Ella respiraba en silencio, calmadamente, con la mirada puesta en el cielo azul. No quería imaginar que pronto ella también estaría allí, y que su avión dejaría un pequeño rastro blanco y nada más. Ella sabía que pasaría, que tendría que irse, pero no quería pensar en eso porque ahora estaba con él, y mañana ya no lo estaría. Quizás nunca más. Pero ella seguía conquistando con los ojos cada pedazo de cielo de verano, pensando en que le quería, en que le quería con locura, sin poder mirarlo. Sabía que si le veía ahí a su lado, tendido en la hierba, mirándola tan intensamente como siempre lo había hecho, iba a llorar. Y ella no quería llorar, no quería que él la viese llorar.
Él la contemplaba también en silencio, admirando qué extraño color tenían sus ojos casi verdes aquella tarde. Podría haberle dicho mil cosas, pero ella ya las sabía todas. Y estaba tan hermosa así, mirando con valentía hacia el futuro… que no quiso estropearlo con palabras.
Y permanecieron tumbados en la hierba, invencibles pese a que iban a ser derrotados, saboreando el olor de sus perfumes por última vez en mucho tiempo.
Y cuando cayó la noche, ella cogió aire y le miró con sus ojos como de gato asustado en la oscuridad, y le pidió que la abrazara muy fuerte, y le dijo al oído que nunca iba a olvidarle. Que siempre le iba a querer. Y cuando notó la angustia en su pecho, le pidió que no la siguiera, que necesitaba marcharse ella sola, que eso era algo que tenía que hacer así. Ella se levantó sin lágrimas, pero con el dolor más profundo que jamás había sentido, allí dentro, en algún lugar impreciso de sí misma. Y se fue, lo dejó allí bajo el cielo negro y las estrellas que habían visto juntos una vez, que se habían jurado mirar cada noche cuando ella tuviera que irse. Entonces, ella cerró el corazón con un suspiro y le dejó la llave solo a él, por si cuando volviera no se había enamorado de otra. Ella sabía que nunca podría olvidar.
Aquella mañana se despertó con ganas de oler su perfume. Había soñado con él. Ya no recordaba cuántas noches se había dormido llorando, con cuidado de no despertar a nadie. Y ella, que jamás lloraba, que despreciaba a los que lo hacían…
Por eso no pudo dejar de salir de la casa envuelta en su jersey, caminar por la playa hasta ver rayar el alba sobre aquel mar lejano, pensar que el ruido de las olas era su voz que decía su nombre y volver a llorar y patear furiosa y cansada, sintiéndose estúpida por las cosas que hacía. ¿Y si él ya la había olvidado?
Aquella noche, él permanecía despierto en su cama, con las manos entrelazadas detrás de la nuca. Pensaba en ella. Pensaba en cuántas veces la había tenido entre sus brazos precisamente allí; cuánto la había besado, cuánto había respirado en su piel. Y cuando ella le había pedido que le hiciera el amor, por primera vez… Se concedió un pequeño suspiro, lo suficiente como para aliviar el dolor un rato. Pero ¿qué hacía? Seguramente ella había acabado por liarse con cualquiera, al fin y al cabo, seguía siendo aquella niña irresistible que se fijaba en chicos como él. ¡Ay! Cómo dolía. Se acercó a la ventana y buscó la luna para ella. Lo daría todo por poder abrazarla en ese momento y saber con certeza que ella no había olvidado. Él todavía soñaba que no había olvidado.
Cuando el sonido de la cucharilla la sacó de su ensimismamiento, ella levantó los ojos, cegados por la luz del sol. Se hallaba sola, en una terraza de un pequeño café, removiendo indecisa la espuma. No estaba segura de si él podría quererla aún, solo sabía que ella no había olvidado, y que mañana iba a volver. Se sentía bien así, sola, envuelta en el frío de la mañana. Recordó todas las promesas de amor y todos los e-mails que aseguraban que ambos sentían lo mismo. Quizá fuera cierto, quizá no, pero ella confiaba en que hay tantas formas de amar que podrían seguir haciéndolo, aunque pasasen los años. Un camarero la miró desde la barra con una media sonrisa, valorando pedirle una cita que nunca llegaría a tener.
Él tachó otro día en el calendario, y susurró su nombre.
Ella volvió la vista, y sonrió por dentro, buscando el sol.
Casiopea
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Un libro y un café
RomanceUn libro y un café es un libro de microrrelatos organizado por Everest y Starbucks. Es un libro escrito por todos los seguidores de Canciones para Paula y amantes de la literatura juvenil romántica. Descubrirás historias divertidas, inolvidables y l...