📘 Capítulo 6 | Vientos de Cambio

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MEINDERT





—¿Theo? —En un abrir y cerrar de ojos, desapareció.

Juraría que escuché sus pasos.

Advertí su presencia.

Las pastillas acabarán por volverme loco.

Pero no, era un alivio estar equivocado. La charola yacía servida. Por lo menos, el té contenía dulce que el anterior. ¡Pobre de mi hermano! Mucho hacía en encontrar un remedio a pesar de mis disgustos y negativas. Quería contarle de mi mejoría... pero no era posible mantenerme parado.

Entré en calor. El malestar se desvanecía junto al frío de mis miembros. Sufría de presión baja. Mandrú no debía tacharlo como excusa.

Faltaba menos para la comida y, con intención de matar las horas, continúe dibujando. La idea de las ovejas la di por descartada por el simple hecho de que no era necesaria. Sonaba infantil y ya me encontraba lo suficiente harto de dormir seguido. Y, por si no lo fuera, hambriento.

¿Alguna idea?

Un río, un campo, algún rostro... pero nada igualaba al dibujo que, siendo calamidad, halló Vincent. Se trataba de un bien preciado que, por distraído, perdí. Era culpable, no había de eso duda, pero era traicionero el destino al elegirlo. Si hubiera sido otro, no levantaría sospecha.

¿Por qué él?

"Estoy convencido de la persona que eres" aún rondaba en mi cabeza. Viniendo de esa persona sonaba exagerado, cuando resultó ser el primero en mostrar la preferencia. En acercarse lo suficiente como para robarme un beso. Si tuviera la oportunidad de volver al instante, no pensaría marcarle un moretón en el ojo. Así lo tendría en su lugar

...y el dibujo.

El escenario era fácil de replicar: las rosas, el hombre, yo... Sin embargo, el rostro era un impedimento. Un suplicio cuando se trataba de darle personalidad. No es que fuera malo de memoria, sino del amor que no me daba señales de sus facciones. Además, el hombre de aquel bar, se trataba de una mentira. Una de las cuales rogaba que se volviese real para rescatarme de la monotonía.

De Vincent.

Cualquier rostro le vendría bien, la imaginación podría intervenir, pero resultaba vacío si no provocaba sentimiento de amor como uno conocido.

¿Habrá posibilidad de su existencia?

Abrí la ventana, despejando el polvo de la habitación y de las cosas absurdas que merodeaban mi entendimiento. Sintonizo la radio. No fue hasta que un grito detuvo la búsqueda de alguna estación. Asomo la cabeza para descubrir al causante. Y ahí estaba, un Vincent golpeando a puños y patadas al árbol. Mi árbol. ¿Con qué derecho disponía? ¿Acaso uno de esos frutos verdes le cayó encima y afectó sus capacidades? ¡Desquiciado!

Un grito bastaría para llamar su atención, pero se marchó, no sin antes lanzar con violencia el arco del violoncello. Esta situación más tarde fue motivo de incertidumbre, sobretodo porque del día anterior hasta la mañana del siguiente no se presentó a comer. Mandrú alimentó la creencia de que nos hacíamos los enfermos, algo fastidioso e infantil. Supe después la verdad, por boca de la hermandad, que su instrumento se averió. ¿Valía tanto drama? Aunque, desde sus zapatos, comprendía lo especial que era.

El vacío que significaba.

Pasó la semana.

Yo era un manojo de nervios. Escucharles decir que Vincent había perdido fuerzas para hablar, caminar, ver... me irritaba. Sin embargo, no me nacía en hacerle una visita, ni por motivo de lástima. Mandrú era igual. Poniendo fin a esa preocupación, Theo nos aclaró que sí comía, poco, pero no para morir de inanición.

Symphony [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora