❧Capítulo XXXV

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Maximiliano

Las mentiras no pueden ocultarse por mucho tiempo. Tarde o temprano todo termina saliendo a la luz, como en estos momentos.

Me pase toda la noche viendo las grabaciones, de la última semana, del circuito de cámaras que adornan cada rincón de la mansión.

Y lo que mis ojos captan, es mucho peor que las imágenes esparcidas por el escritorio.

Ella saliendo de su habitación, en repetidas ocasiones.

Y él, entrando a la nuestra.

Pueden ser hechos aislados, momentos sin justificación, pero mi retorcido cerebro solo piensa en un escenario.

Como en estos momentos, que están a las risas en el patio, desayunando.

Mando la serie de mensajes que ponen de sobre aviso a las personas más importantes, asociadas a mi mundo, y salgo hacía donde están.

Hoy van a caer muchas caretas y la de mi padre va a ser la primera.

—Manda a llamar a los idiotas que tenían que vigilar a mi mujer el día de ayer – pido a uno de los guardias internos.

Si piensan que pueden venir a mentirme, a ocultarme cosas o verme la cara, están muy pero muy equivocados. Pues si vamos a jugar a los hijos de puta, yo les gano a todos.

La alegría que la salida de Marcos me daba, me la acaban de quitar y quien menos me lo esperaba.

—Buenos días – saludo tragándome la rabia. Isabella se tensa al verme y paso por alto eso, agarrándole la cara y comiéndole la boca de un beso.

Me corresponde torpemente, pero lo hace y eso solamente me enoja más. No puedo evitar mirar a mi hermano al separarme de ella y lo que sus ojos destilan no me gusta.

—¿Qué te sirvo mi niño? – pregunta nana.

—Nada, ven siéntate, tengo una noticia que darles, Marcos sale hoy del hospital – la tomo de los hombros ubicándola en uno de los lugares vacíos.

Nana se pone muy feliz mientras que los otros dos ni se inmutan.

Me ubico en la punta de la mesa, no hay rastro del ambiente alegre que se veía en las cámaras ¿Cómo está mi hijo? – busco un tema de conversación.

—Creo que bien – responde. —Hoy me levante con muchas ganas de comer frutas, justo le estaba comentando a nana y a tu hermano.

¿Con qué de eso hablaban?

Lástima que ya no pueda creer nada de lo que diga, por lo menos hasta aclarar el maldito asunto.

—¡Pues come todas las frutas que quieras! Mi hijo debe crecer fuerte.

Asiente volviendo a centrarse en el plato.

—Señor, disculpe el mismo guardia de hace un rato viene acompañado de los otros dos. —Aquí están los escoltas de la señora.

—Puedes retirarteordeno.

Se que ni siquiera tengo que comentarles el por qué los mande a llamar, que estén temblando me deja saber que entienden.

Y que saben lo que les espera por incompetentes.

—¿Qué pasa? pregunta Isabella. Los colores se le fueron de la cara dándome una pisca de satisfacción.

Y es que, si todo es verdad, si es verdad que es la perra de mi hermano voy a dedicar cada día de mi vida a demostrándole quien en realidad soy.

—¿Acaso tengo cara de idiota? – indago en dirección a los guardaespaldas los cuales retroceden cuando me levanto. —¿O creen que soy un idiota?

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora