogerla de mi armario.
Observé su reflejo en el espejo y cuando su mirada se clavó en la mía la esquivé y caminé hacia el armario empotrado.
-Puedes ponerte esto -él se acercó y abriendo el armario sacó una sudadera verde oscuro y un pantalón de chándal grisáceo.
Los cogí entre mis manos y un suave aroma me invadió las fosas nasales. Sin perder tiempo entre en aquel baño y cerrando la puerta me posicioné de nuevo delante del espejo observando esta vez el vendaje que me ocupaba casi media cara. Suspirando dejé la ropa a un lado y de un extremo comencé a deshacerme de aquel vendaje que no hacía más que recordarme mi debilidad.
La venda no tardó en caer dejando mi ojo al fin visible. Parpadeé dos veces seguidas recuperando la vista y me fijé sin poder evitarlo en la pequeña cicatriz que se encontraba en la parte inferior de mi ojo. Aquel pequeño detalle siempre se encargaría de recordarme que no era más que una cobarde que escapaba de su propio destino final. Tragué saliva y esta vez abriendo el grifo de la ducha comencé a desvestirme intentando asimilar todo lo que estaba viviendo.

GAZOKS  (parte 1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora