❧Capítulo VIII

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Isabella

Los días habían pasado tan rápido que de casualidad los sentí. Mañana era la dichosa boda a la cual ya me había resignado.

La idea de unirme a Maximiliano ya no me disgustaba tanto, solo me iba a mantener alejada de su mundo lo más que pudiese, suficiente tenía con el de papá.

Me estire disfrutando de la comodidad de mi cama. Iba a echar mucho de menos mi hogar, por más que me llevaste algunas cosas no sería lo mismo. La incertidumbre de no saber que me esperaba en Alemania me subía el estrés.

¿Cómo sería la casa? 

¿Dormiríamos juntos? 

¿Qué haría todo el día en un lugar sola? 

¿Qué diría su hermano de mí? 

¿Vendría a la boda algún familiar de él?

Las preguntas eran muchas y no tenía respuesta para ninguna. Me levanté y camine pesadamente al cuarto de baño. Deje correr el agua y disfrute la cálida sensación.

—Buenos días Ann la saludé cuando bajé. No me sorprendió encontrarme solo me con ella.

Normalmente era difícil cruzarme con mi papá cada vez que mi hermano volvía al país. Según él, tenían trabajo que hacer.

—¡Oh! Hola Isa respondió sonriendo al verme. —¿Vas a querer algo de desayunar?

Asentí.

—Un jugo y algo de fruta. – pedí. —¿Mi papá? indague mientras le daba un beso.

—Salió con Mijaíl, tu prometido y su amigo.

La seguí a la cocina. Mientras tomaba mi jugo ella se preparaba un café. No tenía mucho hambre últimamente ya que los nervios por el casamiento me estaban consumiendo.

—¿Qué falta? – indaga.

Tomé mi Tablet y me puse a ver la lista de pendientes, por suerte ya estaban casi todos listos.

—Casi nada. – respondo. —Solo que el dichoso día llegue.

—Señorita disculpéhabló una chica del servicio.

—¿Sí?me di vuelta en mi lugar prestándole atención.

—Llegaron dos personas, una señora mayor y un joven, dicen ser familiares de su prometido. - me hace saber.

Intercambié una mirada con mi amiga y me levanté lo más rápido que pude guiada por la empleada.

¿Por qué no me habían dicho que iba a venir alguien? 

Me detuve reparando mi aspecto, no iba para nada presentable, maldije por lo bajo sabiendo que no tendría tiempo para cambiarme.

La puerta estaba abierta y una mujer mayor de edad esperaba en ella. Se la veía sumamente elegante.

—Buenos días señora hablé mientras me acercaba. —Sea bienvenida, por favor entre, soy Isabella, hija de Vladimir. 

La mujer me sonrió amablemente mientras me saludaba con dos besos. No pude evitar sentirme rara por tal acto, no era normal recibir ese tipo de saludo de desconocidos.

—Un placer querida, soy Amanda, la nana de Maximiliano.

Le indique que siguiese y su mirada dudosa se centró en los escalones de la entrada. Quise insistirle, pero mis sentidos no respondieron al ver a la otra figura que caminaba lentamente.

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora