La canción más bonita del mundo

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Febrero.

Suena bajito, muy bajito pero suficientemente alto como para tapar el poco ruido del Starbucks de una calle de Madrid, una de las canciones del grupo que lleva el mismo nombre que la calle del café, Preciados, en los oídos de una chica alta, morena, para unos, una belleza, para otros, una del montón. Está sentada en uno de los sillones junto a la cristalera, la mejor vista del café, viendo pasar a toda esa gente que siempre camina con prisas, sin pararse a contemplar la vida aunque solo sea un segundo, ella sí lo hace y sueña, sueña con esa canción que suena en sus oídos, Lucía. Piensa que jamás podría conseguir a alguien que le cantara una canción como esa al oído, cogiéndole la mano y susurrando una letra como aquella, pero con su nombre. «No sabré seguir Raquel, si la luna me abandona en la oscuridad». Sí, suena bien. Se ríe para sus adentros. «Sí, suena bien, pero es imposible».

En ese momento, en el sillón a su espalda se oye música. Su mano derecha coge los cascos que tenía en sus oídos y va bajando el volumen de las voces de Preciados para volverlas a escuchar en el sillón de atrás, otra canción, la reconoce enseguida.

Él, cinco minutos antes. Con la guitarra en una mano y la otra en bolsillo. Tiene el pelo moreno, es alto, muy guapo, algunas dicen que es inalcanzable, él no lo piensa. Acaba de volver de su clase, entra en el Starbucks y pide su café preferido, un Mocca Frappuccino. Sube las escaleras, la calle Preciados es más bonita desde arriba, siempre lo ha pensado. Se para en mitad de las escaleras, coge su iPod y pone a su grupo preferido, alto, retumbando en su cabeza para olvidarse de todo, para concentrarse en vivir cada segundo. Levanta la mirada para comprobar si el mejor sitio está libre. Vaya por Dios, está ocupado, una chica, para él la más guapa que ha visto nunca, la misma que lleva una semana sentándose en el sitio de al lado de la cristalera. Nunca se ha atrevido a decirle nada, quizá por miedo a ser rechazado. Acaba por sentarse detrás de ella, cuanto más cerca, mejor.

Si no estás tú, sí, es esa canción, el segundo single de su disco favorito. Se gira, es ese chico tan guapo que siempre la mira cuando va subiendo las escaleras, resopla y se sienta detrás de ella. Es consciente de que a ese chico tan guapo le gusta el sitio que ella ocupa, no le extraña, es el mejor sitio del café. Por fin, después de una semana soñando con el chico de la guitarra cantándole esa canción que tanto desea, se decide a hablarle.

Se ha levantado y parece que se acerca. ¿Qué querrá? Él levanta la mirada, la ve. Ella sonríe, está apoyada en la mesa. Él le devuelve la sonrisa y se quita los auriculares de los oídos, qué guapa es, tendrá dos o tres años menos que él, pero en ese momento, eso es lo de menos. Ella solo piensa dos palabras cuando le ve: «Es perfecto».

—Si quieres, puedes sentarte ahí conmigo —vuelve a sonreír—. No disimules, sé que te he quitado el sitio, pero es que la calle se ve más bonita desde esa ventana.

—Sí, tienes razón, todo se ve mejor desde esa ventana —se para un segundo, se da la vuelta y ve el sitio más bonito del café, vuelve a girarse, la ve, la chica más bonita del café—. Claro, me encantaría sentarme ahí y tener esas dos vistas tan bonitas.

Él nota cómo ella se ruboriza. Ella sonríe de nuevo y vuelve a sentarse en su sitio, espera que él la siga y así lo hace.

Siete meses después.

Un chico y una chica jóvenes, en el Starbucks de la calle Preciados, sentados al lado de la cristalera. Él está sentado frente a ella, con la guitarra sobre las piernas. Ella tiene los ojos tapados con un pañuelo.

—Mi amor, ¿me lo puedo quitar ya? —de repente, la música de fondo del café deja de escucharse y oye los acordes de una guitarra. Se quita el pañuelo de los ojos y mira al chico que tiene en frente, que empieza a cantarle una canción, esa que llevaba tanto tiempo queriendo escuchar.

Raquel Hernández

Un libro y un caféDonde viven las historias. Descúbrelo ahora