VINCENT
Interpretar la canción fue una petición no usual.
Cumplí con mi palabra, ¿y qué ganaba yo? La satisfacción de causar una sonrisa. Ser parte de un recuerdo grato y memorable. Hacerle entender que antes de nuestra hermandad seguíamos siendo amigos.
Tan amigos desde la orfandad.
Por eso, he dejado de andar en el jardín.
Aún no borraba la pena en su mirada y no quería estropear el paisaje. El momento en que se llevaba cigarrillos a los labios y quedaba dormido sobre el pasto. Comprendí que su silencio valía como el oro, así que la soledad. Valía más un día especial que siete despreciándonosA veces, golpeaban la ventana. Corría la cortina y no hallaba sombra. Quizás, se trataba de un pajarito o las hojas de los árboles. Un insecto o la propia imaginación. De lo que sí estaba seguro era que no me partiría la cabeza en cosas tan simples. Me tenían rendido, molesto, impotente... No sabía que hacer para detener la emoción que me brotaba del estómago. Las caricias que exigía el cuerpo. La sensación de pedir un beso... Debía parar antes de una tontería.
Y para variar, las dosis me iban quitando el hambre. Tomaba tiempo para asimilar los alimentos, era el último en acabar el plato, pero no iba a persistir. Nadie sospechaba, el menú era insípido, y suspendí el proceso por la recaída de mi salud. La situación no cambió mucho. La náusea seguía en pie.
Theo anunció su ausencia y en su lugar me eligió. Era un privilegio tanta confianza, quién no estaría orgulloso, pero Mandrú era el de los pantalones más puestos. A si que, sin decir esta boca es mía, tuve que aguantar la aceptación falsa de este y los ojos esperanzadores de la hermandad.
Cuando Theo se perdió en los árboles, ellos rogaron no ser una molestia. Nunca eran molestia, la molestia ya me la había pasado conmigo mismo. ¿Cómo una persona desmotivada mantendría orden? Era un lío. No obstante, Theo daba por ellos parte de su tiempo, la vida si quisiera, y tampoco se comportó injusto por mi regreso. Por algo debió considerarme.
A Mandrú le falta empatía.
No miento que su horario era muy estricto, pero me salvó del claustro que llamaba rutina. Muy temprano daba ánimos con sus quehaceres y tareas. Ayudé a poner la mesa. Escuché por la puerta las canciones de Meindert. Fui yo el que daba las buenas noches... Theo se la vivía apacible. Era innecesario tener a alguien al mando sin verdaderas obligaciones. No fue hasta después de su llamada, dándome por enterado, que le dedicaba el tiempo libre, a mitad del mes, a cada uno.
¡15 días! Sin contar a Mandrú, en efecto.
Comencé la travesía con Patrick.
Él tenía inclinación a la trompeta y abogacía, Josh quería atreverse con la escultura y Jefrey con una hermosa novia. Hermman soñaba alto con un casino en New York, a excepción de Anton que prefería un rancho. Northon deseaba acompañar a Otto con el jardín y aprender sobre estas. Otto quería lo mismo. Jeremy, sastre, y Salomón en arquitecto. Willi una batería y Doroteo con una guitarra eléctrica, justo como las estrellas de rock. Los dos serían un gran dúo. Philip y Alfred en arqueólogos o detectives como sus novelas favoritas de suspenso.
Margarito prefería no hablar de futuro.
Meindert... no tengo pista que me indique.
Se cansaba de componer música. Ya no dibujaba. No convivía los fines de semana. Mandrú lo daba por desapercibido, raro en él, pero a mí si me preocupó. Cuando llegó su día, estaba listo. Sería fuerte ante su rechazo, todo por conocer sus inquietudes, sueños y tristezas. Lo que realmente le hacía feliz y su recuerdo más preciado.... Llegué tarde. Observándolo, desde la mecedora, me convencí de dedicarle unos minutos en silencio.
Alcancé el cuaderno azul del buró.
Meter la nariz no era mi plan, mucho menos me gustaría algo semejante, sin embargo, solo le daría una ojeada, analizando su contenido. Rápido y preciso mojé el dedo, pasando las hojas con cuidado. Figuras geométricas, seguidas de bosques, ríos, animales y cabañas iban mostrándose ante mi admiración. Los trazos estaban bien hechos que parecía mirar a través de una ventana o fotografía. Además, me llevé la sorpresa de encontrar al hombre, en las páginas finales. En cada una, Meindert repetía la escena, sin éxito, del polémico beso, pero ya sin este. En par, la intriga no cambiaba en absoluto: la cara del tipo, como su cabello, se mantenía en el misterio.
Un murmullo obligó a pararme de la silla.
Comprobé que se movía, inquieto, y temblaba. Ardía en fiebre. Con sus brazos rechazaba toda nuestra de ayuda, pero, al perder fuerzas, accedió a paños de agua fría. A tomar un remedio. Theo llamó al teléfono, dos días después. No lo enteré.
Todo bajo control.
Al parecer, Meindert mostró mejoría. No evité compararlo con un fénix y lo desmintió en una sonrisa. Le ordené no dar esfuerzo de más y caminar descalzo. Reprochó que no era un niño.
Terco a más no poder.
Mandrú salió a mi encuentro, después de salir con el alma más tranquila por lo de Meindert. Se ofreció a velar la salud de este, pero no era necesario. Le di las gracias. Para concluir, pidió que lo ayudara a sacudir los estantes, como cada fin de mes. No acostumbraba dejarnos entrar a ese su espacio sagrado, empero, no podía chistar mientras ocupaba el lugar de Theo.
Entonces, supe dar por cumplido la tarea del hermano faltante, ofreciendo por igual mi atención a su palabra. No solía leer libros debido a la pereza, pero su reseña desenterró curiosidad. No dudé en pedirlo prestado. El semblante se le suavizó. Su vocación podría ser la de un maestro, si quisiera, y no un dictador.
Posteriormente, di las buenas noches a las 10. Apagué luces a las 11. Quedo sumido en la oscuridad, a no ser porque encendí la lámpara junto a los sillones. Recuesto la cabeza. Suelto un suspiro. La jornada hace cerrar mis ojos. La luz débil a mi alrededor me da una sensación de calidez... pero niego entregarme a morfeo.
Es justo allí cuando la noche me invita a ser atrevido. Olvidar tanta responsabilidad. Es justo cuando agarró valor para dirigirme al bar que conozco y tomar asiento en la barra. Pido un Martini. A veces, Vodka. No más al alcance de la cartera. Hombres o mujeres me invitan a su sitio, no niego su buen parecido, pero los termino rechazando por cortesía. No importaba si el precio fuera devolver la botella que daban por adelanto. No me apetecía.
Solo tengo cabeza para uno.
Echo ojo a un grupo que ocupaba la mesa a unos pasos de mí. La cólera provoca un calor intenso. ¿Quién de esos infelices era culpable de romper el corazón de Meindert? Cegado por los celos, me uno a ellos. Desde antes había mirado con atención sus movimientos, pero, jamás se me ocurrió que llegaría a este extremo. Intentaría colarme en la conversación hasta hallar un paradero.
Con tres cervezas a mi salud, el de la gabardina desaliñada y el pelo revuelto, de un rubio opaco, dijo dar en el tino. Cómo si de una flecha se tratara, mi pecho sufrió un dolor agudo.
—Le presté un encendedor... ¿Por qué el interés?
—Un amigo, es todo.
—Puedes llamarme Luke. ¿Tú eres..?
—Frank.
Me lleva de vuelta a la barra.
Conversamos como amigos, sin dejar el papel de Frank para seguirle corriente. Luego, me convenció de ir a un lugar menos bullicioso. No distingo dónde, debido a las luces de neón. Seguimos la plática. Aprovecha esa torpeza para besarme.
Seguí su juego, sin entender por qué Meindert se había enamorado de un tipo así de descarado. Su saliva repugnaba. Sus palabras llenas de lujuria, vulgares. Trato de apartarlo. Enseguida, me empuja contra la pared. No siento cuando me baja los pantalones, pero, al penetrar, fui víctima de una práctica que no consentía.
Preso de un sujeto abominable.
Vuelvo en sí y descargo mi rabia. Lo dejo inconsciente en el piso y corro hacia el bosque. No comprendo como llegué tan aprisa hasta la cama.
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Symphony [Gay]
Roman d'amour#IMAGINARIOS 0 Con el arribo del hermano problemático, Meindert comienza a perder serenidad. Le incómoda la idea de poder dormir bajo el mismo techo y compartir la mesa... ¿Pero, cuál es el motivo? ¿Por qué siente necesidad de fumar más de lo habitu...