Una pequeña historieta

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Hoy me sienta mejor la coleta alta, con la cara despejada.
Sí, hoy me desperté con ganas de vivir, de sonreír y pasarlo bien.
Hoy me vestí con colores llamativos, me puse unos botines con tacón para que se hicieran sonar mis pasos, y fui a dar un paseo por Madrid.
Como ya decía, hoy me había levantado algo más feliz de lo normal y presentía que iba a ser un sábado perfecto. A la mañana a dar una vuelta, ver alguna tienda... y a la tarde un rato con mis amigas. Lo de casi lo de todos los sábados, bueno.
Todo esto cambió en el momento en el que entré en una cafetería pequeñita, muy acogedora, con las paredes de un rosa pálido. Me senté en una mesa del fondo y pedí un café con una rica napolitana de chocolate.
Esperé y me lo trajo un camarero, muy simpático él, por cierto.
En ese momento, pasó alguien cruzándose con el camarero y dejó una pequeña notita al lado de ese café que olía tan bien.
Yo, extrañada, miré a ese chico al que casi no pude distinguir con capucha negra y cogí la notita con curiosidad. La abrí:
«Hola, princesa, me gustaría verte a las cinco en el Starbucks de aquí al lado, es que los prefiero antes que las cafeterías. Te mando una de mis mejores sonrisas».
Eso había cambiado por completo todos mis planes, tenía dudas, estaba nerviosa, contenta, ¡no sabía qué hacer!
Después de tomarme el café, sin parar de pensar en la notita, me fui.
Al salir, me vino una chica joven, que me dijo:
-Hola, guapa. Un chico me ha dicho que dejes de pensar en una nota con olor a café y dulce sabor de chocolate.
Le sonreí, y ella me respondió que no sabía nada, ni quién era él, pero que le dijera eso a una chica guapísima con una coleta alta que estaba allí -señaló la cafetería -. Y se fue como si nada. Me quedé callada ahí de pie en medio de Madrid, mientras en mi móvil sonaba Tu mirada me hace grande, de Maldita Nerea.
Al llegar a casa, pensé en todo lo que me había sucedido esa mañana, y decidí que sí que iba a ir al Starbucks, pero que no, que a mí me gustaba más la cafetería en la que había estado.
El que no arriesga no gana, al fin y al cabo.
Las cinco menos cuarto, estaba más nerviosa de lo normal, era una aventura, locura, no lo sabía.
Quería arriesgarme y fui hasta aquel Starbucks, subí las escaleras del local pero no me senté, deje una nota junto con un dibujito de un café y una napolitana.
Junto a ella escribí: «Lo siento, si quieres verme, ya estas tardando en ir a la cafetería que tú y yo sabemos, ese café no me lo cambiarás por nada del mundo. ;). Un beso, chico del Starbucks».
Me fui contenta pero con la duda de si saldría todo esto bien. A los cinco minutos llegue a la cafetería y pedí lo mismo de esa mañana.
Me relajé y, mientras olía el café, oí una voz que me decía -Hola, princesa -y abrí los ojos desorientada.
Y ahí estaba un chico con los ojos verdes, al cual vi hace meses
en el Starbucks, con esa preciosa sonrisa.
Había salido bien la locura, nunca me pude olvidar de ese chico, la verdad, fue una tarde de sábado con mis amigos en la que me tomé un Frappuccino, y enfrente había un grupo de chicos. Entre ellos estaba el que me regaló una de las mejores sonrisas que he visto y seguramente, que veré.
Me invitó a dar una vuelta por un lago de ahí cerca y me dijo:
-Lo primero... ¡Dios! ¡Pero qué bien te sienta esa coleta! ¡Y qué bien hueles a café recién hecho!
Lo demás de la historia ya os lo contaré en otro momento.

Arima

Un libro y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora