Besos con sabor a café

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Dicen que cuando no buscas algo, lo encuentras. Ella dudaba de la certeza de esa frase. Le parecía absurdo, estúpido, decir que aquello que no sabes dónde está aparece. El tiempo le enseñó que esta frase es cierta por el simple hecho de que el destino y los acontecimientos son caprichosos, y las cosas aparecen siempre en el momento más inesperado, por sorpresa, sin que al principio te des cuenta. Pero luego, después de un tiempo, ves algo extraño, te das la vuelta, y ves que ahí está, eso que tanto buscaste, en el lugar menos pensado y en el momento menos idóneo, casi siem- pre demasiado tarde. Excepto cuando buscas el amor, entonces el tiempo es irrelevante.
Recuerda a la perfección cómo habían llegado a conocerse. Cómo habían tropezado en la cafetería, el hirviente café de él sobre sus vaqueros, cómo se había sentido cuando le había visto, cómo se habían sentado en la única mesa libre de todo el local. Cómo habían hablado, con esa magia que tiene el charlar con al- guien desconocido, de adentrarte en un mundo nuevo, con tantas cosas por saber, una vida entera por conocer, muchos temas de los que hablar y demasiadas palabras por decir. Pero lo que mejor recuerda fue la primera vez que le vio, ese pelo negro y despeina- do, rebelde, que contrastaba con su rostro sereno. Y sobre todo, esa mirada, su mirada. Esa mirada llena de promesas, ilusiones, juventud. Llena de alegría. Esos ojos verdes infinitos donde se ha- bía sumergido y ahogado, esos ojos que le volvían loca. Recuerda también a la perfección la primera vez que oyó su voz, cómo la hechizó, las primeras sonrisas, palabras, los primeros momentos.
Se convirtió en una especie de rutina, ir a esa cafetería a la mis- ma hora diariamente. Se convirtió en una rutina sentarse frente a frente, tomar un café juntos, hablando, contándose el día a día, descubriéndose, apoyándose, intentado comprenderse cuando nadie más podía. A veces, ella tenía ganas de decirle un «te quie- ro». Tenía ganas de probar un beso suyo, de probar ese sabor des- conocido, ese manjar prohibido. Pero el precio de eso tan ansiado tal vez era demasiado alto, su amistad. Porque a veces, arriesgarlo todo implica quedarse sin nada.
Un día, la cafetería estaba completamente llena, y tuvieron que irse a otro lugar. Ninguno de los dos quería abstenerse de la com- pañía del otro, así que él le dijo:
-Te voy a llevar a un sitio.
Y así lo hizo, la llevó a la playa. Playa desierta, arena, mar, sal. Se sentaron, el uno al lado del otro. Él cogió con delicadeza su cara, como si fuera de porcelana, y acercó sus labios. Y la besó. Un beso tierno, un beso salado, un beso con sabor a mar. Un beso dulce, un beso con sabor a tardes de café, más especial que ninguno. Una fusión de emociones y sentimientos, secretos que habían salido a la luz. Sus almas, complementarias, dos piezas de un puzle, totalmente diferentes pero que encajan a la perfección, su unieron como si fueran una sola. Pero había algo más en ese beso. Una especie de ingrediente secreto. Algo que nunca antes había sentido. ¿Felicidad? No. Era más fuerte que eso. Era indes- criptible. Era sentir que podía darlo todo para tenerle a su lado, que pasara lo que pasara jamás podría dejar de quererle. ¿Puede un beso hacer que tu vida cambie? ¿Hacer, como si fuera un he- chizo, despertar dentro de ti algo que te haga creer que tu vida no había tenido sentido hasta el momento y que acabas de encontrar la razón de tu existencia? Sí, puede ser. Sin duda, si ese beso con- tiene el ingrediente secreto. Amor.

Alba C

Un libro y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora