❧Capítulo XLXIX

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Maximiliano

Dejamos la empresa con la intención de ir por algo de ropa y dinero a la mansión. No podíamos llegar a territorio enemigo sin el insumo para comprar a sus propios hombres.

La casa estaba adornada por el usual lio que hacían los hijos de los italianos corriendo de un lugar a otro.

Ingresamos a la sala y lo primero que me sorprendió fue ver a mi hermano, lo segundo fue el grito cargado de dolor que soltó Isabella desde la escalera.

Soy consciente de que existen momentos que nos marcan, quieras o no. Y sin dudas mi vida estaba por ser marcada por el milagro más hermoso que pudo haberme tocado.

El nacimiento de mis hijos.

Intenté llegar a ella lo más rápido posible y verla en un charco de agua me hizo paralizar por unos segundos. No era el momento, aún faltaba.

-Preparen el auto - exijo al entrar en razón. -Tranquila, ven.

Marcos sale corriendo y la tomo de la mano guiándola lo más rápido posible hacía afuera. Todos están en las mismas que yo y es la italiana la que sube corriendo por el bolso de los bebés.

Teníamos todo listo. Sabíamos que este momento llegaría pronto. Isabella estaba pesada desde hace días y los dolores habían comenzado hace unos días, pero eran leves y según su médico aun no era tiempo.

Y tenía razón, por que faltaban dos malditos meses.

Las contracciones empeoraban mientras mi amigo conducía afanado hacia el hospital. Intentaba no perder la calma ya que darle seguridad y tranquilidad era lo más importante, pero se me complicaba.

-Aguanta, ya falta poco - pido tomando su mano.

Diez minutos después el hospital en dónde trabaja Calef nos recibe con este en la entrada con una silla de ruedas. Lo puse en aviso ni bien dejamos la mansión y me aseguro que tenía todo listo.

-¿Qué paso? - pregunta el muy imbécil.

-Vine a jugar a las cartas - le responde ella y la miro sorprendido. Es la primera vez que veo ese lado de ella. -No aguanto los dolores, creo que rompí la bolsa.

La ayudo a bajar del auto ubicándolo en la silla y corro a su lado hasta la sala de partos en dónde me hacen poner ropa ridícula más no protesto.

La preparan poniéndole sueros y un montón de aparatos con cables larguísimos. Me quedo lo suficientemente cerca de ella, pero sin molestar al equipo médico que va y viene.

-Sin lugar a dudas rompiste bolsa - le habla el médico. -Prepárate porque esos bebes quieren nacer.

Una enfermera ingresa con dos cunas totalmente cubiertas por un vidrio y reconozco lo que son incubadoras.

-¿Estás segura de querer parto natural? - le pregunta el médico. -Puedo inyectarte y practicarte una cesaría.

-Ya te dije que si - responde enojada.

Vuelve a gritar alzándose cuando el dolor se presenta en mayor medida.

-¿Corre riesgo su vida? - pregunto preocupado.

-Por el momento no, pero podría complicarse.

Isabella sigue de terca, discutiendo con el médico la próxima hora y me alejan cuando llega al punto de dilatación necesario.

Calef le da instrucciones ubicándose entre sus piernas. No puedo apartar la mirada de la escena, las manos me sudan por los nervios del momento y el corazón se me acelera cuando escucho el primer llanto.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora