Capítulo VI: Bestia

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Antes de leer.

El siguiente capítulo contiene violencia y escenas explicitas de torturas.

Leer bajo su propia responsabilidad.

Maximiliano

El sujeto seguía suplicando como si sus balbuceos cambiarán en algo su destino. Los traidores solo tenían un destino en la organización y era la muerte.

Hay ofensas que se pueden perdonar o tolerar, pero una traición jamás. Soy de los que creen que la lealtad y la confianza lo son todo.

Marcos estaba poniendo sobre una mesa improvisada algunos elementos de torturas, no eran los míos, pero me servirían.

Navajas

Machetes

Pinzas

Piolas

Ganchos

Cadenas

Clavos

Sopletes

Los fui detallando mientras elegía con cual comenzar, uno era más gratificante que el otro.

El padre de Isabella y el idiota que nos acompañó me miraban sin poder descifrar lo que me tramaba y eso me gustaba, ya que hoy conocerían al verdadero Maximiliano.

Y es que, la mafia rusa es sangrienta, pero la alemana lo es el doble. Por años nos entrenan en silencio, sin demostraciones, exigiéndonos al máximo para volvernos letales.

No iba a lastimarme las manos golpeándolo. Dejé de hacer eso cuando asumí y tomé el lugar de mi padre. Le esperaba algo mucho peor.

El sujeto en la silla palideció al ver cómo calentaba la navaja con el soplete. Un grito cargado de dolor salió de su garganta cuando la apoye en sus labios sellándolos.

—Donde yo nací, esta es la mejor forma de asegurarse de que un soplón no vuelva a hablar — hable casi en susurro mientras el sujeto no dejaba de llorar.

Tomé la cadena y los ganchos de la mesa y lo colgué como a un cerdo listo para ser degollado. El sujeto se sacudía desesperadamente cuando la sangre comenzaba a subírsele al cerebro.

Enrolle una piola en su cuello atándola a una de las columnas del lugar lo más tirante posible cortándole el paso del aire.

Volví a calentar la navaja para comenzar a hacerle cortes en todo el cuerpo. El metal caliente sobre la piel volvía el corte mucho más profundo y, al cabo de segundos, el olor a carne quemada comenzó a sentirse.

—¿Qué más les pasa a los traidores? — pregunté mirando a mi amigo.

—¿Pierden una mano? ¿O era un pie? — me pasa el machete —. ¿O eran ambas?

Dejo caer el filo del arma blanca cortando uno de los brazos al ras. La sangre comienza a salpicarnos mientras los gritos ahogados se intensifican.

Hago lo mismo con el otro dejándolo sin dos de sus extremidades.

Me giró en dirección a los otros dos sujetos y la cara de horror que tienen me hace sonreír. Blanditos y peleles.

Seguro solo le pegaban un tiro. Pero no, en este negocio hay que dar mensajes claros y el cuerpo mutilado del traidor sería un muy detallista.

Marcos comenzó a pasarme las pinzas las cuales empecé a poner en cada muñón mientras estos siguen brotando el líquido carmesí. La presión que ejercen comienza a aumentar el dolor del pobre infeliz.

—Maximiliano...

Vladimir intenta acercarse, pero mi amigo se lo impide.

Tomó la navaja de nuevo enterrando en su pecho. La cara se me mancha cuando medio sacó la pequeña hoja y comienzo a abrir el cuerpo trazando una línea recta hasta su entrepierna.

El sujeto deja de moverse de un momento a otro acabando con mi diversión y devolviéndome la frustración.

—¡No aguanto! — lo señaló sacando la hoja comprobando que ya se había muerto.

El pobre inútil no fue capaz de aguantar ni una ronda. Marcos me pasa una cubeta con agua y un trapo para limpiarme las manos.

—Dáselo de regalo a los policías —hablo en dirección a mi futuro suegro quien me mira con cara rara —. Hay que dejarle en claro el mensaje.

Terminó y salgo del lugar dejando el cuerpo colgado, necesito un trago fuerte y una ducha caliente.

Alexander

Italia

Tomó el elevador junto a mi hermano y descendemos cuarenta pisos bajo tierra. Las puertas de metal se abren y...

Los pasillos blancos y repletos de olor a químicos me reciben. Agarró la bata que me extienden y me coloco la ropa antes de ingresar. Tenemos cierto protocolo que seguir por eso me apresuro a cumplirlo.

—Si no te molesta, te espero por allí — suelta Exequiel.

No le doy importancia. Se que detesta el lugar y solo me acompaña para asegurarse de que voy a regresar vivo.

Las puertas de doble hoja, están selladas y requieren de un código de acceso para abrirse. Lo tipeo y la imagen dentro me hace sumamente feliz.

—¿Avances? — pregunto.

Dos de los científicos asienten, aumentando mi dicha.

—Hemos completado el 80% de la fórmula — me informan —. Esperamos tener el producto listo en una o dos semanas.

—¡Buen trabajo! — los felicito.

Recorro las instalaciones por si las dudas, pero todo está en orden. Los empleados son pocos y eso garantiza la exclusividad.

—¿Y? — se impacienta mi hermano cuando salgo.

—Prepárate para llenarnos los bolsillos de dinero — digo tomándolo de los hombros.

Tomamos el mismo elevador que nos trajo y ya en la superficie marcó el número de mi querido amigo, Maximiliano Wolf.

Quien, de seguro, va a saltar en una pata con la nueva información.

Y es que el mundo, no está preparado para lo que esas puertas resguardan. 

Rojo CarmesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora