Recuerdos en gotas de café

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Sonreí mientras me acercaba aquel café humeante a los labios. Fue una sonrisa triste. Encogida en el sofá, escuchaba cómo la lluvia golpeaba contra los cristales de mi ventana fuertemente. Fuera, frío en las calles de Madrid, y un cielo gris. Ruido de cláxones interrumpido por el repiqueteo incesante de agua. Dentro, también frío. Nunca me había sentido tan sola. Tampoco tan triste. Di un sorbo de aquel líquido con alto contenido en cafeína y suspiré. 

Siempre había sido una persona muy seria, encerrada en mi propio mundo. Nunca necesité a las personas… ¿por qué me habrían de interesar? Llevaban su propia vida y no veían más allá de ellas. Yo no me sentía especial por nada, tampoco necesitaba esa sensación. Solo era una chica normal más. Me levanté del sofá y me acerqué a la ventana. Apoyé una mano en el cristal mientras la imagen de la Gran Vía inundaba mis pupilas. El vaho de mi respiración lo empañó. Afuera, las personas se agolpaban e intentaban avanzar en un mar de paraguas. Sí, yo nunca había sido diferente a ellos. Me sentía muy insignificante. Pequeña y perdida. Aun así ,vivía con la monotonía de que cada día lleva al siguiente. Sin emoción. Sin ilusiones. Luego llegó él, y revolucionó mi mundo. Su nombre no es importante, como tampoco lo es el mío. Con él empezó todo. Mi mano aún apoyada en el cristal. La imaginé entrelazándose con la suya y una lágrima rodó por mis mejillas, como una puñalada. Y luego, otro recuerdo, el de un beso, y ese mismo dolor intenso. Y la punzada de las palabras que más se desean oír y que más cuesta olvidar: «Te quiero». Las imágenes danzando por mi mente, en un imparable torbellino… y después… su voz. Calma. Su voz y una canción susurrada a los acordes de una guitarra. Con amor. Recuerdo el día que le conocí, y también llovía. Sin paraguas, corría por Callao, intentando no chocarme con nadie y buscando la boca de metro más cercana. Resbalé con el pavimento mojado y me quedé sentada, en el suelo, sin saber qué hacer, mientras me calaba hasta los huesos. Sentí por un segundo que la lluvia dejaba de mojar mi cabeza y alcé la vista. Unos ojos ambarinos y una suave sonrisa me recibieron. Era él. Con su guitarra al hombro, como siempre. Me invitó a un café. No recuerdo lo que sucedió después, solo fotografías, momentos sueltos, palabras… sí, sobre todo las palabras. Él solía decir que la lluvia no solo empapa el cuerpo, también cala el alma. Yo me reía y suspiraba, pues no entendía. Pero empecé a comprender el verdadero significado de aquellas palabras cuando, apoyada en la ventana, lloraba porque él ya no estaba. No era un hombre corriente. Y yo, que lo había sido durante tanto tiempo, en la misma cafetería donde empezamos hablar, me dejaba impresionar por sus historias, por sus aventuras, a veces por sus cuentos, por sus canciones… por sus palabras. Porque estas son las que verdaderamente atan a las personas. Yo solo deseaba que llegase el día siguiente para aprender algo más de él. Y me enamoré, como una loca, como una tonta, como nunca pensé que sería capaz de hacerlo, al son de unos acordes que trastocaban mis ideas y me hacían rozar el cielo. ¿Has amado alguna vez a alguien hasta el punto de no poder respirar cuando estás a su lado? Mi mundo temblaba y se desvanecía porque durante meses… mi mundo había sido él. Se marchó, un día de lluvia. Solo dijo «adiós», y esbozó una sonrisa de las suyas.

Me aparté de la ventana y volví al sofá, me acurruqué y volví a dar un pequeño sorbo de café. Seguía lloviendo fuera, y recuerdo que supe por un momento que aún deberían pasar muchos días de lluvia antes de olvidar su nombre, sus ojos, sus canciones… y sus palabras.

Melancolía

Un libro y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora