Sentimientos diluidos en café

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Llegué a la cafetería puntual, como una tarde más. Esperaba verte y llevaba soñando con ello desde el último sábado. Desde el último sábado, en el que te observaba desde mi asiento, mojando mis sedientos labios en café. Solo nos mirábamos y, de vez en cuando, tímidos, nos sonreíamos. No hacían falta palabras, pro- mesas, ni juramentos, nuestras miradas en sí ya eran profundos sentimientos.
Alcanzo mi asiento, el de siempre. Al lado del gran ventanal, miro mi reloj y resoplo: quedan cinco minutos para que vengas, para que abras aquella puerta de metal y me dediques tu primera sonrisa, mientras te diriges al mostrador con aire orgulloso. Me gusta observar tus ojos tan azules y transparentes, que contrastan con la oscuridad del local. Me gusta observar tus labios carnosos, apoyándose levemente en la blanca taza de café. Me gusta tu son- risa tímida cuando me miras. Me gusta que me esquives la mirada, y que juguetees con la cucharita mientras me miras de reojo. Me gustan tantas cosas de ti y apenas te conozco. Eres mi razón de existencia, y apenas sé tu nombre. Solo sé que te quiero y eso es suficiente.
Me arreglo el pelo, mientras pido mi café, el mismo depen- diente me atiende y me dedica una sonrisa cómplice, lo sabe todo sobre nosotros. Me pinto los labios con vital rapidez, y mi reflejo se observa en los cristales del ventanal. «¿Soy yo, la chica enamora- diza del café?», me pregunto.
La puerta de metal se abre chirriando, miró mi reloj, me asom- bra tu puntualidad, haces que el corazón me dé un vuelco cuando mi reloj marca las cinco horas de la tarde y apareces. Puedo asegurar que a las cinco de la tarde de cada sábado soy la chica más feliz, no solo del café, sino del mundo.
Te observo desde mi asiento, te sacudes tu alborotado pelo castaño, me miras y sonríes, lo has vuelto a conseguir, mi corazón no para de latir. La mirada que me dedicas es mi aliento de vida para aquella semana, para aquella noche. Te diriges al mostrador y yo comienzo a juguetear con la cucharilla mientras pienso en ti, me gustaría besarte. Y es que si una mirada nos transmite tantas cosas, ¿qué sería de un beso?
Pero hoy ocurre algo especial, poco habitual. Te acercas a mi mesa decidido, con el café en la mano. Siento que comienzo a en- rojecer y a quedarme sin aire. Por un momento, sopeso la posibi- lidad de que sea un sueño; a pesar de todo, no deseo despertar de él. Es mi oportunidad. Es mi oportunidad de ser absolutamente feliz durante aquellos minutos y de poner voz a tu intensa mirada, a mis sentimientos.
Te sientas delante de mí y me miras profundamente. Es una mirada cercana, fija, intensa. Intentó sostenerla, pero agacho la cabeza. No puedo, no quiero perderme en tus ojos. No quiero perder nuestro amor.
Entonces, por primera vez escucho tu voz. Veo cómo mis ma- nos tiemblan y las escondo debajo de la mesa, con disimulo. Me avergüenza, por que tú pareces tan seguro y tan poco nervioso. ¿Será que no sientes nada por mí? Quizás en mí albergo un cúmu- lo de sentimientos no correspondidos. No voy a llorar, aún queda una cosa que comprobar. Y entonces me dices:
-¿Sabes que te quiero?
Me quedo perpleja, no sé qué hacer. Miro hacia todos los la- dos, en busca de una cámara oculta, de un pellizco a ese sueño. Y entonces te respondo:
-Tu mirada me lo dijo antes que tus palabras.
Te lanzaste a mí y me besaste. Tus labios sabían a aquel café que bebía todas las tardes. A aquel café que nos había unido, de una manera tan maravillosa. Y entonces, sin dar más explicación, me preguntaste:
-¿Nos veremos el sábado que viene?
-Claro -contesté.
-Me temo que el sábado que viene ya no será un «¿sabes que te
quiero?», sino un «creo que te amo» -dijiste.
Y me dejaste allí plantada, con el café en la mano y envuelta
en un aura de misterio. Me había enamorado de ti de la manera más mágica posible. Aún recuerdo el sabor de aquellos besos, el sabor de aquellas miradas y de aquellas tardes, el sabor a ti: el sabor a café.

Albanal

Un libro y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora