La felicidad solo es real cuando se comparte

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El tiempo pasa. Pasa como el viento que despeina tu pelo en una tarde fría de invierno, como una de sus caricias. Ves la nieve caer, la ciudad teñirse de blanco, pequeñas gotitas inocentes. Coges tu café y te quemas el paladar con ese delicioso sabor que desprende, un sabor caramelo, un sabor vainilla, el sabor que te inspira, sabor a vida. Emborráchate de amor, de café, de cualquier cosa que despierte tu emoción, no acabes nunca. No acabes nunca de amar, ¿es que hay algo más? Ámale, ámala. Hazlo con fuerza, que el corazón lata incesante en tu pecho, queriendo salir, queriendo verle tan solo una vez más. Piérdete en su mirada, no pienses, siente lo que nunca sentiste, di «siempre». Lánzate a lo desconocido, porque... ¿acaso es cada amor siempre el mismo? No, déjate llevar por él. Vuelve, otra vez, otro café, otra quemazón, un sentimiento más, vuelve, vuelve a despertarte en amor. Sí, despierta en amor, comparte una historia que podrás recordar algún día perdido entre recuerdos. Una historia que escribirás en las hojas de un cuaderno manchado con gotas de café, con gotas que vuelven a llenar páginas y páginas de pensamientos secretos. Sé que quieres, quieres volver a sentir lo que digo. Hazlo, coge tu café y enamórate de nuevo, enamórate de él, de ella; más fácil, enamórate de la vida. Sí, enamórate de lo imposible, de lo más simple porque, al fin y al cabo, todo se reduce a ello. ¿Hay algo más detrás del amor entre personas? No, es simple. Simple, simple, simple. No tengas miedo a caer en las redes del amor, descubrirás cosas que jamás sentiste, sonreirás a cada minuto, a cada segundo y te preguntarás por qué... entonces, la respuesta vendrá, la respuesta será lo más sencillo que exista: esa persona acudirá a tu mente, pasará a ser parte de ti, serás tú. Se dice que el amor es complicado, mas no lo creas. Tan complicado como una taza de café, como sus granos. El amor es así, un sentimiento con la capacidad de despertar en ti lo inimaginable, capaces de todo por él. Pero no tan solo existe el amor hacia una persona, una simple ciudad puede descubrirte que eres mejor de lo que piensas, una fotografía, una mirada. El amor está en todas partes, te rodea, te envuelve, el amor es vida. Amor, café; café, amor. Cuatro letras, dos sílabas, dos palabras tan similares y distintas al mismo tiempo, dos palabras que inspiran, que huelen, que humean. Dame un papel y algo con lo que escribirle, dame una taza de café y permíteme enseñarte lo que para mí es amar. ¿Qué es? ¿Quizá un «había una vez» y un «fueron felices y...»? No. El amor es mucho más que eso. Son dos fugitivos que solo piensan el uno en el otro, que comparten risas que otros no comprenden, que piensan que son felices, que lo han conseguido. Quizá lo hayas logrado de verdad, que realmente sea el definitivo, la elegida. Pero siempre puede ser que no, que te hayas equivocado y caigas a un mar oscuro donde la vida ya no tenga sentido, el sentido solía ser esa persona. Levántate, escucha mi voz; ella, él está ahí, sigue esperando a que llegues, todos tenemos alguien que recogerá los pedazos que de nosotros queden, que nos ayude a volver. Un extraño con quien pasearemos una tarde de otoño acariciando la corteza de los árboles, con quien haremos las cosas extrañas que nos gustan. Si él o ella todavía está a la espera de encontrarnos, ¿por qué caer?, ¿por qué no dejarnos ayudar a salir de ese mar oscuro en el que flotamos sin poder hundirnos? El destino está escrito y un día podrás encontrarlo, quizá en una cafetería donde hablaréis de todo lo que os emociona, de lo que os inspira, o quizá en el campo, respirando aire con aroma a amor, bien tostado. Sabréis que es ella, que después de todo lo sufrido ha llegado por fin, las piezas del rompecabezas comienzan a encontrarse, van ordenándose una a una a medida que el destino de cada uno de vosotros empieza a escribir una historia en común. Una historia que contaréis a vuestros nietos, con la que emocionaréis a vuestros hijos. Una historia en la que podrás decir: «La vi y supe que era ella, tomamos un café mientras hablábamos de todo aquello que nos transmitía un sentimiento, todo aquello que nos hacía sonreír». Y entonces, al rememorar ese aroma, sonreirás tú también, volverás a ser aquel niño que solo soñaba con ser astronauta o maestro, aquel que dijo: «Yo nunca me voy a enamorar». Pero aquel inocente se equivocaba, aquella persona todavía inmadura no sabía que, alguna vez en su vida, iba a caer en las redes del amor, iba a sentir cada parte de su cuerpo latir al ritmo de su corazón al ver a quien jamás habría imaginado amar.

Y te preguntarás qué tiene el amor en común con ese café recién hecho que se te cuela por debajo de la puerta en la mañana y al poco te invade... Te hace adicto, adicto a amar. Cuatro letras, dos sílabas.

Elena

Un libro y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora