🎻 Capítulo 9 | Corazón Traicionero

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VINCENT





—Era informal.

Entregarme a las reglas era lo justo, y no por ser electo para la empresa me otorgaría ciertos privilegios. Sabía mantener distancia, sin aires de pavo real, y todos deberían tenerlo en cuenta.

Por algo elegí mis días en el campo.

Con la navaja de afeitar quité el flequillo. A escondidas. Con absoluta intención de parecer formal como mis hermanos. Sin estilo propio. La regla que Doroteo y Willi jamás podían ignorar por más largo que prefieran.

Estuve mucho encerrado en la habitación, desperdiciando tiempo en culpas. Esta parecía hacerse pequeña, impedía respirar, y en las noches un bochorno subía a mis pies, cabeza... No hubo penetración. Ir al baño resultó normal, aunque era difícil borrar la sensación de ese pene. Más aún vergonzoso era abrir y mirar a Theo a los ojos, como si nada. Necesitaba ser fuerte para no caer desconsolado sobre su hombro.

Le respondí, dando fin, después de hacerme el dormido. No mostró escándalo al verme con resaca y cortado de pelos. Todo lo contrario, ayudó a elevar mi ánimo para una ducha. Usó perfume para cubrir el alcohol. Esa acción hizo que me arrepintiera de la falta. Obtuve su perdón antes de llorar tendido, sin contar nada respecto a la desagradable noche que fui víctima. Solo el lapso donde conocí los intereses de mis hermanos.

Por consiguiente, pidió que fuera tras sus pasos. Entendí la indicación, pero no las razones. Cuando nos encontramos con Meindert, creí que podría tener algún motivo a favor de ese momento. A esto se le añade que estaba enterado de nuestro distanciamiento y sabía que la persona que daba por descartado iba a ser Meindert, lo estupendo de este era que el color de su tez había mejorado.

El sol era perfecto para estos casos.

A Theo nunca le tendía réplica o riña. No porque fuera sostén de la hermandad, pieza de importancia, figura autoritaria, sino porque buscaba la manera de levantar mis emociones. Empujarme fuera de casa. Desahogarme en una conversación...

A Meindert no lo incluí en esa última. Tanta ignorancia de parte mía se debía al atardecer o el exquisito helado. ¿Trataba de ser amigable? La pregunta me tenía sin cuidado. Ese paseo significaba como pago de la deuda que tenía conmigo.

El favor por atender su fiebre.

Un gracias y nada más.

Lo prefería más ausente. Callado. A su manera frívola me acostumbró. Por eso era molesto que notara el detalle insignificante del pelo.

¿Es que no distinguía la loción?

¿El sabor de la vainilla?

Al bosque regresé. No necesitaba a la brújula de Meindert ni su ingrata compañía. De un montón de ramas saco la mochila. Hace tres días que en la maleza la escondí. Hace meses que perdí todo miedo a la adversidad. A quién se atreviera a frenarme.

—Este camino conduce a la carretera.

—Sigue el tuyo, Meindert.

—¿Y qué le digo a Theo?

—La verdad.

—¿Y a la hermandad?

—Una mentira.

—¿Y a nuestra a... amistad?

—Nunca hubo tal cosa.

Por primera ocasión, ignoré a mi pecho blando. Tampoco pensé dos veces para desenterrar una respuesta gélida. Su reacción era lo de menos porque todo era patético en él. Hasta la palabra "amistad".

—Así que retornas a Suiza.

—No cometeré el error dos veces.

—¿Regresar con tu familia vale como error?

—¿Es que no ves sus ataduras? Aún es temprano para recuperar mi vida.

—Pues prefiero perder la propia junto a la de mi hermandad.

La firmeza de su voz seguía en aumento, sin darse por vencido ante la lluvia de pedradas. El Meindert desmedido, egoísta y patético desvanecía. El malo era yo, el insensible, el que miraba con dirección a su destino. Huyendo de las culpas y el hogar. De su mirada.

—No entiendo... Siempre tuve presente que no te importaba.

—Nunca es tarde para recuperar lo perdido.

Entonces, Meindert me sostiene en un abrazo, uno que aprieta como antes. El calor que emana envuelve mi cuerpo entero. Trae paz. El pulso regula. Con un beso le agradezco. No espero. Se sorprende, tocándose la mejilla. El seño frunce. Retrocedo. Por tales precipitaciones es que soy llamado culpable. Salgo corriendo a casa. El bochorno se convierte en uno de vergüenza. Pierdo el sendero, los sentidos, por lo que me siento al pie de un árbol a recobrar conciencia.

La imagen de su reacción aparecía como condena, al cerrar los ojos, más todavía el terror y vacío que me causaba la espesura de los árboles. Su altura. Grandeza. Tuve niebla mental porque desconocí el lugar, fecha y espacio. Al tocar mi hombro, recordé una vaga sensación de traer algo a cuestas. Mis demonios, quizá. En el transcurso, el cielo ya comenzaba a perder tinte. La oscuridad se apoderaba del ambiente y mi pensamiento.

El beso no pertenecía a un niño, sino un adulto. La intención ya no era por aprecio, ni elogio, buenas noches... Ahora, el contacto de su mejilla ardía mis labios. Los dejaba agrietados y secos. Sobraba como única caricia.

Necesitaba de otro beso.

Uno en los labios.

Para calmar la sed.

Para recordar que no soy un niño.

Es tarde para recuperar lo perdido.

La mochila la he dejado caer en la corrida.

Aceptaría las consecuencias si nunca hubiera tenido que escuchar al dos caras de Meindert.

He cometido el error cien veces.

Theo debería admitir que se equivocó al elegirlo como el confidente que necesitaba.






Symphony [Gay]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora