Capítulo VII: Dudas

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Samuel

—¿Me invitas a tu departamento? — preguntó Erick —. Papá está hecho un jodido imbécil.

Asenti.

—Sabes que puedes venir cuando quieras.

Volver a casa era una completa agonía, desde que tengo memoria ha sido de esa manera. Maximiliano apaciguaba el sentimiento pero no lo borraba.

Y el hecho de que mi hermano no estuviera estos días me sumerge en una tortuosa soledad.

Soledad

La mayor parte de mi vida he estado solo.

Desde pequeño, papá solo se centraba en mi hermano mayor, ya que, según él, este ocuparía su lugar en el futuro. Y mamá, bueno ella prefería el líquido que le quemaba la garganta y ayudaba a olvidar las penas de estar casada con un Wolf.

Adda

Son muy bastos los recuerdos de ella feliz, de ella sonriendo como dueña y señora del mundo.

Muchas veces creí que nuestro apellido estaba maldito, condenado, ya que los años pasaban y nada llenaba el vacío que sentía cada día de mi vida.

—¿En qué piensas, Samu?

—En mi madre.

Por qué lo hacía. Su imagen era algo recurrente estos días. Sabía el motivo. Su fantasma me atormentaba por el juego que estábamos comenzando.

—Nunca me hablas de ella...

—No hay nada que hablar, ese es el tema. Ella no estuvo.

La mano de mi amigo se aferró a mi hombro mientras caminábamos. Su presencia me recordaba que ahora no estaba completamente solo

Lo tenía a él y tenía a Maxs, siempre había tenido a Maxs.

—Preparare algo de comer — propuso cuando llegamos.

—Estaré en el estudio, tengo que hacer algunas cosas para mi hermano.

Prendí la computadora ni bien apoye el culo en la silla. La llamada de mi hermano me hizo poner alerta esta mañana y nada mejor que revisar las cámaras de seguridad para saber en qué falló la maldita entrega.

No me gusta meterme en estos negocios, prefiero el lado pulcro del apellido pero no me siento capaz de negarle mi ayuda.

—¿Samuel? — la voz de mi amigo me hizo detener la grabación —. ¿Cenaras?

Baje la vista a la parte inferior derecha de la pantalla. Era media noche. La hora había volado y ni cuenta me dí.

—Lo haré luego, aún no termino.

No había empezado en realidad. Después de horas, las grabaciones no me mostraban nada. Sujetos entrando y saliendo de la bodega como de costumbre lo que dejaba en evidencia que el error no fue en la carga, fue en el transporte.

Desistí de encontrar algo a las dos de la mañana y, en su lugar, me dispuse a comprar un boleto de avión para Rusia.

Es hora de entrar al juego.

Lo que significaba que pronto la tendremos a ella también.

Cliquee confirmando el pago y una sonrisa se instaló en mi rostro. Estaba un poco ansioso, debía reconocer eso. El tablero de mi hermano era siniestro, conocía bien cada movimiento que pensaba dar. Pero eso no significaba que el mío tendría que ser igual.

La bestia quería jugar pero nadie le aseguraría que su juego tuviera sus reglas. Desplazaría mi propio tablero y la movería hacia la luz, no permitirá que se convierta en otra Adda, no a ella.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora