❧Capítulo XXXI

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Isabella

La puerta se cierra detrás de mí, con un golpe seco, que me hace saltar en el lugar. No me muevo y por el olor que percibo, sé que se trata de la persona que menos quiero ver.

Mis fosas nasales se ensanchan mientras que la fragancia me desarma, me quedo de espalda, mis pies se plantan en el suelo negándose a moverse, y cierro los ojos por inercia cuando sus manos se cierran en mi cintura.

Su cercanía es exquisita, como un día lluvioso acompañado de un chocolate caliente.

—Aléjate pido.

Sus manos se deslizan hacía la parte delantera de mi cuerpo, el deseo por que bajen se intensifica, pero se detiene en mi vientre.

Me reprocho mentalmente por permitirle tenerme a su merced, el simple hecho de que sus manos me recorran está mal, pero disfrutar y desear su toque, es peor.

—Dime que es mentirasusurra en mi oído. —Dime que no traerás a otro Wolf al mundo.

Lo apartó al darme cuenta de que eso es lo único que le importa, mi hijo y el simple hecho de que lleve la misma sangre que él.

El miedo por confesarle mi estado desaparece transformándose en desilusión. Como si compartir un lazo de sangre nos definiera.

—¡También va a ser un Kozlov! le recuerdo.

Todos, en esta casa, se la pasan presumiendo sus apellidos y se olvidan que el mío es el más importante de Rusia, sin mencionar que soy hija del cabecilla de la Bratva.

Cuando la hermandad se entere de mi estado, querrán mantener al ser que crece en mí interior, protegido o protegida de todo peligro.

—Nuestro apellido esta maldito suelta y no puedo evitar mirarlo, he escuchado lo mismo por meses.

En realidad, lo he escuchado desde que tengo conciencia.

—Cómo todos los que pertenecen a este mundo Samuel me rindo ante una discusión sin salida y tan fuera de lugar, no es el momento.

La imagen de Maximiliano cayendo inconsciente esta fresca y por más que no sé qué siento por él, no me gusta verlo de esa manera.

No puedo sacar sus palabras de mi mente, me abstengo de preguntarle a su hermano si de casualidad, sabe a lo que su hermano se refería.

—No sé si sería capaz de asumir el lugar de Maxs dice en referencia a las palabras del italiano. —Por más que sea algo tuyo, jamás sería un asesino, ni por vos, ni por eso, ni por nadie.

Las lágrimas se juntan en mis ojos y hago todo lo posible para retenerlas. —No necesito que hagas tal cosa, la hermandad me respalda y estoy segura que lo harán con él o ella.

Intento sonar segura, no voy a permitirme que me vean débil. Estoy cansada y harta de ser siempre la débil, a quien hacen a un lado como si no fuese nadie.

Sus manos vuelven a aferrarse a mi cuerpo y suspiró porque a pesar de todo, en estos momentos, lo único que quiero es tenerlo así, pegado a mí.

—¿Qué hago con el deseo que te tengo? su aliento cálido me eriza la piel del cuello. —¿Cómo reprimo las ganas de follarte?

—N... No lo sé titubeo.

Imaginarnos en esa situación hace que mis mejillas se tornen rojas, las pulsaciones en mi parte baja aumentan, al sentir el roce de sus labios.

Sus manos se adentran en mi remera, están frías y gimo cuando sus dedos se aferran a mis pezones ejerciendo un poco de fuerza.

Nunca sentí esto con nadie más, el sexo con Maximiliano es asombroso, pero lo que su hermano despierta con cada toque es alucinante.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora