Cambio de aires

34 2 0
                                    

El sol entraba resplandeciente por mi ventana un día más de verano. Me levanté y me preparé porque ese día empezaba mi nuevo trabajo. Mi hermana mayor me había conseguido un puesto de camarera en un bar propiedad de unos amigos suyos. Un nuevo día me esperaba para disfrutarlo segundo a segundo. Cogí mi moto del garaje, arranqué y enseguida estaba conduciendo por la carretera. Era una mañana soleada, brillante y muy alegre. Parecía como si los problemas hubiesen desaparecido para todos. Rápidamente llegué a mi destino. El amigo de mi hermana ya estaba esperándome en la puerta. Consulté mi reloj, aún faltaban unosn minutos para las nueve.

—Buenos días —me dijo Daniel, tan serio como de costumbre.

—¡Hola! Buenos días.

—Ven conmigo, te explicaré más o menos cómo funciona esto y ya te podrás poner a trabajar.

Le acompañé hasta el interior del local. Allí, mientras Daniel me explicaba cómo funcionaba la cafetera o cómo se servía, yo solamente pensaba en él. Ya hacía un mes que habíamos dejado de salir, pero el dolor de la mentira y de la traición me seguía acompañando.

—Con esta información creo que ya estás lista para empezar —me dijo, y se alejó.

Me cambié, cogí la bandeja y me aproximé a mis primeros clientes. Les atendí amablemente, les tomé nota, les serví sus bebidas y cuando se marcharon limpié su mesa. ¡Mi primer trabajo! Nunca pensé que fuera tan sencillo. Mi compañera me sonreía alegre, las dos sabíamos bien que este trabajo no era nada del otro mundo, pero bastaba para tener algunos ahorros.

De repente, la campanilla sonó y entró otro cliente. Era un chico muy atractivo. Alto, con el pelo castaño claro, de hombros anchos, ojos marrones y brillantes, que transmitían mucha ternura, y una sonrisa que le inundaba toda la cara. Venía acompañado de un libro, en el que no me fijé en el primer momento, y una mochila. Rondaría los diecisiete años. Me fijé en él desde el primer momento, pero para mí solamente era un cliente más. Me acerqué a tomarle nota.

—Buenos días, ¿qué deseas tomar? —pregunté cordialmente.

—Un café con leche, gracias —contestó sonriendo.

Volví a la barra y le preparé su café. Tiene una sonrisa tan bonita, se parece a la de Omar. Nunca olvidaré aquellos preciosos días a su lado, sus caricias, sus abrazos, sus besos... desperté sobresaltada de mis pensamientos al darme cuenta de que acababa de tirarle el café encima a mi cliente de sonrisa encantadora.

—¡Lo siento muchísimo! ¡Perdóname, estaba pensando en otra cosa y no me di cuenta! ¡De verdad, lo siento mucho! Te traeré otro café enseguida.

—Tranquila, por el café no te preocupes, lo peor es mi libro, pero no pasa nada.

De pronto desvié la mirada hacia su libro. Se lo había estropeado totalmente. Era La caída de los gigantes, de Ken Follett.

—Yo también me he leído ese libro, lo tengo en casa, te lo regalaré para compensarte.

—No, tranquila, no pasa nada, además estaba a punto de terminarlo.

—De verdad, me quedaré más tranquila si te doy el mío, está nuevo, me lo compré hace poco.

Le pedí a mi compañera que hiciera mi turno mientras iba a mi casa con Óscar, que así se llamaba el chico. Estuvimos en mi casa mientras le daba el libro, charlamos, nos reímos juntos y luego él, para agradecerme el regalo, me invitó a cenar.

Nunca pensé que esa sería la forma de conocer a mi futuro marido. Óscar y yo nos casaremos el próximo dos de mayo, y hoy hace cuatro años que nos conocimos en aquella cafetería donde, sin querer, derramé el café sobre su libro.

Miniactriz

Un libro y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora