📘 Capítulo 12 | Extraños

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   MEINDERT





Mandrú nos mandó a la cama antes de quedarnos hasta medianoche, y, sin omitir, recordándonos nuestras "extraordinarias" obligaciones, aunque, pensándolo bien, estos ya no serían aburridos sino fuera por los regalos. Un punto menos a sus amenazas.

Hacia demasiado que no jugaba limpio en el billar. Sin apuestas o peleas. Fui perdiendo las siguientes rondas, pero con la cabeza en alto y sin una gota de alcohol. Olvidé las pastillas, la calle, los dolores... La sed de luchar conmigo y por libertad...

Volví al cubículo. Me despojo de la ropa y quedo en la interior. A pasos de llegar a la cama y apagar la luz del buró, tropiezo. Guardo las groserías para evitar el escándalo. Encuentro al culpable. Era una maldita caja. Me abalancé para destrozarla, sin embargo, ver su envoltorio azul me devolvió la cordura.

Mediana. ¿Qué gran cosa puede haber en ese tamaño? ¿Cinco libros, tres pares de calcetines y una loción..? De los calcetines estaba harto. Libros de montón en los estantes. El jabón era mi aroma personal. Necesitaba más bien una camisa o un pantalón. Papá se acordaba cada fin de año de todo lo antes mencionado menos del vestido. Vincent tendría un punto a favor si diese en el blanco. Mi sorpresa logró ser mayúscula. Un cuaderno y radio nuevos. No se trataba de un regalo común envuelto en papel corriente, sino excesivo y... justo en el blanco.

Especial.

Demasiado para mi orgullo y sin recursos para devolverlo con dinero, además, todo posee precio. Lo tengo entendido por papá. La pasta del cuaderno era azul, color que prefería después del negro. Mirar sus hojas en blanco me devolvió la necesidad perdida. Del radio puedo decir lo mismo. El mío acabó muriendo. ¿Pero cómo lo sabía? ¿Quién estaba detrás?

Theo.

No gusto por los compromisos y decidí devolvérselo cuando estuviera solo. Ante esa causa, Vincent me invita a tomar calma y una fruta del cesto. Entre la variedad caigo admirado con las naranjas. Recuerdo la razón del porque me encontraba ahí e ignoro la tentación. Volteo a mirar las inmaduras del árbol.

Más vale tarde que nunca.

—Anda, sin compromiso.

El silencio fue en mi contra.

Solo exigía una respuesta y claro que iba aceptar la fruta, por cortesía. Le juré que no buscaba pleito, sino diálogo. Una charla apacible y franca. Pareció distraído. Se detuvo a la mitad del plátano que comía. Dado que no resolvía el problema, fui yo el que escuchó la suya. Así me entero del problema con Margarito. La manera con que lo echó de su vista fue despiadada y prometí hablar firme con este, pero eso no era lo que ansiaba. Moría lento por darle una dádiva y obtener al mismo tiempo perdón.

—Es un tema que prefiere discutir solo.

Nosotros tampoco éramos parte de los problemas de Margarito, a excepción de Theo. Un asunto del que poco sabíamos y del que Vincent en nada prestó atención, originando una grave falta. No es que lo hiciera sentir mal por el problema, sino que la terquedad de esos años lo llevó a ese embrollo. El pasado no se resuelve de un día para otro. Theo lo ha dicho mil veces.

—Hace bien en tratarme mal.

—Te necesita, solo que es un poquito difícil.

—¿Creés que vaya a perdonarme?

—Por supuesto, Mandrú lo ha hecho peor.

—Es su hermano consanguíneo.

—Por mucho que sea no tiene derecho a maltratarlo... La hermandad te va a respaldar, de eso estoy seguro.

—No lo creo... —Sin fuerza tira la cáscara—. Lastimé al hermano que protegen.

Por supuesto que me iba a quedar para darle un gran abrazo... pero se mantenía inexpresivo y tragando saliva para reprimir el llanto. No era momento para sentimentalismo. Quería arrancarle las gafas de sol, no pude quedarme callado a decírselo, pero le quedaban a la medida porque hacía una tarde luminosa.

—Sé lo mal que se ve un hombre llorando.

—No, no... Está mal que lo oculte —expliqué. Quizás no comprendió mi intención.

—Entonces, estoy obligado a ello.

Magno era la persona detrás de esa idea errónea. Theo siempre se opuso a sus órdenes y educación. Nos enseñó valores desde pequeños. Nada mal había en llorar. En ser débil. Vincent olvidó las lecciones. Yo no quería ser parte más de una ideología y caminar en círculos por el jardín como una ave de corral. Una marioneta. Sus regalos son una distracción para evitar nuestro libre albedrío. Por algo todavía los dos seguían en contacto.

Crucé la malla. Elevó las cejas con asombro a mi atrevimiento. Seguí sin mirar atrás. Nunca había ido a otro lado que no fuera el muelle, y encontré el sitio exacto. En el acantilado, justo abajo, una playa. No pensé dos veces para bajar e integrarme a la sociedad. A recibir esa cálida bienvenida. A medida que avancé, tuve un rapto de vergüenza. Todos vestían ropa adecuada al clima. En ese detalle quedaba fuera de la actualidad. Luego, preferí saludar, interactuar, pero, antes de dirigirles la palabra, sus miradas parecían contemplar a un bicho extraño. En verdad me sentí como uno en un frasco, inerte y sin oxígeno. Algunos comenzaron a señalar burlones.

¿Qué hay de extraño conmigo?

En vista de haber fallado, regreso a dónde pertenezco, sin embargo, acabo sentado en un tronco. Vencido. Theo tiene razón. Aún no es el momento indicado. Saco de la gabardina mi viejo cuaderno. Perdí toda vergüenza cuando Vincent se encontró a mi lado. Fue una sorpresa haber seguido mis pasos y quitado las gafas. Ahora sí parecía atento y divertido con los garabatos. Arrancar las páginas donde aparecía el hombre imaginario resultó una buena opción. No quería ser más la causa de su ataque de homofobia.

Vincent decidió quedarse otro rato, hasta que la tarde se cubrió de gris. Ya había concluido el cuaderno a tiempo para marchar, pero le imité de todos modos. Dijo sentirse mareado y, en el transcurso, le soplé aire en la cara con mi sombrero. Se levantó enérgico, una media hora después, pero la forma con que caminaba era semejante a la de un cojo. Nunca lo vi venir, ignoraba todo respecto a su persona. Tuve que darle sostén en mi hombro y acompañarlo a realizar ejercicios de respiración. La alma volvió a su cuerpo. Por un instante creí que iría a desmayarse.

Cuatro hombres pasaron junto a nosotros. Caminaban a la orilla de la carretera. Quería pedir su apoyo, pero regresé al principio. Éramos insignificantes ante sus ojos. Y no era necesario, pues faltaba menos de diez metros para la reja.

—¿Por qué tan perdidos?

Entonces, escuché la voz. Era uno de los cuatro tipos mencionados. Por su manera de observar y hablar, más bien pretendía causar miedo. Teniendo en cuenta el perfil, no me inmuté para hacerles de frente. Aunque llegara a los golpes. Varias veces logré pelear con borrachos o cantineros, pero solo. Daba igual si saliera victorioso o no, pero este caso era diferente porque un enfermo dependía de mí, por ahora. No era momento para pelear, por desgracia, sino para hablar de lo que buscaban o querían robar, no obstante, fui enviado por otro al suelo, sin respuestas.

Vincent salió en defensa, pude escuchar. Su tono de voz sonaba a la de un estruendo. Los sujetos reían mientras juzgaban nuestra vestimenta. Hubo golpes, y por supuesto que resultó mi amigo ser el más perjudicado. Lo dejaron inconciente en el lodo. El cuarteto huyó con los nudillos morados y las camisetas salpicadas. Lamenté ser un espectador y tardar en recuperar fuerzas para auxiliarlo. No podía con tanto, así que fui a rastras.

El hogar quedaba lejos. Si llegara a esta, no podría detener el tiempo y las fracturas. Ni siquiera tenía conocimiento en primeros auxilios como Philip.

Para eso Vincent ya estará sin signos vitales.







Symphony [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora