🎻 Capítulo 11 | Última Llamada

10 13 0
                                    



VINCENT





—¿Bueno?

—...

—Estoy ocupado, Margarito.

—Habla Vincent.

—¡Enhorabuena! ¿Qué te puedo ofrecer?

—He pensado en su propuesta y...

—Hasta que por fin una llamada con buenas nuevas.... Prosigue, muchacho.

Hice una pausa luego de reanudar.

Colgar sería imprudente.

Seguí en línea a pesar del mal sabor de boca. Tragando saliva en cada pausa, evitando no titubear y sucumbir en la mentira. Buscando las palabras necesarias. Esa decisión se la debía al beso, el causante de que marcara al número incorrecto. Acepté lo inaceptable.

A causa de ello, pasé varias veces al baño para orinar y mojarme la cara. Los nervios eran culpables de estas acciones y de una sed insaciable. Con cada problema el peso sobre mis hombros era difícil de llevar. Seguía siendo problemático, Mandrú tenía razón. Un integrante menos era justo, por el bien de la hermandad.

El día tan inesperado ocurre. La paquetería. Doy a la hermandad la tarea de acomodar las cajas en el jardín. Murmuran y fruncen el seño. Lucen desconcertados. Ninguno tiene idea de su contenido o destinatario. ¿Para quién eran esas cajas? ¿Libros? Desmiento el misterio, luego de observar la tensión, y les explico que cada uno debe abrir la caja con la etiqueta que lleva su nombre. Lo toman a broma, dudan, pero, hasta donde fue posible, puedo decir que soy padrino por cumplir sus deseos; instrumentos, juegos de mesa, un billar, bicicletas, juguetes, etc... Algunos fueron imposibles, sin embargo, ya tenían con que despejarse de los días estresantes. Es difícil vivir entre cuatro paredes sin nada nuevo que hacer o decir.

Desde el árbol, Meindert miraba ajeno. Puesto que no se acercaba para ser parte de la emoción con los demás, llevo la suya hasta él. Enseguida, voltea la cabeza hacia otro lado. Se rascarse ansioso el cuello y las mejillas. A modo de broma le deseo un feliz cumpleaños. Eso no le hace tanta gracia. Corrige. Un 2 de Septiembre fue su nacimiento.

—Disculpa la interrupción, es que tengo en cuenta lo que me dijiste antes de salir huyendo como un...

—Niño.

—Exacto.

Conversamos sin rencores y es ahí donde supe que entendía lo duro que era para mí volver al rebaño, a la rutina, ya que estaba acostumbrado a la comodidad del exterior... aunque tampoco era una rata de mundo como en aquel cuento. Por igual tuve días malos en una gran mansión y noches exquisitas en el campo. Mi alma estuvo hambrienta a pesar de lo colmado que estaba la mesa. Tanto gritar por ser comprendido fue motivo de quedarme sin voz. Varios oídos se ofrecían a mi atención, pero solo pedía uno, el de papá.

Meindert admitió ser el causante de estas desgracias, por lo de esa noche, no obstante, su insensibilidad no le iba a permitir salir ileso del iceberg de papá. A comparación, el internado parecía un inofensivo retiro.

La frialdad de tus palabras fueron las que me mantuvieron con vida.

—¿Con mano de hierro? ¡Pero si eres su preferido! No por nada te cedió a comprar todos estos obsequios.

—Preferencia, dirás. Recuerda que Margarito y Mandrú son legítimos. Nunca podrán ser remplazados por un huérfano.

—Tampoco seas injusto contigo mismo, amigo mío. La gente demuestra valor en sus acciones, no por su dinero. Papá ha olvidado el valor y a dado lugar a la competencia. Somos un rebaño, pero no por ello debemos ser tratados como ovejas —La metáfora lucía exquisita.

Ahora faltaba que recibiera la dádiva.

—¿Y esto?

—Ábrelo cuando estés solo.

—¿No es una bomba, o sí?

—Para nada.

—Hasta ahora Santa Claus se acordó de mí.

—Más vale tarde que nunca.

—Pregunto que será...

—Basta, basta, la caja es frágil... ¿Eres así de inquieto?

—Disculpe a la ansiedad, caballero.

—Por eso mismo te conozco —Sonreí—. ¿Por qué no vamos con los demás?

Los gritos eufóricos de la hermandad eran música para mis oídos. La satisfacción no les cabía en el cuerpo. Theo era como un padre afectuoso y Mandrú recogía la basura al mismo tiempo que exigía silencio. Solo uno en la multitud faltaba: Margarito. La caja sin tocar le pertenecía. Preferí llevarla personalmente y no interrumpir sus lecciones.

Estaba en compañía de lo solemne, siendo solo un testigo de lo que ocurría fuera. Pregunto el porqué de tanto silencio, pero no basta la pregunta para apartarlo de la ventana. Toma unos segundos en contestar y asegura que la felicidad de los demás era valiosa para él. Que se encontraba agradecido por mí. Siempre era un hombre de buena virtud, sin la pizca de egoísmo que portaba su padre, pero no por eso debía olvidar la alegría propia, la cuál, sin parecer ofensivo, venía dentro de una simple caja sobre mis manos.

—La tuya no tiene precio.

—No comprendo.

—Estoy enterado del dolor que cargas.

—¿De qué hablas?

—Tu hijo no ha muerto.

Se levanta agresivo de la butaca. Trae enrojecidos los ojos. Por los puños tensos había la posibilidad de que se me fuera encima en cualquier instante. No sería capaz de ponerle un dedo a pesar de ganar por más ventaja. ¿Qué había de malo hablar de un tema delicado conmigo?

—¿Sabes lo cansado que me hace oír eso? Vete antes de que te eche por la ventana...

—No dejes que el dolor te vuelva sordo... Por eso mismo es que vengo por tu perdón.

—¿Perdonarte? No seas cínico —Suelta despectivo.

Ocho años de la última vez que nos vimos. Suficientes como para parecer unos desconocidos, aunque mi perspectiva era la contraria. En mis años de bohemio apenas llegué a entender el porqué Theo se empeñaba en protegerlo al doble. Y cuando lo tenía claro, esa noche elegí la botella. En consecuencia, fui obligado a empacar antes del amanecer y a estar al siguiente en una habitación de internado.

—Déjame remendar el error.

—Siempre lo haces ahogándote en alcohol.

Margarito tenía la última palabra. En su boca, razón. En efecto, huía de los problemas. Se asemejaba mi comportamiento al de un elocuente y querer recuperar mi lugar en la hermandad parecía una ofensa. Ellos mantenían discreción, abstinencia, compañerismo, y hacía tanto que renuncié a lo anterior.

Ahora estaba dispuesto en recompensar, conceder, cumplir algunos de sus íntimos anhelos. Sé que no tardarán en compararme con Magno... pero no importa. Bien agradecido estoy con crecer en su compañía.

El paquete esperaba ansioso en mis manos, ese que contenía el motivo de que no vivía por vivir, sino por qué alguien lo necesitaba. Si hace años hubiera actuado, ese muchacho estuviera cumpliendo trece años y ocho de ser parte de la familia. Estos serían de recuperación por los cinco perdidos.

Muy lamentable la situación pues Margarito confío su felicidad en manos de ese Vincent libertino y ahogado en licor. Años de constante sacrificio no bastaron para borrarlo de mi interior.

—Lárgate.

Trato de buscar su atención pero encuentro una mirada inexpresiva que impide que vaya hasta él. La culpa. Siento como mi corazón se encoge en cada palabra hiriente. En nuestra relación solo quedaba dolor, ruinas, decepción; una decepción que yo he causado...

Entonces, retrocedo.

Vuelvo a estar frente de la puerta.

Entrar de nuevo no será necesario.

Recuerdo haber provocado el mismo desorden.








Symphony [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora