Siempre a mi lado

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Hacía frío, mucho frío, y llevaba esperando una hora y media; me encontraba sola en medio de la calle, rodeada de gente con prisa y de grupos de jóvenes llenos de ilusión. Estaba en esta situación después de haber sido plantada por mis supuestas amigas.

No me lo podía creer: tras todas las discusiones que habíamos mantenido para arreglar nuestra amistad, ellas me habían dejado tirada, ni una llamada. De algunas de ellas podría llegar a esperarlo, pero Ana era mi mejor amiga y ni siquiera se había molestado en decírmelo —porque obviamente esto había sido algo premeditado— sabiendo que yo estaría aquí sin falta.

Empecé a temblar y, sin darme cuenta, de mis ojos cayeron unas lágrimas incontrolables, me sentía fatal, lo único que quería era ir a algún sitio para protegerme de aquel frío, pero mis piernas no respondían, tan solo me dejaron avanzar hasta un banco situado enfrente de mí.

Me senté, cogí mi móvil y marqué un número. Después de tres toques, colgué. No podía rebajarme, no podía llamarlas en la situación en la que me encontraba porque solo serviría para que se divirtieran más a mi costa. Cansada, me tapé la cara con la mochila, deseando desaparecer.

No sé cuánto tiempo estuve así pero, de repente, sentí una presencia a mi lado, me destapé la cara y miré de reojo a mi acompañante. No me lo podía creer, era él y me estaba mirando mientras me tendía un pañuelo de papel. Sin mediar palabra, lo acepté y me limpié la cara. Entonces, Pablo se levantó y me invitó con un gesto a que lo acompañara. Le seguí y me llevó a mi cafetería favorita.

Me indicó que me sentara en una mesa apartada mientras él cogía los cafés. Cuando regresó, empezamos a hablar, me consoló y me cogió la mano. Estuvimos allí sentados durante horas, a veces riendo, a veces serios, pero eso no importaba porque estábamos juntos y nos queríamos.

Sí, Pablo era mi novio y no sé cómo, supo que mis amigas no se presentarían, pero allí estaba, como tantas otras veces, ayudándome con esa sonrisa y esas palabras encantadoras que siempre tenía para mí, en aquella cafetería tan especial que había sido testigo de nuestros sentimientos desde aquel primer café hacía ya seis meses.

Paulaperez

Un libro y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora