El punto de encuentro

43 1 0
                                    

El día estaba nublado, una cálida lágrima se derramaba por mi sonrojada mejilla; era diciembre, por mucha gente que había en la calle, yo solo podía oír un gran grito, un doloroso y ahogado ruido que provenía de lo más hondo de mi ser.
Pasaba el tiempo; las agujas del reloj me parecen atletas en una carrera que parece no tener fin... Me siento en un banco y miro el móvil; nada, lo guardo, miro a mi alrededor y veo árboles, niños jugando... De repente, fijé mi mirada en un lugar apartado y a la vez encantador, nunca lo había visto antes; cuando me quise dar cuenta, ya estaba caminando sobre la húmeda arena del parque infantil que me separaba de aquel espacio para mí desconocido.
Parecía un lugar acogedor y decidí sentarme en un rincón apar- tado de la habitación, en un viejo sillón con una mesita al lado y una gran y polvorienta estantería detrás de él... Poco tiempo después apareció un hombre de ojos embriagadores, encantadora sonrisa, pelo rubio y desgreñado... el hombre perfecto para cual- quier mujer de veintitrés años...
-¿Desea algo?... -preguntó.
-¡Sí! -dije mientras intentaba ocultar mis ojos enrojecidos por el llanto-. Quisiera un café con leche, una ramita de canela y aroma de vainilla-. Él sonrió mientras asentía, se dio la vuelta y se dirigió a la cocina...
Al rato apareció con el café en las manos y lo puso sobre la mesa, me sobresalté y lo miré fijamente. Al apartar la vista de sus increíbles ojos me pareció ver que había dibujada una cara sonriente en la espuma de mi café y, sin quererlo y de la nada, se dibujó una sonrisa en mi cara...
-¿Le gustó? -dijo-. Es que la noté triste y...
-¡Sí!, gracias, me agradó mucho, ¿sabe? Este lugar es encanta- dor, es como un punto de encuentro entre la magia y la realidad. -¡Sí!, yo pensé lo mismo la primera vez que lo vi -dijo aquel
misterioso hombre-. Tengo todas mis ilusiones puestas en este sitio y espero que algún día llegue a ser un local conocido.
Hablamos durante toda la tarde e incluso después seguimos quedando en innumerables ocasiones; con cada nueva cita notaba cómo el dolor desaparecía, dando paso a la esperanza.
Años después...
Ya no llueve, ya no siento ninguna opresión en mi pecho; me encuentro sentada en aquel parque de antaño, en aquel mismo banco, entre aquellos mismos árboles que un día me vieron llorar; me levanto...
-¡Vamos, Alejandra! ¡Se hace tarde!
-¡Ya voy, mami! -contestó una niña de ojos verdes que jugaba en el parque.
La tomé de la mano y nos dirigimos a un conocido local al otro lado del parque y famoso por sus cafés; El punto de encuentro.
Al entrar, volví a ver a ese hombre; ahora ya no era un desco- nocido.
Alejandra se acercó corriendo hacia él y con un efusivo abrazo, le dijo:
-¡Hola, papá!

Rebeca Amador

Un libro y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora