Recuerdos

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Era una mañana fría de diciembre, de esas en las que lo único que puedes pensar es en estar calentito en la cama soñando con cosas que no pasarán nunca. África se peinaba somnolienta el pelo mientras se miraba al espejo casi sin pestañear. No se podía creer cómo había podido cambiar tanto en tan poco tiempo. Era pelirroja, de tez pálida y con excesivas pecas en su pequeño rostro, con unos cantosos ojos verdes; a simple vista podía parecer pequeña pero, comparada con el resto de su familia, era bastante alta y, por encima de todo se consideraba una chica sociable o…al menos lo era hasta que murió su madre. Fue hace unos escasos tres meses; las dos paseaban riendo por la acera cuando un camión fuera de control arrolló a su madre y a ella la mandó al hospital, dejándole secuelas psicológicas graves. No recordaba su pasado. Se acordaba de su familia, se acordaba de sus amigos y de toda la gente a la que quería, pero no sabía por qué. Se había metido en un círculo vicioso en el que ella sola se pasaba horas intentando llenar todas aquellas lagunas que poseía, pero no conseguía llenarlas y, desgraciadamente, sabía que nunca lo haría. Se levantó de la silla perezosamente, mirándose por última vez al espejo, cansada de intentar descifrar algo indescifrable, se vistió con unos vaqueros y la primera sudadera que encontró, y decidió salir a dar una vuelta, a ver si su mente se refrescaba algo. Cuando llegó a la puerta de la entrada se giró levemente, mirando su casa. Aquella casa que ella no reconocía como suya, que no identificaba. Una lágrima bajó lentamente por su mejilla mientras cogía las llaves. Echaba de menos a una madre de la que ni siquiera se acordaba. Lentamente, salió por la puerta ya sin mirar atrás y se puso la capucha. Odiaba que la gente la mirase aunque, a esas horas, las calles estuviesen casi desiertas. Al llegar al final de la calle, se encontró un Starbucks, uno excesivamente pequeño comparado con los que se encontraba normalmente, pero decidió entrar: un café a aquellas horas no vendría nada mal. Había un café nuevo anunciado algo así como «Toffee Nut Latte» y decidió probarlo. Se sentó sola en una mesa al fondo y se puso los cascos con la música de su iPod. Take a Bow, de Rihanna.

Entró despacio en el Starbucks de la esquina de la urbanización. Ya le daba igual que ella le viera, puesto que sabía de sobra que no le iba a reconocer. No se acordaba de él… a los demás los recordaba vagamente, pero a él sabía que no. Es más, él sabía que ella quería olvidarle, así que se lo perdonó. A ella le perdonaría todo. Pidió su espresso de siempre y se sentó justo en la mesa de enfrente, para poder observarla sin que su mirada le delatase. Demasiado amor, decían algunos. Demasiado tiempo. Demasiados errores seguidos, decían otros… pero, al fin y al cabo le quería, de eso ninguno de ellos tenía duda. Pasó sus dedos por detrás de sus Ray Ban, esas que ocultaban sus lágrimas. Las lágrimas de un amor perdido, robado, o, mejor dicho, arrancado. Terminó con prisa su café, porque no aguantaba seguir viéndola. En ese momento, no. Así que recogió sus cosas y se levantó apresurado, quizá demasiado cerca de ella, tan cerca que, por las prisas, le tiró todo el café por encima y, al girar, sus gafas cayeron al suelo, sin necesidad de ser recogidas, ya que sus ojos se cruzaron en ese momento. Los ojos verdes de África parecieron reconocer los ojos azules de Daniel por una milésima de segundo, hasta que se llenaron de lágrimas por la rabia de lo que había pasado. Dani se dio la vuelta dispuesto a irse corriendo después de haber vuelto a ver la indiferencia en los ojos de África pero, de repente en ella una de sus lagunas de llenó.

—Dani, por favor, no te vayas.

BelMR

Un libro y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora