Me odio a mí mismo. Acabo de llegar a casa después de una pésima tarde. Debería ser un chico feliz: he pasado la tarde con una dulce y cariñosa chica de unos ojos azules que difícilmente pasan desapercibidos. Debería tener la autoestima por las nubes; pues esa chica hace un par de días me confesó lo mucho que le gusto. Hacía algún tiempo que me había fijado en ella, pero me parecía mona y poco más. Por ese motivo y porque no me pude negar, accedí a tener una cita con ella.
Llegué diez minutos tarde, pero aun así, ella me recibió con una amplia sonrisa y un leve sonrojo terriblemente tierno. Los nervios eran algo que no estaba presente en mi cuerpo. Esa tarde prometía ser estupenda, pues nos habíamos citado en un pequeño y acogedor café, lugar tranquilo donde suenan piezas de blues que, de alguna manera, hipnotizan a la gente y te ayudan a sumergirte en tu propio y pequeño mundo. Al llegar, un camarero se aproximó y tomó nota. Capuchino para ella, café largo sin azúcar para mí.
Empezamos a charlar animadamente. De vez en cuando, íbamos soltando alguna que otra risita. La cosa iba bien. Estaba empezando a interesarme por ella. Pero todo dio un giro de ciento ochenta grados cuando probé el café. Tan solo hizo falta acercar la taza de café a mi boca. El vapor del café penetró en mis orificios nasales y mis labios rozaron aquella bebida tan exquisita para mí. Un sorbito. Un segundo. Y me acordé de ella. Su recuerdo surgió de nuevo en mi mente. Ella, esa chica pelirroja con graciosas pequitas en el rostro. ¿Cuántas veces me habían hipnotizado sus enormes ojos verdes? ¿En cuántas ocasiones había perdido la noción del tiempo contemplando sus carnosos labios moviéndose al ritmo de las dulces canciones que cantaba? Podía pasarme una eternidad escuchándola reír. Ella y solo ella era capaz de hacer que me evadiese del mundo real. Nunca había estado en el cielo, pero estaba completamente seguro de que el cielo era muy similar a estar con ella.
Fui el más feliz del mundo durante dos años. Creí haber estado en el cielo y haber conocido a un ángel. Pero si ella para mí era un ángel, podríamos decir que un chico, considerado demonio para mí y ángel para ella, se la llevó. Mejor dicho, ella decidió irse con él. Y a partir del momento en el que fui consciente de que las puertas al cielo no volverían a abrirse más, las palabras orgullo y resistencia se esfumaron en un abrir y cerrar de ojos. Llovió a cántaros. El helado se derritió. El cubito de hielo desapareció. Lloré. Da lo mismo. Puedes llamarlo como quieras. El caso es que no recuerdo haber derramado tantas lágrimas en mi vida.
Y hoy me he atrevido a quedar con otra chica. Me he armado de valor para darme la oportunidad de intentar dejar entrar a otra chica en mi vida, porque creí que mi primer amor ya era agua pasada. Pero al fin y al cabo es solo un creí. Todo por culpa de un café. Nuestra bebida favorita. Ella también adoraba el café largo. Y ahora que lo pienso, su recuerdo es amargo como el café. Por culpa de ese recuerdo, una estupenda tarde cambió radicalmente. La chica de ojos azules me hablaba, pero mis oídos no eran capaces de escuchar…
Y ahora ya me encuentro estirado en la cama de mi habitación, odiándome a mí mismo por no haber podido evitar estar en un estado de total ausencia ante aquella dulce chica. Visualizo mi móvil. ¡Qué demonios…! Voy a llamarla. La chica del capuchino vale la pena. Aún no es tarde para echarle azúcar al café.
Gemma
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Un libro y un café
RomansaUn libro y un café es un libro de microrrelatos organizado por Everest y Starbucks. Es un libro escrito por todos los seguidores de Canciones para Paula y amantes de la literatura juvenil romántica. Descubrirás historias divertidas, inolvidables y l...