Un libro y un café

Recuerdos

No aguanto más. Llevo toda la mañana intentado encontrar mi inspiración, pero nada.
Bajo del piso y me voy al Starbucks; hace un tiempo, eso siem- pre me ayudaba. Si me encontraba solo, me iba al café y allí, con toda la gente, encontraba algo que me hacía tener miles y miles de ideas. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, inspiración.
Decido sentarme en una de las pocas mesas que veo libres y allí saco unas hojas y un bolígrafo, y a empezar de nuevo. Empiezo a mirar a la gente, buscando caras, emociones, y de repente, mis ojos tropiezan con los de una chica. Algo surge dentro de mí, comienzo a escribir, y de repente vuelvo al pasado. Esa chica me recuerda a Alicia, esa forma de coger el café, ese brillo melancólico en sus ojos... No puedo evitar recordar en ese mismo instante el primer día que nos conocimos, amor de verano... Estuvimos toda la tarde paseando, charlando de todo lo que se nos ocurría, cuan- do algo dentro de nosotros despertó. Lo noté, y ella también. En setecientos cuarenta y seis días que habíamos compartido juntos, no la pude olvidar jamás: su sonrisa, su boca, sus manos... todo era perfecto en ella. Hasta que, una tarde de septiembre, se pre- sentó en mi casa diciéndome que se iba a otro lugar, lejos, muy lejos, y que no quería hacerme sufrir. Alicia se fue a Italia a vivir, a rehacer su vida, y a hacer todo lo que no hizo conmigo. Y así, por primera y última vez, no volví a creer en el amor.
Y justo en el momento en el que acabo de escribir, veo a esa mujer coger su bolso, junto con el hombre que acompaña, y mien- tras se alejan, logro escuchar en un perfecto italiano:
-Ti piace la Spagna, il mio amore? -Naturalmente, Alicia.
En ese momento, me doy cuenta que aquella mujer a la que tanto amé, después de veinte años, había estado a mi lado y, sin poder evitar recordar nuestras tardes juntos, una tímida lágrima se asoma por mis ojos.

Ana Rodríguez