El café de medianoche

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Es cerca de medianoche. Alejandra mira por la ventana de su habitación y sueña… Sueña con todo aquello que aún no ha vivido, con las miles de cosas que siempre ha imaginado y que aún no se han cumplido. Se tumba en la cama y respira hondo. Un leve aroma a café envuelve sus sentidos… un aroma que, poco a poco, se vuelve más intenso e invade sus pulmones. Delicioso. Pero… ¿café? ¿A estas horas? Sus padres dormitan en el sofá del salón y su hermana pequeña hace horas que descansa en un profundo e inquebrantable sueño. No, ese delicioso aroma no procede de su casa. Vuelve a acercarse a la ventana, pero esta vez la abre y sale al balcón. El frío de la noche se mezcla con ese aroma, cada vez más intenso.

Desde siempre, Alejandra ha adorado el olor a café. Destapar un bote nuevo y que se desprenda poco a poco, quedarse plantada en la puerta de una tienda de cafés… Pero esto… esto es nuevo. Mira hacia un lado y hacia el otro. El balcón de la derecha está entreabierto, algo extraño con estas temperaturas, y una suave música sale de su interior, alguien está tocando una guitarra. Alejandra se queda embelesada escuchando. Aunque hace años que vive en aquella casa, nunca ha conocido a sus vecinos de al lado, tal vez porque siempre ha sido un piso de alquiler, así que desconoce quién tiene unas manos tan prodigiosas tocando aquel instrumento. De pronto, una voz interrumpe sus pensamientos:

—Disculpa, ¿te he despertado?

—Eh… ¿cómo?

—Que si te he despertado. Sé que no son horas de tocar la guitarra, pero mañana tengo una audición y…

—No, no; tranquilo, no dormía. Ha sido el olor a café lo que me ha invitado a salir y tu música la que me ha hecho quedarme.

El vecino de Alejandra es un chico más o menos de su edad, bastante normalito, la verdad, pero con una sonrisa increíble. «Seguro que sus besos saben a café», piensa Alejandra. «¿Pero qué estás diciendo?», se pregunta, medio enfadada consigo misma.

—¿Te apetece un café? —le pregunta el chico—. Bueno, aunque primero debo presentarme. Me llamo Pablo.

—Yo soy Alejandra. Y bueno… no te negaré ese café, nunca he creído en eso de que quita el sueño.

Pablo desaparece tras las cortinas de su balcón y al poco aparece con una taza de café que pasa a su vecina entre los barrotes. Alejandra da un primer sorbo y con él, comienza una noche que nunca olvidará, cálida a pesar del frío. Hablan y hablan, y sus palabras son acompañadas de miles de risas y algunas miradas de complicidad. Se acaban de conocer, pero sienten que hace toda una vida. Y Alejandra le cuenta todo aquello que soñaba, todo aquello en lo que pensaba, en las cosas que le quedaban por cumplir. Y Pablo la deleita con las notas más hermosas de su guitarra, más allá de la medianoche.

Y aquella noche, cuando Alejandra y Pablo caen rendidos en la cama, solo piensan en aquellas palabras, aquellas risas y notas… y no imaginan todos los momentos increíbles que vivirán por el aroma de un café.

SypS

Un libro y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora