❧Capítulo XX

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Maximiliano

El dolor del hombro no era nada en comparación con la satisfacción que me generaba el ver a Isabella durmiendo tranquila a mi lado.

Recordar lo bien que la pasamos ayer me daban ganas de volver a follarla, pero no podía quedarme demasiado tiempo en la cama, los problemas no se resuelven solos.

—¡Mi niño! Exequiel está esperándote abajo – la voz de nana se escucha del otro lado de la puerta obligándome a salir de la cama.

¿Qué cornos hacia aquí tan temprano?

Intente levantarme sin despertarla, pero fallé en el intento. Se removió entrelas sábanas y antes de ir al cuarto de baño, busque entre el armario algo suelto para ponerme que no implique mover el jodido brazo.

—Déjame ayudartepide viniéndose hacia mí al verme lidiar con la manga de la camisa. —Tendrías que cambiarte el vendaje primero.

Me obliga a sentarme y rápidamente cambia las gazas viejas por nuevas. Me ayuda a ponerme la camisa, el pantalón y los zapatos. Soy capaz de ponérmelossolos, pero me gusta verla ayudarme

—Baja conmigole pido mientras busco acariciarle la mano.

—Ve tú, voy a darme una ducha antes – besa mi mejilla y se encamina al baño, mientras que me apresuro a salir del cuarto antes de sacarme todo y seguirla.

El menor de los De Lucas estaba esperándome lo más normal mientras hablaba con el idiota que tengo como mejor amigo y mano derecha, que, viniendo al caso, no sé dónde carajo estuvo ayer mientras a nosotros no acribillaban a tiros.

—¿Qué haces aquí? pregunto cuando termino de bajar captando su atención.

—El imbécil que estábamos torturando hablo dice haciendo una pausa que me molesta.

—¿Y qué dijo? – pregunto molesto almismo tiempo que recibo el café que me da mi nana.

La anciana se despide dejándonos solos, cosa que agradezco y me preparo mentalmente para el golpe de realidad que el querido italiano me tiene preparado.

—Que lo mandaron los rusos – suelta sin anestesia.

Su mirada se clava en la mía después de lo que dice y niego ya que eso es imposible.

¿Acaso Vladimir enloqueció?

—¿Qué te paso en el brazo? ¿Qué mandaron los rusos? interviene Marcos y contengo las ganas de tirarle con el café por la cabeza.

—¡Me pegaron un tiro! – le grito. —¿Acaso no vez?

Como si su pregunta no fuese de por sí ridícula, se levanta a inspeccionarme el brazo. Lo aparto de un empujón ganándome un tirón que me hace ver a los demonios del inframundo.

 —No sabía que teníamos problemas con los rusos – suelta volviendo a su lugar.

—Hasta donde sabia, no los tenemos – le responde Exequiel.

Y por primera vez extraño a Alexander, no puedo con la escases de neuronas que se cargan estos dos.

Guardo silencio cuando siento los pasos de mi esposa. Me giro sobre mis talones y la veo bajar dudosa.

—Buenos díassaluda acercándose a nosotros. 

Trae puesta ropa deportiva y aun así, se ve hermosa.

—Ella es mi esposa le hablo a Exequiel – Y él mi amigo y socio.

—Un placer señora, Exequiel De Luca.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora